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Barandal: El poder enloquece y embrutece

El Piñero

 

Luis Velázquez

22 de febrero de 2018

 

ESCALERAS: El saqueo de Javier Duarte y los suyos al erario de Veracruz fue, es, inverosímil. El saqueo sin límites. La codicia. La ambición sin freno. El cinismo puro.

Pero peor, mucho peor es la desaparición forzada. En las noches levantaban a un joven únicamente porque caminaba en la calle hablando por el celular, bajo la sospecha de que era narco. “Halcón”. Detenían a las mujeres y las violaban. 8 policías ultrajando a una señora de 17 años, mientras otros daban toques eléctricos a su bebe. Las desapariciones en los retenes.

Muchos ciudadanos se preguntan, entonces, y como el reportero Zavalita en la novela “Conversación en la catedral”, de Mario Vargas Llosa, el momento en que Duarte y compañía, anexos y conexos, descarrilaron. Y creyeron que la gubernatura era un boleto para la corrupción en todos los órdenes.

Un sicólogo, un siquiatra y un neurólogo consultados sobre el tema documentan la posibilidad de una explicación, a partir de los siguientes hechos.

 

PASAMANOS: Uno. Un gobernador, cualesquiera, encarna mucho, demasiado, excesivo poder. Un politólogo francés decía que el poder absoluto corrompe de manera absoluta.

Por ejemplo, un góber es jefe del Poder Ejecutivo, jefe de los poderes Legislativo y Judicial, jefe de las finanzas, jefe de las corporaciones policiacas, jefe de los penales, jefe de la vialidad, jefe nato de su partido político, jefe de parte de los medios, jefe de parte de las cúpulas empresariales, jefe de los líderes sindicales y caciques municipales y regionales.

Dos. Dueño del poder, un gobernador enloquece. Todos los días, el halago del gabinete legal y ampliado. Y de los bufones. Y de las barbies. Las barbies, “tiradas a su piso”. Javier Duarte, por ejemplo, panzón y voz tipluda, decía que él “como gobernador se había vuelto sexy”. Y las mujeres, ajá, le sobraban.

Y cuando un político tiene corifeos así a su lado está a un centímetro de sentir que el Señor Todopoderoso es poca cosa a su lado. “Después de Dios, decía un político, yo”.

 

CASCAJO: Tres. Un día, el góber sufre una transformación. Y quiere más y más y más. Más poder. Más dinero. Más propiedades. Y sigue acumulando, sin que nadie lo frene. Todos (el ORFIS, la Comisión de Vigilancia del Congreso, la Contraloría, SEFIPLAN, los auditores internos y externos, los directores administrativos de cada dependencia, etcétera) son sus empleados. Saben que del jefe máximo depende su destino social y bienestar económico.

Cuatro. Un día, cuenta el historiador Gregorio Marañón en su libro “Tiberio, historia de un resentimiento”, ya nada queda en su reino para seguir coleccionando poderes y riquezas. Entonces, el político se convence de que su equipo lo está traicionando. Ninguna certeza tiene de un sospechoso. Y sospecha de todos. Y cree que todos lo traicionan.

Cinco. Entonces, utiliza su equipo de guardias pretorianos para espiar. Y si es necesario, para matar. Asesinar. Desaparecer. Aniquilar. Y arrasa parejo. Incluso, hasta con sus barbies, sus corifeos, sus eunucos. Su familia, vaya.

Seis. Fuera de control se alía con otras personas. Entre ellos, y por ejemplo, la delincuencia organizada. Los malandros. Los traficantes de droga y de seres humanos, autores de secuestros y desapariciones. Y a cambio de “dejar hacer y dejar pasar”, recibe, además, comisión millonaria.

Por ejemplo, los casos más sonados en México, con trascendencia internacional, los ex gobernadores priistas de Tamaulipas, Tomás Yarrington (preso en Italia, listo para la deportación), y Eugenio Flores Hernández (preso en Tamaulipas), ambos, acusados de asociación delictuosa con los narcos y quienes (está publicado) le habrían financiado con dinero millonario en dólares.

 

RODAPIÉ: Siete. Para entonces, los derechos humanos le valen. La única prioridad es el enriquecimiento ilícito. Dinero llama dinero. Riqueza, riqueza. Fortuna, fortuna. Y más, si el sexenio se aproxima a su fin.

El saqueo y la desaparición forzada (alianza de políticos, policías y malosos) alcanzan dimensión estelar.

Y es que a tales “alturas del partido” se han vuelto insaciables. Además, cínicos. Arrogantes. Soberbios. A nadie, pues, escuchan. Sólo se oyen ellos mismos. Y quienes los cuestionen son unos traidores.

Ocho. En el viaje sexenal formaron círculos. Primer círculo del poder. Segundo. Tercero. Diferentes niveles, asociados, por ejemplo, con el gabinete legal. Pero también, con los amigos, digamos, de la infancia y la adolescencia. Los compadres “a prueba de bomba”. Aliados, pues, adentro y afuera del gobierno. “Que tu mano derecha nunca sepa lo que hace la mano izquierda”.

Nueve. Una estrategia más es aliarse con los jefes máximos. Los tótems. Los tlatoanis, por ejemplo, del altiplano. Salpicar, cierto, para abajo, pero más, mucho más, para arriba. Comprar, pues, el silencio. Más allá de la amistad, nada integra a los hombres que la complicidad.

Con todo, claro, y que los únicos que traicionan en la vida son los amigos.

Más aún: conscientes y seguros todos, y más el gobernador en turno, que la traición forma parte consustancial de la naturaleza humana de los políticos.

 

POSTES: Tal fue el viaje esotérico de Javier Duarte en los seis años de su periodo constitucional.

Unos dicen que en el Fidelato era un hombre bueno, con todo y el poder incalculable que tuvo como subsecretario y secretario de Finanzas y Planeación.

Pero de la curul federal a la gubernatura sufrió un cambio radical.

Haya sido el poder político acumulado, o los amigos, o las barbies, o la familia, o los corifeos y lacayos, o la prensa aplaudidora, etcétera, o todo junto, y/o la proclividad de su alma a la megalomanía, despertada la codicia sin límites, se creyó dueño del día y de la noche y del destino común.

Hizo y deshizo. Saqueó con los suyos el erario. Pero lo que nunca “tendrá perdón de Dios” es la desaparición forzada de personas, como la señora de 17 años que luego de que su marido, de 18 años, fue asesinado, ocho policías la ultrajaron mientras otros daban toques eléctricos a sus bebés.

Y la desaparición de personas en los retenes policiacos.

Fidel Castro decía que la historia lo absolvería. A Javier Duarte y los suyos nadie los absolverá. Y antes, mucho antes de que los jueces dictamen sobre los delitos de lesa humanidad, la historia los ha condenado.

Si el infierno existe, allá terminarán sus vidas. A ver si Luzbel, tan quisquilloso y rejego que es, los acepta.

 

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