Luis Velázquez | Escenarios
29 de junio de 2021
UNO. El primer amor
Mireya envía una historia, quizá la suya:
“Eramos jóvenes. Y teníamos 16 años. Y cursábamos el bachillerato. Y éramos vecinos.
Y todas las tardes, a las 3pm, íbamos juntos a la escuela. Y hacia las 10 de la noche, cuando salíamos del salón de clases, también caminábamos juntos a casa platicando del día con día.
Incluso, en el receso entre clase y clase, siempre nos buscábamos para seguir platicando, inagotables que eran los temas.
Una tarde tibia, pringando, suspendidas las clases regresamos juntos a casa y de pronto, descubrimos que caminábamos con las manos entrelazadas y apenas, apenitas, lo habíamos advertido.
DOS. Se fue sin decir adiós
En la puerta de mi casa nos dimos el primer beso. Fue un beso tímido.
Entonces, sentimos, creímos, que éramos pareja.
Pero aquella experiencia y vivencia impetuosa y volcánica únicamente duró, aprox., una semana.
Una semana después, él y su familia desaparecieron del pueblo. Se fueron en la madrugada. Sin decir adiós. Sin avisar. Sin dejar una cartita, un recadito, por debajo de la puerta. Sin despedirse de nadie.
Fue hace unos sesenta años. Y desde entonces, nunca, jamás, ha transcurrido una semana, un día, una tarde tibia, sin que lo haya olvidado.
TRES. Regiones sombrías de la vida
Era alto y delgado y era moreno moreno. Y tenía una cabellera larga.
Y tenía los ojos grandes con pestañas gigantescas. Y su sonrisa era radiante y desde entonces ha iluminado todas las regiones sombrías de la vida en el día y en la noche, pensando siempre en su destino.
CUATRO. Amar en silencio
Yo también migré del pueblo. Pero cada vez que visitaba a mi familia preguntaba a mi madre si tenía alguna noticia por ahí de él y su familia.
Y siempre, para mi desventura, la misma respuesta, ya sabida. Ninguna pista. Ninguna señal. Ninguna paloma mensajera.
Ni siquiera, vaya, un recadito a sus amigos de la escuela primaria y secundaria y el bachillerato.
Nunca él habló en aquellas pláticas inacabables de un infortunio, un temor, un miedo, una pesadilla, un fantasma en la vida familiar.
Se fue del pueblo como el desprendimiento de un puñado de arena que retorna al mar.
Y más allá de aquel beso tímido y tierno nunca le dije que lo amaba en silencio.
CINCO. Su recuerdo en otros lados
Como es natural en la vida tuve otras relaciones. Mi corazón agarró camino con otra pareja.
Pero nunca, jamás, jamás, jamás, lo he olvidado.
Incluso siempre he buscado su recuerdo en otros lados. Ya sea una sonrisa parecida. Una cabellera larga. Unos ojos asombrados y azorados mirando los días y las noches. Aquella forma deliciosa y sabrosa que tenía de caminar y mover las caderas.
Y de quedarse callado, zambullido en la nostalgia, mirando a los demás a la hora del receso en la escuela.
SEIS. Muerta en vida…
Un día, en la madurez, viajé a un pueblo en Oaxaca atrás de su pasado. Fue una locura, mejor dicho, una desesperación por encontrarlo, porque únicamente tenía su nombre, Esteban, pero sin apellidos.
Menos me acordaba del nombre de los padres y del hermano menor que tenía.
Durante una semana fui al parque en Juchitán y me sentaba en las tardes en una banca a mirar pasar la gente. Fui a la iglesia. Fui al cine del pueblo. Al mercado. A la plaza comercial, buscando, digamos, “al eslabón perdido”. Mi pasado.
Regresé derrotada. Sin razones de peso y con peso de vivir. “Estás muerta en vida” decía mi madre.