Luis Velázquez/Primera parte
Treinta años anduvo Evaristo Gutiérrez gastando la suela de los zapatos en la mañana atrás de la noticia y desgastando la columna vertebral en las tardes y noches redactando las notas del día.
Incluso, cada día durante tres décadas solía terminar el día reporteril hacia medianoche, a veces, en la madrugada, porque la noticia, ya se sabe, nunca ha tenido ni tendrá hora para suceder.
Y cuando el periodista ama con pasión el oficio, entonces, “la eternidad de un día”, como llamaba un reportero alemán al oficio más alucinante del mundo, se prolonga en horas inacabables.
Hace unos seis años, Evaristo miró hacia adelante y olfateó el futuro. Entonces, se dijo que gracias al periodismo había vivido todo y de todo. Y que nada humano le era ni podía ser ajeno.
Es más, un día un reportero de la fuente policiaca, su especialidad, le dijo que la violencia pronto disminuiría en Veracruz.
“Nunca cambiará. Todo está y seguirá igual”.
“Don Eva”, así le llamaban algunos de sus discípulos en el oficio, decidió “colgar los guantes”, como dice el viejo del pueblo.
Siempre andar corriendo. Siempre tenso. Siempre con los nervios a punto de explotar. Siempre con salarios de hambre. Siempre pidiendo prestado. Todos los días iguales.
Dijo a su esposa:
“A partir de hoy dejo de ser reportero. Y ni periódicos leeré ni escucharé noticieros.
–Entonces, ya no oirás los noticieros, preguntó la esposa.
–¡No, se acabó!
–Está bien, le dijo la señora. Así nos acostaremos más temprano”.
Un tiempo en los días y años posteriores, anduvo vendiendo ropa en un tianguis que él ponía en la calle de las colonias.
Ahora, vende antojitos todos los días de ocho de la mañana a dos, tres de la tarde, según el día.
Y se levanta a las cinco de la mañana para preparar los instrumentos necesarios.
Su esposa guisa. El atiende a la clientela y cobra.
Está feliz. Vive feliz. Y aun cuando los expertos dicen que cuando se huele por vez primera la tinta del periódico se vuelve peor que la droga y nunca se deja, Evaristo significa la excepción de la regla.
Y si supo que Donald Trump es presidente de Estados Unidos, por ejemplo, fue porque uno de sus hijos vive en el otro lado, allá casó y tuvo su primer hijo y Evaristo es el abuelo feliz.
Dos. Así comenzó la vida…
La historia fascinante de este reportero empezó a los 15 años de edad, aquí en Veracruz.
Desde entonces, traía al Rocinante en los talones. Quiso, por ejemplo, caminar y conocer el mundo. Y se fue al centro de la república con un tío. El tío era albañil. Y se metió de albañil. Y luego conoció a un mecánico y se lo llevó de mecánico.
Entonces, en el taller de automóviles conoció al hijo del dueño de un periódico en Guadalajara.
Y sin más, se lo llevó al periódico.
Empezó como tantos reporteros empíricos (los mejores) en el mundo. De “IBM” le llaman con donaire. “Y ve a traer las tortas, y ve por los tacos, y ve por los cigarros y ve por el refresco”.
Semanas, meses después, el hijo del dueño habló de nuevo con su padre, el director general, y le asignaron nueva chamba. Ayudante del reportero de la fuente política.
Y al periodista aquel, el fantomas, cargaba la maleta. Y al mismo tiempo, le enseñaba las primeras letras del periodismo.
“Mira, aquel es el alcalde. Y se llama así. Y sus pecados son éstos. Y aquel es diputado. Y sus pecados son éstos. Y estos. Y estos”.
Y Evaristo “fue pelando el ojo” y conociendo la vida de un reportero cada día.
Tres. Un día de suerte…
Entonces, aquel reportero, su maestro, le daba el periódico al día siguiente y le decía que lo leyera.
Y luego le preguntaba sobre la agenda política.
Y de vez en vez, le invitaba una cerveza, en ocasiones, ellos solos, y en otras, con la tropa reporteril, y platicaban de periodismo y de política.
Un día, como reza la leyenda que de anécdotas también es la vida, aquel reportero enfermó. Estuvo tres, cuatro meses, en cama.
Y el dueño del periódico lo llamó.
–¿Tú andas con él? le preguntó.
–Sí, señor.
–¿Y sabes de lo que reportea cada día?
–Sí, señor.
–Entonces, mañana te vas a hacer lo mismo que él hace y me traes los datos y tomas fotos.
Al día siguiente hacia el inicio de la tarde, Evaristo llegó a la redacción del periódico con los datos y las fotos.
Y el director los revisó y le dijo:
–A ver, escribe esta nota.
–Señor, pero yo nunca he escrito una nota.
–Haz de cuenta que me cuentas una historia. Pero se la cuentas a la máquina de escribir.
Y Evaristo se puso a escribir como las gallinitas comen el maíz, grano por grana, de tecla en tecla, palabra por palabra, párrafo por párrafo.
Luego, llevó el texto al director y la leyó:
–Está bien. Escribes bien, Evaristo. Tienes madera de reportero. Desde mañana, tú serás mi nuevo reportero.
A los 17, 18 años, así comenzó su historia.