Luis Velázquez | El Piñero
18 de agosto de 2021
Llegaron con Patricio Chirinos Calero, el góber salinista. Siguieron con Miguel Alemán Velasco, Fidel Herrera Beltrán, Javier Duarte y Miguel Ángel Yunes Linares. Y continúan aquí, entre nosotros.
Inderrotables como parecieran. Invencibles. Amor eterno diría Juan Gabriel, tan de moda política.
Con los años se volvieron dueños de la plaza estatal. Dueños del día y de la noche. Dueños de las pelotas y las canicas. Dueños del poder.
Incluso, nadie cometería error histórico si dijera, por ejemplo, que establecieron un Estado, su Estado, frente al llamado Estado de Derecho.
El Estado Delincuencial. El Estado Narco.
La plaza Veracruz es muy jugosa. La autopista de sur a norte para transportar la droga.
Los puertos marítimos para la carga y descarga de la droga. Coatzacoalcos, Veracruz y Tuxpan.
Las pistas clandestinas.
El negocio de los migrantes. El negocio de la prostitución. El negocio de la llamada cuota de piso. El secuestro. La extorsión. El lavado de dinero.
Y, caray, las tribus políticas “a sus órdenes”.
Son los carteles y cartelitos. Malandros y malosos. Sicarios y pistoleros. Halcones.
De entonces, década de los 90 en el siglo pasado, a la fecha, más de treinta años flechando a la luna con vientos favorables.
De pueblo en pueblo, entrando por el norte de Veracruz, Tampico Alto, se fueron extendiendo. Ahora, en los 212 municipios con tentáculos, redes de poder, casas de seguridad, huestes y hordas, dispuestas a matar.
Son los dueños del tráfico de la droga y con las armas en el puño se agrupan y reagrupan.
A sangre y fuego, a sangre fría como se intitula la novela de Truman Capote, siguen haciendo sentir sus pasos.
Es la guerra de los carteles por adueñarse del total de la jugosa plaza jarocha.
El pasado es presente. Más, mucho más, cuando parte de las tribus políticas y de todos los partidos se han arrodillado ante ellos.
CADA VEZ MÁS CRUELES Y BÁRBAROS
Hay en Veracruz, como en el resto del país, cárteles con puentes en las grandes organizaciones del continente, pero también, en el mundo.
Incluso, unas tienen vasos comunicantes hasta con los barones de la droga en Rusia.
Tanto que, por ejemplo, la mayoría, parece, se inclinan por una violencia explosiva y entre muchos apuestan a ser más crueles y bárbaros como, por ejemplo, cada vez que cuelgan cadáveres de los puentes y árboles, los tiran a los ríos para flotar aguas abajo, los decapitan y exhiben, los torturan y matan y cercenan y pozolean.
Peor cuando, por ejemplo, en la lucha sombría, sórdida y siniestra han asaltado a comensales en restaurantes y hasta a feligreses en las iglesias rezando el rosario de la tarde.
Y es que entre más crueldad sienten, creen, perciben que más respetados son.
Por lo mientras, multiplican el terror y el miedo y el pánico entre la población, los ciudadanos de a pie, las familias, y los días y las noches se vuelven una pesadilla.
Y por eso mismo, cada vez sus golpes son más audaces y temerarios, más que desafiando a las corporaciones policiacas, empezando por la Guardia Nacional, retándose ellos mismos para quedar como dueños de la plaza, así obtengan batallas pírricas.
Más de tres décadas después, Veracruz, como Badiraguato, la tierra sagrada de los cárteles.
Millones de dólares que les dejarán sus negocitos en “la noche tibia y callada” de Agustín Lara.
TIERRA DE NARCOS
Disputan los carteles. Reclutan sicarios. Compran armas. Quizá en el extranjero. Se equipan. Y se endurecen.
Ninguna duda de que entre las partes la venganza se atraviesa en el tiempo de “los abrazos y besos” y cuando el Señor Presidente viaja a Badiraguato, allí donde florecieron Rafael Caro Quintero y Joaquín Guzmán Loera, y también Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carrillo, tierra de narcos.
Veracruz, de igual manera, el paraíso terrenal de los narcos.
Claro, el resto de la república amorosa está igual. O peor, porque el tráfico de la droga es más intenso.
Por lo pronto, todos los días y noches, de norte a sur y de este a oeste de Veracruz, el miedo, el temor y el pánico ciudadano a peores vorágines de inseguridad, incertidumbre, zozobra e impunidad.
Si los barones de la delincuencia organizada tienen treinta años de antigüedad en la tierra jarocha, entonces, hay chicos de treinta años para abajo que toda su vida únicamente han conocido la violencia narca.
Y si antes, en el primer tramo del siglo pasado, los fuegos cruzados y las persecuciones policías nada más se veían en las películas y en las series televisivas, ahora, aquí, en el día con día todos los días.
Los balazos, los tiros, el fuego cruzado, los secuestros, las desapariciones, las fosas clandestinas, en el palenque público, incluso, como si fueran parte del medio ambiente, las palmeras, las playas, el Golfo de México, el castillo de San Juan de Ulúa, el zócalo, la catedral.