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Adiós a cuatro niños asesinados en el Veracruz Yunista

El Piñero

•Los menores de Coatzacoalcos y sus padres fueron sepultados en el cementerio Lomas de Barrillas
•En medio de la violencia “bestial” quiso el destino que fueran las abuelas las que llevaran a sus nietos al camposanto y no al revés
•En ataúdes modestos, docenas de fieles de iglesias evangélicas despidieron a Martidiana, a Clemente y a sus cuatro hijos
•Sin bombo y platillo ni ceremonias gloriosas, así fue el último adiós a las víctimas inocentes de la violencia bajo el gobierno de Yunes Linares

Por IGNACIO CARVAJAL
blog.expediente.mx
/El Piñero de la Cuenca

Veracruz, México.- El descanso del panteón de Lomas de Barrillas se convirtió en el último espacio íntimo donde dos abuelas pudieron convivir con sus nietos: cuatro niños menores de diez años que el sábado pasado murieron acribillados mientras miraban la televisión.

Las dos mujeres adultas mayores, anónimas, expresaron siempre su condición de abuelas al abrazar, uno por uno, los cajones depositados en el área previa antes de ser llevados a la fosa.

Las madres de Clemente Martínez y de Maritidiana Pech dijeron adiós a sus hijos amados, pero el momento resultó profundamente lleno de amor y desprecio al olvido cuando ambas desfilaron delante de los ataúdes de los niños.

Elaborados de materiales sencillos, la calidad de los estuches dejó al descubierto la condición social de las víctimas, y que los mismos no fueron comprados por la familia, sino  donados por la agencia funeraria y el municipio.

Los seis perecieron el sábado a las 5:00 P.M. cuando sujetos armados bajaron de un taxi y se metieron por la fuerza a la casa de Clemente y Martidiana, arremetiendo con sus armas violentamente contra todo ser vivo.

Cubierta de lágrimas, vistiendo prendas desgastadas, la madre de Clemente, abuela de los cuatro niños, ubicó el ataúd de su nieta Joselín, la bebé de tres años.

La abuela depositó la mitad de su cuerpo  sobre el féretro y balbuceó palabras amorosas. Con sus arrugadas manos prodigó la últimas caricias a la tela color gris que cubría el cajón.

Miró alrededor y los brazos de uno de sus hijos la sostuvieron antes del desfallecimiento.

“Joselín, mi amor, por qué te hicieron esto, mi vida. No es justo”, zurró.
“Guadalupe, mi Guadalupe hermosa, ¿por qué me dejas sola, y ahora a qué abuela irás a visitar hija mía?”, expresó frente a la víctima de seis años.

A paso cansado llegó a la de Ángel, de 4, al que le dedicó el último adiós y la promesa de verse pronto, en el cielo, “primero la Gloria de Dios que en Cristo vive”, proclamó.

El dolor más grande, incalculable, lo sintió ante el cajón de Daniel, el de cinco, se notó, el más querido, el apreciado, “mi nieto hermoso, mi

Daniel, no me dejes, dime que no te vas, Dios mío, que dolor tan grande este”, repitió angustiosamente, desesperada.

Al finalizar el recorrido por los ataúdes, se miraba húmeda de la ropa y la cara. Era alcohol y lágrimas. Cerca del naufragio, se derrotó sobre una silla que ágilmente alguien acercó. Detrás de ella se encontraba la otra abuela, la madre de Martidina, más discreta, acarició y besó por última vez a sus también nietos. Del dolor, la voz no se le notaba

Las dos resultaron tranquilizadas por otros deudos. Derrocharon el amor y el sufrimiento al haber perdido a los nietos, cuatro de golpe, en medio de la salvaje violencia que esta vez hizo que fueran los nietos los que se adelantan a las abuelos.

Mientras el gobierno de Veracruz concentró toda su atención en el funeral y homenaje de los elementos de la Policía Federal ultimados el mismo día, a la misma hora, a este cementerio las autoridades sumaron falta, no así los vecinos y conocidos de los caídos.

Docenas de personas, la mayoría de iglesias evangélicas, se dieron cita al camposanto de Lomas de Barrillas También acudieron algunos pequeños, alumnos de la escuela primaria y el jardín del niño al que asistían los niños finados. En sus caras se notaba que ni si quiera entendían que hacían acá viendo los seis grandes agujeros en la tierra a los cuales lanzaron flores.

El entierro concluyó con las palabras de un pastor evangélico que, furibundo, Biblia en mano, pidió perdón para los sicarios que dieron muerte a la familia, pero que desde la tierra bendecida condenó el papel de los periodistas presentes, “ustedes creen que esto es un juego, venir y tomar imágenes de esto, lo que hacen ustedes está mal, vender la tragedia y hacer dinero de eso”, lanzó, al tiempo que les recomendó “busquen a Dios”.

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