Redacción El Piñero
En Agua Fría, ubicado sobre la carretera que conecta Tuxtepec con Loma Bonita, late un corazón platanero que parece haber encontrado su propio compás festivo.
Esto no es solo un pueblo, ni una parada cualquiera. Es un santuario de la fruta amarilla, un lugar donde la sencillez de los plátanos coquetea con la opulencia de las luces navideñas. Allí, un grupo de pequeños negocios, apenas siete en total, son un testimonio de resistencia y esperanza.
Cada uno de estos locales es un universo en sí mismo, con sus carpas coloridas y sus mostradores que ofrecen no solo plátanos—plátanos fritos, asados, maduros, verdes, dulces, salados—sino también piñas, malangas y, cómo no, tamales tan humeantes que parecen susurrar cuentos de la Cuenca del Papaloapan a quien se atreva a probarlos.
Este diciembre, cada rincón del oasis brilla como si estuviera empeñado en hacerle frente a las sombras de un año difícil. Esas guirnaldas resplandecientes no solo decoran; inspiran.
Pero lo que realmente define a Agua Fría no son las luces ni los tamales, sino esa carretera que lo atraviesa como un río dividido. A un lado, la promesa del sur; al otro, el bullicio del norte. Y en medio, este motorcito económico que, aunque pequeño, ruge con la fuerza de la tierra que lo alimenta. Aquí no hay grandes letreros ni campañas publicitarias, solo el eco de una tradición que se niega a desaparecer.