- Satanizado por líder priista
Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- 1
De todo ha sido señalado y acusado Javier Duarte.
Entre los epítetos y delitos endilgados, le han llamado corrupto, deshonesto, pillo, ladrón, saqueador, mentiroso, estafador, etcétera.
Pero el peor de los agravios que el pobrecito fugitivo de la justicia ha recibido es el siguiente:
Asesino.
A/se/si/no.
Y en ningún momento fue, digamos, un panista o un perredista recalcitrante, sino por el contrario, un priista.
Y ni más ni menos, el presidente del CEN del PRI, Enrique Ochoa Reza.
Fue el miércoles 18 de enero (Reforma, Claudia Guerrero, página 11).
El también líder de los taxistas de la Ciudad de México, pues es concesionario de cincuenta unidades, pidió a la Procuraduría General de la República, PGR, y al gobernador de Veracruz, que Duarte sea juzgado “como asesino por la aplicación de quimioterapias falsas a menores enfermos de cáncer”.
Claro, de ñapa, también dijo que es un corrupto.
Un criminal, remachó.
Asesinos, claro, Augusto Pinochet, Rafael Videla, Rafael Leónides Trujillo, Idi Amín, Omar Gadaffi, Adolf Hitler, Benito Mussolini, Francisco Franco y José Stalin, entre tantos otros “próceres” de la historia.
Pero si Duarte también ha ido incluido en la galería de asesinos del mundo, caray, durante seis años tal cual ejerció el poder y gobernó Veracruz, y los 8 millones de habitantes del territorio local hemos de agradecer a un Ser Superior que con todo sobrevivimos a la hecatombe aquella.
Claro, cientos, miles de hogares están enlutados por la lista interminable de secuestrados, desaparecidos, asesinados y sepultados en fosas clandestinas, por lo que los familiares agraviados interpusieron una denuncia penal en la Fiscalía por desaparición forzada… en su contra y en contra de Arturo Bermúdez Zurita.
Y desaparición forzada, porque en el duartazgo parte de las corporaciones policiacas con los mandos medios y el jefe máximo, el secretario de Seguridad Pública, estuvieron al servicio de los carteles y cartelitos, a quienes entregaban las personas plagiadas.
A cambio, desde luego, del billete, el billete fácil.
Pero según el líder del tricolor, el hecho de que Duarte y compañía, los secretarios de Salud y aliados hayan aplicado quimioterapias falsas a los niños enfermos de cáncer y las medicinas clonadas a enfermos de VIH, caray, se trata del peor “delito de lesa humanidad”.
A/se/si/no.
En tal terminó Javier Duarte, a quien Enrique Peña Nieto puso como símbolo de la nueva generación política y a quienes sus condiscípulos adoraron al máximo, como por ejemplo, Érick Lagos Hernández, Jorge Carvallo Delfín, Adolfo Mota Hernández, Alberto Silva Ramos, Anilú Ingram Vallines, Vicente Benítez González, Betty del Toro, Antonio Tarek Abdalá y Juan Manuel del Castillo, además de una legión interminable de apologistas mediáticos.
“Me parece atroz. Duarte es un criminal”, dijo Enrique Ochoa Reza.
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Mientras el secretario de Salud federal ha rechazado que por lo pronto, en la investigación aplicada hayan comprobado los casos de quimioterapias falsas a niños con cáncer, para el gobernador hay pruebas suficientes.
Tan es así, que su secretario de Salud interpuso denuncias penales contra sus antecesores, tanto en el fidelato como en el duartazgo, en que ninguno se salva y ya habrá tiempo por delante, de aquí al 4 de junio, fecha de la elección de presidentes municipales, para ventilar más el asunto en los medios y esperar el dictamen del Fiscal de los calcetines multicolores.
Pero entre tanto, desde hace casi un mes, el presidente del CEN del PRI ya juzgó a Duarte como “un criminal atroz, un asesino”.
Y no obstante, ningún duartista, y más aquellos beneficiados con el enriquecimiento ilícito, levantó la voz para defenderlo.
Ni siquiera, vaya, sus diputados federales en el Congreso de la Unión, su cuarteto de guardias pretorianos (Lagos, Carvallo, Silva y Mota) que siempre lo blindaron ante los demás, dueños de su tiempo y espacio y de sus neuronas, su corazón, su hígado y hasta de su sexo.
Tampoco los abogados de Duarte interpusieron una denuncia por daño moral en contra de Ochoa Reza.
Y Fidel Herrera Beltrán, su maestro en política y en la vida, sólo reviró diciendo que cada quien es culpable de sus actos.
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Mucho, demasiado, excesivo daño causó el prófugo para su partido, el PRI, al que será difícil remontar en las elecciones de alcaldes de este año y de diputados locales y federales, senadores, presidente de la república y gobernador del año entrante.
Y de confirmarse lo que la Yunicidad sostiene, si la PGR lo busca por enriquecimiento ilícito, peculado, lavado de dinero, delincuencia organizada e incumplimiento del deber, ahora, le agregarán un nuevo delito como la aplicación de quimioterapias falsas.
Es decir, por asesinato.
Y de ser así, la guillotina arrasará con la cabeza de sus cómplices, entre ellos, los secretarios de Salud que con sumisión aplicaron las órdenes y se prestaron al trastupije y en vez de denunciar y renunciar los hechos, ahí siguieron.
Y por añadidura, otros funcionarios más, digamos, los directores de Salud y hasta los directores de los hospitales públicos correspondientes…por el delito de negligencia contemplado en la Ley de Responsabilidades de Funcionarios Públicos.
En el sexenio anterior, las elites políticas, sociales, económicas y mediáticas peleaban por estar cerca de Javier Duarte y merecer sus favores.
Ahora, todos con la cabeza agachada para que nadie los relacione con “el asesino” de palacio.