Por José Ignacio Lanzagorta García
Probablemente es un cúmulo de enojos y una gran incertidumbre. Una administración que ronda los 20 puntos de aprobación en las encuestas sólo puede dar cuenta de esa acumulación. Y en ese contexto es que se les ocurre anunciar la madre de todos los gasolinazos. Y al final de la época decembrina. Y luego de días de desabasto de gasolina en la zona central del país. Pero pues es que a veces parece que la estrategia gubernamental es el bullying a la nación. Entre la invitación a Trump a Los Pinos (y encima ponernos de canciller al que tuvo la brillante idea de invitarlo), el regaño que nos propinó la Gaviota por la casa blanca y el largo etcétera. Con eso arrancamos el año: carreteras cerradas, saqueos, violencia y dudas, muchas dudas.
A estas alturas del sexenio pasado, en 2011, el panorama era bien distinto. El país continuaba en la recuperación de la crisis de 2009, estaba sumido en la más cruda de las violencias –a la que parece que nos estamos volviendo a acercar, al menos, en números-, la agenda de reformas seguía siendo una fantasía congelada y sabíamos que el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, sería el candidato presidencial más fuerte del siguiente año, junto con López Obrador.
Enrique Peña Nieto era la promesa de lo que el panismo no podía hacer –en buena medida porque el priísmo lo bloqueaba en las cámaras- o no podía hacer bien. Pero nada sería muy distinto. Su lema era, recordemos, sólo la eficacia. El país iba a llegar a 2012 con tres opciones: dos alternativas de continuidad y una de ruptura. Y, como suele decirse, la elección en el Estado de México, celebrada siempre un año antes de la presidencial, sirve de antesala para fijar posiciones. Ese año Eruviel Ávila ganó de forma aplastante con 40 puntos por encima de Alejandro Encinas, el segundo lugar. Con la victoria en el Estado de México, Peña obtuvo el ímpetu que deja la ratificación del partido en la entidad que gobernaba. Y, además, una demostración de habilidad política al permitir que la candidatura la llevara alguien ajeno a su grupo político más inmediato.
En 2012, sin embargo, Peña ganó con menos ventaja que la que las encuestas le daban sobre López Obrador.
Hoy difícilmente imaginamos que el ganador de la elección a gobernador en el Estado de México el próximo 4 de junio lo haga por un margen tan espectacular. A pesar del gran gasto en publicidad e imagen, el gobierno de Eruviel Ávila enfrenta una evaluación bien complicada en cuanto a seguridad pública. Además, y a juzgar por los resultados electorales de 2015, también acarrea una posible mala evaluación sobre el PRI a partir de su desempeño federal y en otros estados. Aun así, las últimas encuestas, como la de diciembre en El Financiero, muestran la preferencia –o estructura- electoral sobre ese partido como la más alta, salvo cuando se pregunta por posibles candidatos concretos, donde una Josefina Vázquez Mota, por el PAN, derrotaría aunque todavía dentro del margen de error a un Alfredo del Mazo del PRI.
En cualquier caso, si la elección mexiquense de 2011 nos servía para medir la fuerza que podría representar Peña Nieto en 2012, este año nos servirá de observatorio de otras cosas. El resultado de la elección será tan importante como el trayecto: las incertidumbres, las violencias, las protestas, el gasolinazo, Trump. La política mexicana, a lo largo de los próximos meses, estará sujeta a muchas reconfiguraciones basadas en choques, tanto internos como externos, y la elección estatal con el mayor padrón del país podría servir como un foco para articularlas o, incluso, como plataforma para el surgimiento o consolidación de liderazgos rumbo a la elección presidencial.
Hace seis años no es que al panorama fuera claro, pero parece que nos jugábamos menos. El malestar por el gasolinazo evidentemente responde a una nueva presión económica que enfrentarán las clases medias mexicanas, pero también a la sensación de desamparo. El peso simbólico de enterrar ese modelo de estado, de nación, que se inauguró en 1938 no es menor. Se acabó: el petróleo no es un abundante bien del estado sobre el que todos los “socios” obtenemos un precio preferencial. Pero es, sobre todo, que esta tan largamente anunciada muerte ocurre en ausencia de un nuevo paradigma de nación que prometa (no sé si) algo mejor, pero al menos algo distinto. Ocurre bajo un gobierno disminuido, sin rumbo y sin aprobación; y en un entorno internacional sumamente amenazante e incierto; en ausencia del surgimiento o consolidación de nuevos liderazgos políticos con contenido, con proyecto.
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Ojalá la elevada competencia electoral que se anticipa para el Estado de México sirva como catalizador para despertar a la clase política mexicana. El país lo necesita, el mundo lo exige.
José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social
Twitter: @jicito
con información de sopitas.com