OSLO — Manal al-Sharif era adolescente cuando quemó las revistas de moda de su madre. Dejó de dibujar figuras humanas y de leer sus preciadas novelas de Agatha Christie —prohibidas, descubrió, bajo la puritana facción del Islam que se extendía en ese entonces por Arabia Saudita, su país natal. Prohibido para mujeres y niñas: sacarse sus tupidas cejas, hacerse la raya de pelo a un costado y revelar su rostro en público.
Al-Sharif, de 38 años, ha experimentado un cambio radical. Ahora es conocida por desafiar las leyes y costumbres que mantienen sometidas a las mujeres en Arabia Saudita, lo que incluye lo que ella considera las restricciones infantilizantes sobre el derecho de la mujer de manejar.
Su libro, “Daring to Drive: A Saudi Woman’s Awakening” (Atreviéndose a manejar: El despertar de una mujer saudita), son las memorias de su llegada a la mayoría de edad política. Es igualmente un retrato de la reciente zozobra y tiranía en Arabia Saudita.
Al-Sharif nació en 1979, la segunda hija de un padre saudita, que manejaba un taxi, y una madre libia, que les cosía su ropa. Vivían en un apretujado departamento en La Meca. Había mucho maltrato: su padre golpeaba a su madre, su hermana la golpeaba a ella y, más tarde, su primer esposo comenzó a golpearla.
Su generación estaba limitada por una rígida forma del Islam.
Ser fiel a ese tipo de doctrina, según recordó, exigía odiar a los infieles.
“Toda mi generación, nacida en los 70 y 80, fue radicalizada”, dijo. “Uno renuncia a tantas cosas para seguir estas reglas. Se mete bajo tu piel”.
Pero lentamente, salió de su piel.
Había una chica en la universidad que no se cubría el rostro —Sara. Era tan amable y amistosa. Luego ocurrió el 11 de septiembre. Estaba horrorizada de que la doctrina extremista en la que creció hubiera incitado a 19 secuestradores —15 de Arabia Saudita— a matar a tanta gente.
Dentro de Arabia Saudita, las reglas eran, y siguen siendo, particularmente pesadas para las mujeres. Al-Sharif necesitaba permiso de su padre para entrar a la universidad. Necesitaba su permiso para solicitar un empleo; fue contratada como especialista de información en Aramco, la compañía petrolera saudita. Necesitaba su permiso para viajar al extranjero.
Un viaje de trabajo a New Hampshire cambió su perspectiva. Vio a dos hombres besándose en el teatro. Fue a esquiar. Aprendió a manejar.
Y entonces, en 2011, hubo una oleada de protestas en pro de la democracia por todo el mundo árabe. Al-Sharif estaba de vuelta en Arabia Saudita, divorciada y madre soltera de su hijo, Abdalla.
Había comprado un auto. Tenía permitido manejar dentro del complejo de Aramco. Una mañana, en mayo de 2011, manejó fuera del complejo, con una amiga que la grababa. Para la tarde, el video era una sensación en YouTube.
Al-Sharif pronto fue encerrada en una prisión para mujeres.
En 2012, recibió el Premio Vaclav Havel para la Disidencia Creativa en el Foro de la Libertad de Oslo.
Hacerse oír significó perder su empleo. El viaje a Oslo también fue un punto crítico en otras formas. Quería escribir un libro. Un agente la persuadió para que escribiera sobre sí misma, lo cual no fue fácil, sobre todo acerca de lo único de lo que los sauditas no hablan: mutilación genital, que describe como “la parte más difícil de mi infancia”.
Ahora vive en el exilio, en Australia, con su esposo, un brasileño, y el hijo de 3 años de ambos. Ha presentado una solicitud para que el gobierno saudita reconozca su segundo matrimonio.
Su primogénito vive en Arabia Saudita, con su padre. Al-Sharif lo visita con tanta frecuencia como puede.
Ahora tiene 12 años y Al-Sharif espera que algún día lea el libro y entienda sus decisiones. “Cuenta toda mi historia”.
con información POR SOMINI SENGUPTA/ https://www.clarin.com/new-york-times-international-weekly/?url=/clarin/story/content/view/full/66138