Luis Velázquez/ Escenarios
06 de septiembre de 2019
UNO. 174 mujeres muertas
La noche del martes 27 de agosto cuando la matanza en el bar “El caballo blanco” de Coatzacoalcos, iban ya ciento sesenta y dos mujeres asesinadas.
Y esa noche mataron a doce de un jalón. La estadística de la muerte llegó a 174.
Todas, madres. Todas, con un montón de hijos huérfanos.
Una bailarina, Sofía, de 24 años de edad, tiene dos hijos. En el día, estudiaba Derecho. En la noche, era bailarina.
Al momento, ninguna ONG, por ejemplo, tampoco la secretaría de Seguridad Pública ni la Fiscalía, se han detenido en el número de hijos huérfanos dejados por cada una de las doce mujeres que perdieran la vida asfixiadas en el bar.
Constituye un pendiente social. Y más, porque la mitad del mundo y la otra mitad se ha detenido en el infierno mismo de la masacre. Pero sin mirar a los niños huérfanos. Ni a las parejas viudas. Ni a los padres ancianos que dependían de sus hijas trabajadoras en el bar.
Tampoco ningún investigador ni ONG lleva la estadística de los niños huérfanos y los maridos viudos con las 174 mujeres asesinadas desde el primero de diciembre del año 2018 a la fecha.
DOS. Más que los muertos importan los vivos
En la cancha social se habla de los secuestrados, los desaparecidos, los ultrajados, los asesinados, los cercenados, los decapitados, los pozoleados, los cadáveres tirados en ríos y lagunas y a orillas de carreteras y en las calles y avenidas.
Pero nadie se ocupa de los niños huérfanos y de las parejas viudas.
Ni siquiera, vaya, la iglesia católica ni los cristianos evangélicos.
Como si no existieran, cuando, caray, y como dijera Gabriel García Márquez, en una guerra, como la guerra (fallida y errática) del gobierno de Veracruz con los malandros, más que importar el número de muertos importan los vivos pues, de entrada, viven con el pendiente de cuando la muerte llegará a ellos.
Y segundo, los huérfanos y las viudas… que con todo y cargando la pesada cruz de la muerte han de seguir viviendo.
Y es que cada día a la hora de desayunar, comer y cenar, un asiento está vacío. Y una cama a la hora de dormir. Y la ropa de las personas desaparecidas ha de guardarse.
Y con todo, seguir viviendo.
TRES. ¡Vaya grandeza de Veracruz!
Las doce mujeres que perdieran la vida en el bar de Coatzacoalcos, todas asfixiadas, con graves quemaduras, eran el sostén de la familia.
Unas chicas, por ejemplo, tenían 2 y 3 hijos, divorciadas, madres solteras, y en unos casos, sus señoras madres se los cuidaban mientras ellas trabajaban.
Ahora, en el desamparo total. Y más, en el caso, la mayoría parece, de familias de escasos y limitados recursos económicos.
Claro, quedan los familiares. Y los niños (hay bebés de uno y dos años en la orfandad) serán atendidos. Pero nunca será igual con la madre viva. El padre, ausente.
La utopía de Víctor Hugo, el autor de “Los miserables” de que los niños pobres tienen el mismo legítimo derecho de estudiar en escuelas de calidad igual que los niños hijos de ricos descarrilada en el vacío.
Y ni modo de exclamar que con todo somos un país feliz, feliz, feliz, como dice aquel.
Pobre naciste, pobre eres, pobre morirás.
6 millones de los 8 millones de habitantes de Veracruz en la pobreza, la miseria, la jodidez, el desempleo, el subempleo, los salarios de hambre y la baja calidad educativa y la peor calidad de salud pública y la mendiga inseguridad e impunidad.
¡Vaya grandeza de Veracruz!