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Azucena salió por su hija y ya no regresó

El Piñero

•Joven madre de Tlapacoyan deja dos hijas en orfandad después de haber sido atacada y desaparecida; su o sus asesinos la dejaron semi enterrada cerca de su casa
•Los pobladores se amotinaron y tomaron la carretera para reclamarle a la alcaldesa panista/perredista, a quien acusan de tener policías que sólo detienen borrachos
•Azucena y las otras chicas se suman al saldo funesto en Veracruz: durante los primeros cuatro meses del 2018, 59 homicidios contra mujeres, de los cuales 35 podrían ser feminicidios

Ignacio Carvajal/Enviado
Tlapacoyan

​Familiares de María Azucena Méndez Bonilla, localizada sin vida el domingo pasado en un lote baldío, cerca de su casa, reclaman justicia a las autoridades para dar con el agresor de la joven madre.
Desde el patio de una humilde casa, donde aún se percibe el aroma de las flores que trajeron a la difunta, a unas horas de haber sido entregada a la tierra, los deudos también piden que se dé con el asesino de dos mujeres localizadas horas antes que María Azucena Méndez Bonilla.
Las víctimas se suman a las 59 asesinadas en Veracruz durante el primer cuatrimestre del 2018, de las que 35 encuadran dentro del feminicidio, según datos del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres de la Universidad Veracruzana.
La prensa es atendida por el esposo de la finada, un joven albañil que acaba de llegar de los Estados Unidos, “me tuve que regresar por todo esto, apenas estoy viendo que pasó”, dice mientras corre de un lado a otro llevando comida a los presentes en el rezo de su amada.
No quieren dar a conocer sus nombres, la familia y los deudos igualmente piden anonimato.
Están molestos pero también temen, pues las calles en Tlapacoyan no son las mismas de hace tres años.
Los asistentes al funeral relatan que años atrás, el pueblo era conocido por su tranquilidad, ahora, la violencia reina en la vía pública.
Hace apenas unas semanas, le dieron muerte a un taxista, le dieron el tiro de gracia.
Días atrás, en plena plaza pública, un hombre fue asesinado, a unos metros de la comandancia de la policía.
Y un mes antes, en la zona centro, un comerciante fue encontrado sin vida, y con señales de violencia en su casa.
Los responsables de esa violencia, relatan, son identificables. Los deudos no dudan en señalar a las autoridades, en especial, a quienes han ocupado la Presidencia, del abandono el cual se hunde Tlapacoyan.
Por eso, la noche del domingo, horas después de darse la noticia de la muerte de María Azucena, el pueblo no dudó en amotinarse y tomar la carretera federal, más, al saberse que la tercera víctima de la semana no se había ido de fiesta.
María Azucena no andaba paseando.
Tampoco se había ido del hogar para buscar alguna aventura, como suelen justificar las autoridades.
La joven madre había salido de casa a buscar a una de sus hijas, jamás regresó de vuelta.
Enardecidos por la tercera mujer asesinada en el fin de semana más sangriento en la historia del pueblo, los habitantes de la colonia Valle Verde expresaron su malestar contra el gobierno, en especial contra la alcaldesa, Ofelia Jarillo Gasca, quien llegó a la Presidencia por la alianza PAN-PRD.
Desde el anonimato, entrados en cervezas para olvidar la tristeza por la pérdida de la joven Azucena Méndez Bonilla, los colonos de Valle Verde reprochan la indolencia de la Presidenta, pues no cuenta con suficientes elementos para garantizar la seguridad ni ha mostrado voluntad de buscar reforzar la vigilancia para sus gobernados.
48 horas antes de la desaparición de Azucena Méndez, fueron localizadas sin vida las dos jóvenes identificadas como Yunerri Bravo Reyes y Yani Bocarando Sánchez, ambas habían sido denunciadas como ausentes por sus seres queridos.
Aparecieron en un rancho limonero en las afueras de Tlapacoyan, las dos presentaban señales de violencia sexual y estaban semidesnudas.
La muerte de esas dos mujeres despertó el temor entre los pobladores de Tlapacoyan, pero el caso de María Azucena Méndez, lanzó a los vecinos al piquete en la carretera federal, incluso, algunos marcharon a donde encontraron su cadáver, muy cerca de su domicilio, atrás del COBAEV de la cabecera.
María Azucena, según las versiones de las autoridades, apareció semi enterrada, con señales de violencia.
Ella deja en la orfandad a dos niñas, a quienes se mira corretear, inocentes, en la sala donde horas antes yacía el féretro con su mami. Junto al altar en el cual únicamente se mira la foto de la finada.
“Había salido a las 6:00 de la tarde a traer a su hija y hasta el momento no tengo noticia de ella”, se lee en una cadena de redes sociales hecha por su madre para pedir ayuda para localizarla, apoyándose en Facebook.
La joven vivía en casa en proceso de construcción que estaba levantando desde EU su esposo. “Yo le dije, cuando nos casamos: ella nunca iba a trabajar, todo lo iba hacer yo, ella de su casa a buscar a las hijas, y así iba hacer. Así era.
“Yo soy el que trabaja, el que ve por ellas, ella no toma, no fuma, no nada, ni un vicio, yo de por sí luego me echo mis copas, y ella se enojaba, ella no era mala persona”, cuenta el esposo.
El joven trabajador  se fue a buscar el sustento, pues en la región, no hay fuentes laborales. El plátano, el cultivo más representativo en la cabecera, y la principal fuente de empleo, están por los suelos. Apenas la semana pasada los productores de la fruta tomaron una báscula y protestaron por los bajos costos, menos de 50 centavos por kilo, aunque en las cadenas comerciales, se le vende diez veces más caro.
Tlapacoyan cuenta con unos 54 mil habitantes, indican datos del INEGI, además, es incierto el dato sobre el total de paisanos que huyeron del hambre, la miseria y el desempleo rumbo a la frontera norte.
“Acá si uno se tiene que ir porque acá no hay nada, pero esa es otra, de qué sirve que te vas al otro lado, dejando todo atrás, si luego van a venir unos delincuentes a quitarte todo, ya acá secuestran al que sea, al que le puedan quitar algo”, relata otro.
Es la inseguridad, precisamente, lo que se oye, palpa y se siente, como el combustible que incendió al pueblo. La gente lo sabe. “Vaya a cada casa, pregunte si fueron a la protesta, le dirán por qué: porque a cada rato hay secuestros y extorsiones por acá”.
La colonia Valle Verde es un entramado de callejones y callecitas sin pavimento, donde el agua de lluvia corre libremente y genera lodo y agujeros. En algunas zonas se nota que apenas están metiendo la luz. El lugar por la noche parece la boca de la fiera, y así la cabecera en General, la alcaldesa Panista citada no ha sido suficiente, por ejemplo, para colocar alumbrado público en la zona centro.
Los negocios se miran cerrados después de las siete de la noche, reconocen los pobladores a que es al alto nivel de inseguridad. Recuerdan que hasta 2016, se contaba con una base móvil de la Secretaría de Marina Armada de México así como de la Fuerza Civil. Varios han bajado las cortinas definitivamente ante el acoso de los extorsionadores.
“Como nadie les hace nada, les vale, extorsionan, y si los agarran, pagan algo, saben que van a salir.
“Ahora sólo tenemos a esos policías (municipales) que son borracheros, les roban los zapatos si son buenos y les quitan el dinero. Pobre del borracho que caiga en sus manos”, dice un familiar de la finada.
Los colonos atribuyen el incremento de la violencia, a la falta de vigilancia y presencia oficial. “Si vas a la comandancia, ahí ves a los policías durmiéndose, acá sentimos que nos dejaron solos, no hay seguridad”, remacha.

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