- La familia, unida
Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- UNO. Alzheimer en casa
La más terrible pesadilla en una familia es tener un enfermo de Alzheimer. La vida se vuelve tensa y estrujante para todos. Y más, mucho más, por ejemplo, cuando de pronto, el enfermo se sale de casa, agarra un camino sin fin y desaparece.
Forma, claro, parte de la enfermedad. El enfermo tiene, como se sabe, una vida neurológica muerta. Y, no obstante, una lucecita alumbra el largo y extenso túnel de su memoria. Y un día, cuando mira el camino a la puerta libre, y/o la puerta está abierta, se sale.
Y la pesadilla alcanza dimensión estelar.
Los familiares han de buscarle por todos lados. Angustiados, ocupados y preocupados.
Por fortuna, a veces logran ubicarlo. Otras, se pierde por completo y ni siquiera con un anuncio en el periódico o en las redes sociales logra ubicarse.
Unos familiares, por ejemplo, lo detectan a tiempo y cuando va caminando en la banqueta o en la calle, lo siguen a prudente distancia para ver su destino elegido.
Y con frecuencia, resulta que buscan un lugar concreto y específico que aun late en la parte de la memoria viva.
DOS. Primeros síntomas
Según el médico, los seres humanos estamos expuestos al Alzheimer. Es la pérdida de la memoria por el desgaste natural de la edad.
Se ignora si exista un tratamiento médico efectivo para, digamos, frenar su desarrollo. O en todo caso, diferirlo más tiempo.
El primer síntoma es cuando la persona, por lo regular un adulto mayor, empieza a olvidar cosas fundamentales.
Por ejemplo, el lugar donde puso las llaves de la casa o el automóvil. O citas y reuniones familiares.
O cuando de pronto, camina en casa de una habitación a la sala para checar un pendiente y cuando está en el otro lado ha olvidado la razón de su movimiento.
Así, poco a poco, el Alzheimer deteriora la calidad de vida.
Un día, sin embargo, llega cuando las neuronas se han desprendido por completo, y ninguna conexión existe, y todas están sueltas, y se acabó la intercomunicación.
Entonces, la persona está en la fase final de la enfermedad pues olvida hasta cuestiones biológicas básicas.
TRES. Muerte en vida
De acuerdo con el médico, rara, extraña ocasión el enfermo fallece por el Alzheimer, sino por otro mal, digamos, la hipertensión alta, un cáncer en la próstata, la peritonitis, etcétera.
El enfermo puede vivir muchos años con el Alzheimer, pues simple y llanamente, su vida se vuelve biológica, salvo que ha perdido la memoria y se vuelve contemplativo, mira sin ver, escucha sin entender, actúa sin saber, incapaz de expresar una emoción, un sentimiento, un afecto, y de pronunciar una palabra.
Es una muerte en vida como decía la abuela a quien le tocó atender a su esposo hasta su muerte, ella, mujer de rancho, enterita, y quien viviera, lúcida cien por ciento, 102 años.
Hay medicina para, digamos, sobrellevar la vida, aun cuando el tratamiento suele centrarse en otros males, considerando, y como dice el doctor Jorge Nicolás Chantiri, que el ser humano está expuesto a unas tres mil enfermedades, muchas, muchísimas de ellas, incurables, el gran fracaso de la ciencia médica.
Una de ellas, claro, el Alzheimer.
Gabriel García Márquez, por ejemplo, padeció Alzheimer y lo detectó a tiempo y le confesó a un amigo escritor y reportero de Colombia que pronto dejaría de escribir porque estaba olvidando los nombres y los hechos y las acciones de los personajes de interés público.
CUATRO. La depresión, amiga canija
Otra enfermedad neurológica, quizá peor, es la depresión. El enfermo se hunde y se hunde y se hunde en un abismo sin final. “Viaje a la oscuridad” intituló el escritor William Styron a una larga y extensa crónica sobre el Alzheimer, que él había padecido en la familia y terminó padeciéndola.
Ernest Hemingway, por ejemplo, en un viaje depresivo se pegó un tiro en la boca con la escopeta que utilizaba para cazar tigres y leones en Africa. Fue una mañana a las 6 horas, el mismo día cuando García Márquez llegaba por vez primera a México.
Entonces, el escritor Juan García Ponce le habló por teléfono y le dio la noticia.
“No hagas caso”, le dijo García Márquez. “Los periódicos son muy mentirosos”.
Otros familiares de Hemingway (un hermano y una sobrina) también se suicidaron por la depresión.
Simple y llanamente, de pronto, la persona pierde el deseo de vivir. Y se abandona al fatalismo, en tanto el enfermo de Alzheimer deja de tener conciencia de sus días y noches.
Y en ningún momento se trata de que el enfermo depresivo pierda, digamos, el interés de vivir, sino que las funciones químicas de su cuerpo dejan de producir electricidad. Se desactivan.
CINCO. La familia sufre mucho
En ambos casos, la familia sufre. Y mucho, porque se pierde la comunicación humana. En un caso, el Alzheimer, la inconciencia. Y el otro, la depre, el aislamiento.
Entonces, solo resta que la familia permanezca unida para que entre todos apoyen y además de estar pendiente de la calidad de vida del enfermo, se auxilien entre ellos porque el desgaste emocional (y económico) es canijo.
Lo de menos es internar al enfermo en un asilo. Pero, primero, cuesta, y mucho. Y segundo, si el paciente es incapaz de valerse por sí mismo es rechazado.
Lo más grave es cuando el enfermo tiene un hijo único porque el mundo se desbarata.
Y si su ingreso mensual es bajo, entonces, muchísimo peor.
Y más porque a la hora de la desventura, hasta los familiares cercanos suelen, y por desgracia, desaparecer, y/o en todo caso, dan por ahí una ayudadita… “de dientes para afuera”, argumentando, por ejemplo, un ingreso precario.
Nadie viene al mundo para ser infeliz, pero, caray, la vida está llena de días y noches torrenciales.
Por eso, el sicólogo dice que la felicidad total y absoluta es una utopía, y en todo caso, se reduce a un montón de ratitos felices que pueden acumularse y guardarse para vivir del recuerdo y la nostalgia.