Barandal
Luis Velázquez
Veracruz.- ESCALERAS: La priista que fue presidenta municipal de su pueblo, Alvarado, Sara Luz Herrera (“Sarita” le llamaban “en la plenitud del pinche poder”) ha sido condenada. Su delito, homicidio intelectual de su secretario particular, de hecho y derecho, hermano de crianza. Treinta años de cárcel, una parte (cuatro) cumplidos en el penal de alta seguridad de Amatlán de los Reyes.
La herencia maldita de Javier Duarte una vez más expresa. De la gloria al infierno. Del poder a la prisión. De las alturas al piso. Aquella generación política soñó con la inmortalidad y terminó, está terminando, como la elite priista más corrupta en la historia, cierto, de Veracruz, pero del país.
Durante cuatro años Sarita ejerció el poder. Dueña del día y de la noche en Alvarado. Allí mismo donde inició en la vida pública como trabajadora doméstica de su amiga y patrona, benefactora y protectora, gurú, Delia Pensado. La Delia que le heredó la silla embrujada del palacio municipal.
En el viaje esotérico del poder enloqueció por completo. Tanto que se creyó dueña de las vidas ajenas. Y tal cual pagó a unos sicarios para asesinar a su secretario particular, Michel Martínez Corro.
Pero, además, para que sepultaran su cadáver en un camino entre arena.
El peor de los mundos cuando una mujer, un hombre, un fantasma, tiene alrededor bufones, vasallos, reinis, corifeos, lacayos y santeros que todos los días le halagan y rinden tributo y culto.
“Chacha” de una alcaldesa terminó creyéndose diosa. La diosa de los pescadores de Alvarado. En el penal de Amatlán es la concesionaria del restaurante y guisa a los internos, entre ellos, a “El Porky” jarocho.
PASARELA: Los políticos han de verse en “Sarita”.
El poder, ya se sabe, enloquece al más cuerdo, al más sereno, al más reposado.
Tantos halagos en un día propician que el político encumbrado pierda la noción de la realidad. Incluso, llega a levitar.
Gregorio Marañón en su libro “Tiberio, historia de un resentimiento” cuenta que el emperador romano coleccionaba cada día más poder.
Y cuando se adueñó de todo el poder deseaba más, insaciable que se había vuelto.
Y como ya nada quedaba para repartir, comenzó a sentir y a creer y a pensar y a imaginar que su gabinete legal y ampliado, incluso, hasta sus amantes, lo traicionaban.
Y comenzó a matar a quienes ponía bajo sospecha.
Lo mismito le pasó a “Sarita” para haber ordenado el asesinato de su secretario particular quien era su hermano de crianza, pues ambos habían vivido con doña Delia en su casa.
Algún motivo sicológico, siquiátrico y neurológico habría tenido, además, para llegar al crimen.
Trepada en el poder efímero nunca pensó que sería detenida y que la justicia la alcanzaría.
Por eso, incluso, y con cargo al erario público según la versión local, se aplicó ocho cirugías plásticas.
CASCAJO: Ahora, y como muchos políticos presos y libres, dice que escribirá un libro.
Se ignora si será un libro sobre cocina alvaradeña.
O un libro, como desde la Fiscalía han filtrado, sobre las fiestas carnales de Fidel Herrera Beltrán en la Ciudad de México en que “Sarita” cocinaba mariscos para todos.
Quizá un libro sobre el capítulo político que le tocó vivir en la llamada “Decena Perdida de Veracruz” que incluye de los años 2004 a 2016, pues en uno y otro sexenio desempeñó cargos públicos, como aquel como jefa de la Oficina de Hacienda del Estado en San Andrés Tuxtla en que autorizó quinientas placas de automóviles, todos robados, y robados por los malandros.
Y aun cuando un funcionario de la secretaría de Finanzas y Planeación le llevó las pruebas al gobernador Fidel Herrera, nunca, jamás, jamás, jamás, procedieron.
Una lección política y social, moral y ética, para los funcionarios públicos y los políticos y los aprendices de políticos, con todo, y como cacarea el dicho ranchero: “Nadie escarmienta más que en cabeza propia”.
RODAPIE: Paradójico, insólito, canijo: cuatro años “Sarita” fue alcaldesa. Tarea descomunal, pues era una trabajadora doméstica. Ahora, treinta años pasará, está pasando, en el penal de Amatlán.
De nada sirvió, entonces, el ejercicio del poder. Más que para la ruindad. Su vida y la vida de los suyos, en la picota.
Quiso vivir, igual que muchos políticos, a mil por hora. Con el acelerador metido a todo lo que daba. Pensando, creyendo, estando segura de que el poder público sería eterno. Y que la adversidad, la mala racha, los tiempos adversos, le hacían “lo que el viento a Juárez”.
Ha, entonces, de preguntarse el momento en que “Sarita” se jodió. Y/o en todo caso, la jodieron o se dejó convencer del paraíso eterno.
En el caso de Javier Duarte, por ejemplo, y de acuerdo con sus biógrafos, que son varios, se jodió desde el fidelato cuando hacía y deshacía en SEFIPLAN y nada pasaba.
Después, y considerando que dinero mata carita, los bufones y las barbies alrededor.
El halago sin cesar, entre otros, de sus guardias pretorianos: Érick Lagos, Jorge Carvallo, Adolfo Mota, Tarek Abdalá, Édgar Spinoso, Alberto Silva, Gabriel Deantes, Corintia Cruz, Anilú Ingram, Dominga Xóchilt, Moisés Mansur Cisneyros, Franky García, Jaime Porres, Juan Manuel del Castillo y Vicente Benítez.
Pero también sus asesores políticos estrellas que según la fama pública cobraba un millón de pesos mensuales como Enrique Jackson y José Murat Casab.
“Merezco abundancia, merezco abundancia”, escribió cincuenta veces en su diario Karime Macías.
POSTES: Pero en el caso de “Sarita”, el principio del fin habría empezado con la diputada local, la profe Elena Zamorano, quien la sedujo con la palabra y las puertas abiertas del Congreso, donde uno que otro diputado se le tiraba al piso.
Claro, el billete oficial, entre otras cositas, por delante.
Un día, el rey de aquel imperio y emporio nombró su asesor a un amigo a quien encomendó un solo trabajo, como era recordarle en el día con día que el poder era efímero y que tenía duración.
Pero llegó un día cuando el rey dejó de escuchar, convencido de que estaba a un paso de convertirse en dios.
El dios terrenal que ya había ganado el poder y la gloria y únicamente faltaba ganar la inmortalidad.
El poder público tiene fecha de caducidad. Y si en el ejercicio del poder el político incide en abusos y excesos, entonces, el resto de la vida resulta insuficiente para pagar culpas.
Treinta años presa Sara Luz Herrera es como para enloquecer a cualquier ser humano.
La cárcel, como espacio de vida, caray.