Luis Velázquez | Expediente 2021
01 de junio de 2021
3.5 millones de jóvenes votarán por vez primera en el país el 6 de junio. Cuando menos, tienen credencial de elector, pero la versión oficial es que apenas, apenitas, sufraga la mitad. En Veracruz, 61 mil 715 chicos cumplieron los 18 años y estarían listos para hacer fila en las urnas el primer domingo de junio.
De entrada, quizá la curiosidad de votar los llevaría a ejercer su legítimo derecho. Saber, por ejemplo, estar consciente de que su voto pudiera empujar al triunfo a un candidato a presidente municipal y diputado local y federal.
Toda una experiencia para ellos formarse en la fila. Acaso, por una vivencia nueva. Quizá porque desde niños acompañaban a sus padres y ahora ellos lo podrán hacer.
Acaso en la escuela secundaria y el bachillerato les gustó la historia y sueñan con mundos inasibles.
Nadie dudaría de que una parte tiene educación cívica y es solidaria con las mejores causas sociales.
Más, en un Veracruz tan pródigo en recursos naturales, pero habitado por gente en la miseria y la pobreza, la jodidez y el desempleo, la causa número uno.
Una chica de 18 años, recién tramitada la credencial de elector, ha estado navegando en Internet checando la lista de los partidos políticos y sus candidatos y está bien informada de las quince gubernaturas en disputa y la tendencia y de los 500 aspirantes al Congreso de la Unión y las alcaldías y diputados locales en Veracruz.
Incluso, tiene muy bien radiografiado el distrito donde viven y ha tomado decisión electoral.
“El voto es secreto” dice cuando se le preguntan sus candidatos favoritos.
Y sonríe con sonrisa hermosa.
Otros, en cambio, apenas, apenitas están pensando en navegar por ahí.
El objetivo superior, Diógenes con la lámpara buscando al hombre en la leyenda mítica, es, sería que las nuevas autoridades empujaran la carreta en el día con día para dignificar la calidad de vida del grueso de la población.
AQUELLOS JÓVENES QUE PARECÍAN GIGANTES
El único movimiento estudiantil (y juvenil) en el país fue en 1968. Todos, soñando por una república justa. El fin de la desigualdad social y económica, la esencia de aquel estremecimiento.
Montón de alumnos y ciudadanos de a pie en aquella imponente marcha del silencio en la Ciudad de México, partiendo de la UNAM y encabezada por el rector, Javier Barrios Sierra.
Era la víspera de las Olimpiadas y el presidente Gustavo Díaz Ordaz con el secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, se lanzaron contra los estudiantes.
Más de cincuenta años después, nadie tiene la certeza del número de muertos en la plaza de Tlatelolco.
Unos publicaron que 300. Otros que 400. Y hubo quienes hablaron de seiscientos.
La mayoría de líderes estudiantiles terminaron en el penal de Lecumberri, el favorito de Díaz Ordaz para encarcelar a los disidentes, contestatarios, adversarios y enemigos, incluidos Demetrio Vallejo y David Alfaro Siqueiros, el gran líder y el gran pintor muralista de la época.
Fue el 68 un episodio singular, extraordinario, fue de serie. Pero y por desgracia, la desigualdad económica y social, educativa y de salud, de seguridad y procuración de justicia y desarrollo humano siguió empeorando.
Desde entonces y a la fecha, la guerra sucia contra los inconformes con un número insólito de desaparecidos y asesinados.
Nada, pues, cambiaron aquellos jóvenes rebeldes con indignación crónica contra las injusticias.
Por eso quizá se asegura que de los tres millones y medio de nuevos chicos con credencial de elector en el país únicamente sufraga la mitad… si bien le va a esa cosita esotérica llamada democracia.
CREDENCIAL DE ELECTOR PARA LOS ANTROS
Tiempo existió en la iglesia católica, apostólica y romana cuando empujaban una asociación religiosa llamada, más o menos, Juventud Católica.
El trabajo pastoral era para incorporar a chicos a la vida religiosa y operaban a través del deporte, el arte y la cultura.
Incluso, también servía para alentar y despertar vocaciones sacerdotales.
Se ignora si todavía exista. Pero todo indica que desapareció.
Algunos partidos políticos se ocupan con pasión y ardor en el reclutamiento de jóvenes, pero son pasos frágiles porque los resultados son magros.
Bastaría referir que pocos, poquísimos, excepcionales, chicos de 18 años de edad pa’lante son candidatos a un cargo de elección popular, cuando, caray, bien pudieran a una regiduría.
Y en caso de existir, los ocupan “como carne de cañón” para la talacha partidista en el piso.
Además, la circunstancia de mirar y sentir y palpar, incluso, “al rojo vivo”, la miseria y la pobreza, también incide en el desaliento y el desencanto por la administración pública.
Por fortuna, la credencial de elector sirve a los chicos para abrir puertas, sobre todo, en los antros, y lo que constituye aliento de sobra.