- Ricardo Anaya, presidente nacional del PAN, es visto como una persona desleal (le dio la espalda a los dos políticos que impulsaron su carrera: Francisco Garrido Patrón y Gustavo Madero), pero ahora, además, ha empezado a llenar los puestos directivos del blanquiazul con personajes de mala fama, señalados por actos de corrupción. La propia reputación del dirigente panista está en entredicho mientras no aclare a satisfacción el uso de los mil millones de pesos del Programa de Acción Comunitaria que manejó en Querétaro.
Álvaro Delgado
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Ricardo Anaya no sólo terminó de mala manera con Gustavo Madero, quien lo encumbró como presidente del Partido Acción Nacional (PAN), sino con el otro impulsor de su vertiginoso ascenso político: Francisco Garrido Patrón, exgobernador de Querétaro.
Con Garrido, Anaya vivió una década en la cúspide del poder: fue funcionario juvenil municipal de la capital queretana y luego, durante un sexenio fue el poderoso secretario particular del gobernador; como tal manejó los mil millones de pesos del Programa de Acción Comunitaria (PAC) para repartir entre los pobres los dos años previos a las elecciones.
Y aun cuando el PAN perdió el gobierno estatal en 2009, de cuya derrota fue responsable como coordinador general de la campaña, Anaya garantizó su futuro como diputado local plurinominal, coordinador de la bancada y –ya distanciado de Garrido Patrón– presidente estatal de su partido.
Lo que sí hizo Anaya fue estrechar su relación con la exesposa de Garrido Patrón, Marcela Torres Peimbert, senadora desde 2012 e integrante del órgano electoral que organizó la elección interna en la cual resultó electo.
Pero Anaya no sólo está asociado a la deslealtad, sino a señalamientos de corrupción.
Luego de su paso por el gobierno, Anaya acumuló un patrimonio de más de 10 millones de pesos: En enero de 2011 tenía cinco millones 800 mil pesos en cuentas bancarias y valores bursátiles, así como una casa de 521 metros cuadrados valuada, según él mismo, en 4 millones 300 mil pesos.
Un dato curioso: Anaya no compró la residencia con su dinero, sino –en un caso parecido al de Enrique Peña Nieto– la recibió en “donación”, en marzo de 2005, según declaración patrimonial que rindió al iniciar el cargo de subsecretario de Turismo, en 2011, y que ocultó al año siguiente.
Y es que, desde que manejó los mil millones del PAC –para repartir materiales de construcción, insumos de mejoramiento urbano y hasta tinacos–, ha estado bajo sospecha de haberse beneficiado ilegalmente de esos recursos.
El senador con licencia Francisco Domínguez Servién –ahora gobernador electo de Querétaro– aludió a ese tema en 2013, cuando Anaya y el también diputado federal Marcos Aguilar, alcalde electo de Querétaro capital, lo criticaron por el manejo de recursos como tesorero del Senado, en el contexto del choque entre Madero y Ernesto Cordero.
“Marcos Aguilar habla de transparencia y Ricardo Anaya que manejó mil millones del PAC, que transparenten los recursos de diputados federales (sic)”, escribió Domínguez en su cuenta de Twitter.
Otro ejemplo: la exdiputada federal Raquel Jiménez Cerrillo, compañera de bancada de Anaya, declaró públicamente que éste se fue de Querétaro “huyendo de unos periodicazos” sobre el manejo supuestamente irregular de los mil millones del PAC.
La sospecha se robusteció cuando, en 2011, fue detenido el defraudador Javier Bosque Urquiza, quien aseguró que Anaya, siendo secretario particular de Garrido, “me prestó 8 millones de pesos, parte en cheque y parte en efectivo”, pero sólo le devolvió “como 800 mil”.
Anaya publicó un desplegado para decir que sólo le entregó 800 mil pesos para invertir y que esa cantidad le fue devuelta en diferentes fechas.
Apenas en enero de este año, cuando como presidente interino usó los tiempos oficiales del PAN para promoverse con la bandera de la anticorrupción, un grupo de prominentes panistas de Querétaro emitió un comunicado para contradecirlo.
“Ricardo Anaya se autopromueve como paladín de la lucha anticorrupción, pero quienes lo conocemos sabemos que es sólo un discurso muy lejano de actos concretos de congruencia. Su proceder, por el contrario, es testimonio del uso de las instituciones para beneficiarse a sí mismo”.