Luis Velázquez | Expediente 2021
16 de junio de 2021
Durante dos años y un semestre, López Obrador, el presidente de la república, ha ejercido el poder con una mayoría calificada en el Poder Legislativo. Pero el 6 de junio quedó acotado. Ganó, cierto, la mayoría simple. Y si los ciudadanos de a pie le pusieron límites al poder presidencial, entonces, a partir de ahora si continúa con la misma aspiración, entonces, ni modo, habrá de negociar con los diputados federales de oposición.
Incluso, ya envío el primer mensaje. Sería, dijo, con los priistas.
Luego, amplió su perspectiva. O con otros partidos, sostuvo.
Y es que, y por ejemplo, para reformar la Constitución necesita, dice la ley, mayoría calificada.
Y una de las grandes reformas en el palenque público, incluso, llega a la reelección, igual, igualito que su héroe patrio, Benito Juárez, quien glotón y engolosinado con el poder decidió reelegirse por quince años y en cada nuevo periodo constitucional muchos Ministros de Estado, “aquellos hombres que parecían gigantes” como decía don Alfonso Caso, le fueron renunciando.
Entre ellos, los siguientes: Ignacio Ramírez, Santos Degollado, Ignacio Manuel Altamirano, José María Iglesias, Manuel María de Zamacona, Guillermo Prieto, Francisco Zarco y hasta Melchor Ocampo, el amigazo que lo acompañara en una mazmorra del castillo de San Juan de Ulúa donde los enviara presos Antonio López de Santa Anna, y en donde también privara de su libertad a El Nigromante.
Nunca Jesús Reyes Heroles, el último ideólogo de la revolución mexicana nacido en Tuxpan, cedió a la tentación imperial y faraónica del presidente Gustavo Díaz Ordaz de aceptar la candidatura presidencial.
Pero, bueno, no todos los políticos son como don Jesús.
Con la derrota impresionante en la Ciudad de México, con la victoria apretada en las once gubernaturas y con la pérdida de unos 45 diputados federales en el próximo Congreso de la Unión, a López Obrador, publicó el periódico El País, de España, “le cortaron las alas del maximalismo presidencial”.
Pero su sueño de una mayoría calificada en el Congreso es reto dúctil y posible.
Basta y sobra con embrujar, seducir, cooptar, primero, dijo López Obrador, a los diputados federales priistas… tan frágiles.
Con todo, el ramalazo se consumó en las urnas y bien puede considerarse una victoria pírrica, a partir de que el presidente nunca imaginó tremendo revés.
De cualquier manera, hábil, se declaró “feliz, feliz, muy feliz”.
Hay días, aseguraba Calígula, cuando me siento un dios”.
UN FRENTE TRAS OTRO
Los ciudadanos de a pie pusieron un límite al poder presidencial.
Ahora, luego de tantos meses de que López Obrador ha abierto “un frente tras otro” (El País) y desde las mañaneras ha vapuleado e intimidado a “jueces, empresarios, periodistas, feministas, organizaciones no gubernamentales y rivales políticos” por el pecado mortal y delito de “no plegarse a sus designios”, ya se verá si el chamán se vuelve un presidente sereno, reposado, mesurado, prudente y tolerante y cambia de manera el discurso.
Y es que en su beligerancia y rijosidad, peleador callejero que todavía se cree y siente el líder de los indígenas y campesinos de Tabasco en caminata de Villahermosa a la Ciudad de México en contra de Pemex, como jefe del Poder Ejecutivo Federal ha apostado y sigue apostando a la discordia en vez de la concordia todos los días y a toda hora.
Más porque como presidente de la república tiene de su lado el aparato gubernamental para hacer y deshacer a su antojo.
La población electoral ya le envió un mensaje concreto, específico y macizo.
La demoledora derrota de MORENA en la Ciudad de México con las nueve alcaldías perdidas…
Y derrota que estremeció y acalambró más a la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, su preferida como candidata presidencial para el año 2024…
Y derrota electoral que se empalmó con el derrumbe del Metro de la Línea Doce… significan mensajes reveladores de que el presidente necesita un cambio de actitud y filosofía política simple y llanamente, y como él mismo dice, “porque el pueblo manda”.
Quizá, claro, sea demasiado “pedir peras al olmo”.
Horas después de las derrotas de MORENA en la Ciudad de México, López Obrador empezó el rafagueo contra sus adversarios, enemigos y conservadores, inculpándolos de la derrota de Sheinbaum.
Incluso, se fue hasta contra los pobres beneficiados con los doce programas sociales.
El 6 de junio se abrieron “fracturas profundas y peligrosas”.
AMLO, RESPONSABLE
Además, está el otro saldo gravísimo. El asesinato de 96 (noventa y seis) candidatos a presidentes municipales y diputados locales y federales en el país. Veracruz, campeón en la violencia electoral.
El senador Dante Delgado Rannauro, su examigo y gurú del Movimiento Ciudadano, se lo recriminó luego de que mataran a uno más de los candidatos de su partido político.
“No soy culpable”, reviró López Obrador, pero acepto ser responsable.
Y, bueno, en ningún momento Dante lo acusó de culpable, sino de que como presidente de la república está obligado a garantizar la seguridad en el llamado Estado de Derecho.
Y si los carteles y cartelitos y la delincuencia común se han recrudecido y ejercen el poder, como dice el gobierno de Estados Unidos, en el 75 por ciento del territorio nacional, entonces, hay un responsable y se llama Andrés Manuel López Obrador, como antes se llamaba Enrique Peña Nieto y antes Felipe Calderón Hinojosa.
El oleaje embravecido de violencia en la campaña electoral fue sin precedente. Nunca los malandros habían asesinado a 96 políticos. Y es el presidente de la república, el chamán, el tlatoani, el tótem, el mandamás, el responsable “de poner coto a las organizaciones criminales más virulentas”.