Luis Velázquez | Barandal
UNO. Soldados en la mira
Unos enviados de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, CNDH, anduvieron por aquí. Ellos traen una encomienda: zongolotear el expediente de la muerte de la señora Ernestina Rosario Ascencio el 6 de febrero del año 2007, 73 años de edad, en Soledad Atzompa.
La familia, los hijos y nietos, quedaron inconformes con el dictamen en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa de que su muerte se debía, primero, a una anemia histórica y legendaria, y segundo, a una gastritis.
Ella, como se recordará, fue ultrajada por unos soldados rasos en su paso por un pueblito de la sierra de Zongolica y que le causaron o habrían originado el fallecimiento.
DOS. Estercolero oficial
El caso se exhibe de nuevo en el palenque público después de que los familiares y/o activistas sociales lo pidieron al presidente de la república.
López Obrador, incluso, lo anunció en la mañanera, de igual manera como revisar el crimen de la corresponsal de Proceso en Veracruz, la reportera Regina Martínez.
Y, bueno, Veracruz de nuevo en la cancha nacional. Igual que antes, por los agravios a los derechos humanos.
Pero más, mucho más, debido al presunto estercolero con que ambos casos fueron llevados.
TRES. Felipe Calderón y Fidel Herrera
En el Felipismo, en la sierra de Zongolica quedaron convencidos de que la muerte de doña Ernestina se debió al ultraje multitudinario de los soldados.
Pero entonces, desde la presidencia de la república dieron la orden de proteger al Ejército.
En Veracruz, el gobernador Fidel Herrera Beltrán, tan institucional, acató la disposición.
Ahora, muchos años después, con todo y que el presunto delito fue prescrito, el expediente está abierto.
Quizá los culpables (los actores físicos) y los responsables intelectuales (los actores políticos) eludan la ley.
Pero sería, será difícil evitar el linchamiento político, social, moral y ético.
CUATRO. Billete oficial para activistas
En el Felipismo, una versión más caminó en el tendedero público:
Hubo activistas de la región de Orizaba beneficiados con la muerte de doña Ernestina.
Por ejemplo, líderes que sociales a quienes “untaron la mano” con buen billetito oficial.
Incluso, activistas a quienes, además del billete, les otorgaron varias concesiones de taxis para que le bajaran a su ardor social.
Y hasta donde se sabe si bien se sabe, ahora son los familiares. Incluso, un pariente pidió una beca para nieta de doña Ernestina.
CINCO. Figuras intocables
En el siglo pasado, en los medios existían tres figuras simbólicas con la que ningún trabajador de la información podía tocar “ni con el pétalo de una rosa”.
Uno, el presidente de la república. Dos, el Ejército. Y tres, la Virgencita de Guadalupe.
En el obradorismo ha quedado manifiesta la tendencia. Más poder para el Ejército.
Solo faltaría, vaya contradicción, que la Comisión Nacional de Derechos Humanos siga revisando la muerte de la señora indígena y luego de azarosa rascadura concluyera que, en efecto, la señora murió por una gastritis y una anemia histórica y legendaria.
SEIS. Políticos acalambrados
Por lo pronto, la comisión enviada por la CNDH anduvo por aquí siguiendo pistas que pudieran refrescarse.
Desde luego, acalambraron a varios políticos de entonces, ocupados y preocupados del alcance de la investigación.
Y “haiga sido como haiga sido”, Felipe Calderón Hinojosa como presidente de la república expidió la orden superior “en el país de un solo hombre” y que en Veracruz cumplió “al pie de la letra” el gobernador Fidel Herrera Beltrán.
A partir de ahí, “la moneda sigue dando vueltas en el aire” político. Los estragos son de pronóstico reservado.