Una de las características fundamentales de 1917 es, justamente, que el mecanismo empático del espectador con sus protagonistas se funda en que no luchan por unos ideales elevados o por una bandera. Luchan por sobrevivir.
Por Francesc Miró/ Redacción / Sin Embargo
Madrid (ElDiario.es).- Sam Mendes ha puesto, casi sin proponérselo, patas arriba la carrera de los Óscar. En la pasada edición de los Globo de Oro se llevó el galardón a Mejor Drama y, para sorpresa de muchos, también el premio a Mejor Dirección compitiendo con nombres como el de Scorsese, Tarantino o Bong Joon-ho. 1917 tiene la culpa.
La última película del director británico llega ahora a nuestros cines como una de las favoritas para los premios de la Academia de Hollywood. Una sorpresa que se significa como un auténtico sprint de relevancia porque la película se estrenó hace escasos días en Estados Unidos y los Óscar se celebran la madrugada del 10 de febrero.
Se ha saltado una carrera de premios que agota hasta el más incansable de los realizadores. Por comparar: Bong Joon-ho ganó la Palma de Oro en Cannes con Parásitos en mayo, y el Joker de Todd Phillips se hizo con el León de Oro en Venecia en septiembre.
En cualquier caso, 1917 ya tenía un reclamo para resultar atractivo antes de todo aquello: es una película bélica narrada en un plano secuencia de dos horas en tiempo real. La proeza técnica, sin embargo, no hace de menos a un subtexto humanista más meditado de lo que se podría pensar, y dos interpretaciones entregadas de George MacKay y Dean-Charles Chapman rodeados por estrellas del cine británico como Benedict Cumberbatch, Mark Strong o Colin Firth.
UNA GUERRA SIN PATRIOTISMO
Sam Mendes visitó España antes de que su película triunfase en los premios de la Prensa Extranjera de Hollywood y eldiario.es pudo hablar con él en una mesa redonda con otros medios. “Siempre he sentido fascinación por la I Guerra Mundial, probablemente por las historias que de pequeño me contaba mi abuelo”, cuenta Mendes sobre la génesis de 1917. La cinta, de hecho, está dedicada a Alfred Mendes, el padre de su padre, reclutado cuando tan solo tenía diecisiete años para convertirse en soldado raso de la armada británica.
El abuelo del realizador luchó en la batalla de Passchendaele, en Bélgica, el 12 de octubre de 1917. Una sangrienta contienda en la que murió casi la mitad del batallón al que pertenecía. Alfred Mendes se presentó voluntario para buscar y rescatar supervivientes entre kilómetros de cráteres y casas destruidas. Sus experiencias inspiran la película que ahora estrena su nieto.
“Mi abuelo no me contaba historias de valentía y de heroísmo, sino de suerte, miedo y dignidad. De jóvenes que hacían lo que podían por sobrevivir más que por ganar ninguna guerra”, explica el director. “Era un reto hacer una película bélica en la que la audiencia siguiera los avatares de un chaval en tiempo real, sumido en pleno caos de la I Guerra Mundial”.
Una de las características fundamentales de 1917 es, justamente, que el mecanismo empático del espectador con sus protagonistas se funda en que no luchan por unos ideales elevados o por una bandera. Luchan por sobrevivir. “Creo en un tipo de heroísmo instintivo. Me refiero a que los dos protagonistas de 1917 hacen lo imposible porque es lo único que pueden hacer. Se ven violentados por los hechos y eso les convierte héroes accidentales”.
“En cambio no me interesa el patriotismo”, sostiene Mendes. “Amo a mi país pero hacer una película bélica sobre lo buenos que eran los británicos o lo malos que eran los alemanes no me interesa en absoluto. Esta historia se podría haber contado igual si los soldados fuesen alemanes, belgas o franceses: no importa porque versa sobre la experiencia de la guerra”.
“Hablar sobre eso me interesa más que hablar sobre naciones y banderas”, explica. Y no escurre el bulto al hablar del discurso que defiende su filme. “Muchos hombres y mujeres murieron por una Europa libre y unida no hace tanto tiempo. Creo que mi país haría muy bien en recordar eso ahora mismo”, reflexiona, en mención velada al Brexit.
“Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que las rencillas de una Europa dividida terminaron en una guerra que acabó con toda una generación. Creo que hay un peligro claro en este sentido: sentir nostalgia por lo grande que fue una nación puede llevar a romantizar la guerra. Pero la guerra es odio, caos y destrucción”.
UNA CARRERA SIN CORTES
Es cierto, según Mendes, que “1917 puede ser leída como una advertencia, pero en el fondo todas las películas bélicas son advertencias”. Con todo, “la idea de ‘aprender algo’ del cine no me gusta especialmente. No quiero dar una lección, quiero que el espectador experimente algo”.
En esa aspiración está la voluntad de adentrarse en la condición caótica de la guerra. Su dispositivo formal genera un nivel de dinamismo tal que el espectador siente, al salir del cine, que ha escapado de la trinchera, que ha sobrevivido a la debacle.
La última película de Sam Mendes blande la pericia técnica, ese plano secuencia imposible, como herramienta de conexión emocional y sensorial. “Me gusta describir esta forma de narrar como quien mira por el agujero de una cerradura: la perspectiva te escamotea parte de la información pero tú debes rellenarla”, argumenta. “No le quería decir a la audiencia constantemente dónde tenía que mirar, ni dárselo todo hecho. Estos soldados no conocen toda la magnitud de lo que les rodea, pero tú vas a vivir esa confusión con ellos”.
En ese sentido, Mendes admite que “si establecemos paralelismos técnicos, esta película utiliza más recursos de una película de terror que de una película bélica”. Según el realizador “hasta en las escenas aparentemente tranquilas, late una tensión de fondo porque siguen estando en el infierno. Es una sensación tangible de amenaza”.
En ese sentido, es de alabar la labor de Roger Deakins, director de fotografía con quien Sam Mendes ya trabajó en Skyfall, Revolutionary Road o Jarhead. “Su labor es esencial”, explica Mendes.
Deakins fue uno de los alumnos aventajados de Conrad Hall, uno de los directores de fotografía más importantes de la historia del cine, fallecido en 2003 tras haber firmado el acabado visual de la magnífica Camino a la perdición. “Conrad fue un mentor absoluto para Roger, pero también para mí”, cuenta Mendes. “Lo echo mucho de menos. Era un maestro entre maestros y creo que le hubiera gustado esta película. Aunque puede que también me hubiera dicho que no desplegase tanto mis encantos, como en plan “mira lo bien que lo hago”. Presumir no iba con él”, bromea el realizador, que ahora acaba de ganar dos Globos de Oro por esta cinta.