Luis Velázquez | Escenarios
05 de mayo de 2021
UNO. Armas políticas
El café y el chocolate son par de armas políticas y diplomáticas para negociar y dirimir pendientes y ganar batallas en la vida pública y privada.
Pero el hábito y la costumbre son tan viejas como la historia de la humanidad.
Por ejemplo, Hernán Cortés decía a Carlos V que con una tacita de café o chocolate, los soldados tenían suficiente energía para dar la batalla en el día con día.
El emperador Moctezuma solía tomarse cincuenta tacitas diarias de café y chocolate y que alternaba con vainilla que le llevaban de Papantla a la vieja Tenochtitlán.
DOS. Virtudes seductoras
Casanova, el gentleman legendario y mítico, decía que el chocolate tiene virtudes seductoras.
Tan seductoras que, por ejemplo, en el Medio Oriente lo servían unas edecanes, de unos veinte años, promedio, a los invitados… pero todas desnudas, considerando, digamos, los atributos lujurientos del aromático.
En su tiempo de esplendor como diputado federal en cuatro ocasiones, Mario Vargas Saldaña, ex presidente municipal jarocho, solía tomarse cuarenta tazas de café en un día a partir de las doce del día cuando se levantaba hasta las 3, 4, de la mañana cuando dejaba de operar.
TRES. Una marimba para tocar
En las oficinas públicas, cuando menos en el siglo pasado, lo primero que ofrecían las edecanes era un cafecito. Por lo regular, negro.
Tiempo después ofrecían un sobrecito con leche y cada quien se lo servía a gusto.
Ofrecido el café en la antesala para esperar el momento de la audiencia, otro café en la audiencia con el jefe máximo.
Y, claro, si la espera se prolongaba, entonces, la persona se tomaba varias tacitas de café, aun cuando en un momento determinado lo suspendía porque entonces quería una marimba para tocarla y amenizar el momento burocrático.
CUATRO. Vaya aguante de Echeverría
Ahora que el ex presidente Luis Echeverría Álvarez reapareció en la fila para vacunarse, 99 años de edad, se recuerdan aquellas jornadas maratónicas que solía presidir y que duraban hasta diez horas y alternando café y agua, nunca, jamás, se levantaba al baño… ni siquiera, vaya, para desentumirse.
Tal era su capacidad de aguante y de control miccionario.
CINCO. Coca-cola en vez de café
El escritor Honorato de Balzac, La comedia humana, quien escribiera más de cien libros y solía viajar para investigar los asuntos de que escribiría, solía llevar consigo su cafetera que él mismo preparaba y servía, a veces, con un pancito comprado en la panadería cercana.
Antes, en el siglo pasado, los políticos se encerraban a dirimir un pendiente y lo solucionaban cien, doscientas, trescientas tazas de café y/o chocolate según el número de personas en la mesa gigantesca.
En contraparte, Carlos Salinas de Gortari, presidente de la república, en vez de tomar cafecito le ponía un líquido más duro y rudo al estómago y su refrigerador estaba repleto de Coca-colas y que solía tomar una tras otra.
SEIS. El ojo pelón
Los cafés, claro, huelen a café y a chocolate algunos. Pero también hay oficinas oliendo a cafecito.
Un amigo de la séptima década huele a café por más y más perfume que desea ponerse, pues desde tiempo inmemorial (perdió la fecha) se tomaba veinte tazas diarias de café.
Unos doctores dicen que con dos cafés basta y sobra en el día. Uno en la mañana, y otro, en la tardecita, pues de lo contrario, la persona puede “pasar la noche con el ojo pelón”.
El mejor agente diplomático del mundo para solucionar problemillas son el cafecito y el chocolatito.