- La justicia imputa a dos familiares por el asesinato de un niño de 4 años, en 1984
México.-¿Quién mató al pequeño Grégory? Esa es la pregunta que Francia lleva más de tres décadas haciéndose y que, a pocos meses de cumplirse el 33 aniversario del asesinato de Grégory Villemin, un niño de cuatro años que fue hallado muerto, atado de manos y pies, al borde de un río en octubre de 1984, parece, por fin, a punto de recibir una respuesta. Aunque esta podría ser tan terrible como el crimen en sí: las sospechas vuelven a centrarse, como lo hicieron desde un principio, en los familiares inmediatos del pequeño, varios de los cuales han sido interrogados e incluso imputados esta semana. Francia vuelve a obsesionarse con un crimen que, pese al nuevo giro de las investigaciones, tiene muchos interrogantes.
Marcel y Jacqueline Jacob, los septuagenarios tíos-abuelos paternos de Grégory, han pasado sus primeras noches en la cárcel. Los Jacob fueron imputados el viernes por “secuestro seguido de muerte” por la fiscalía de Dijon, responsable de las investigaciones del crimen que puso en el mapa la pequeña localidad de Aumontzey, en el departamento de Vosgos, en el este del país. Un juez de instrucción deberá decidir esta semana si inicia un proceso contra los ancianos.
Nuevos análisis grafológicos apuntan a que Jacqueline Jacob, que ha guardado silencio desde su detención el miércoles, es la autora de al menos algunas de las cartas con amenazas que recibieron los padres de Grégory, Jean-Marie y Christine Villemin, desde antes de que su hijo fuese asesinado. Tanto Jacqueline como Marcel, que tampoco tienen una coartada sólida para el día del crimen, podrían ser, según la fiscalía, los “cuervos”, como se ha llamado todos estos años a los —hasta ahora anónimos— autores de las numerosas llamadas y cartas de amenaza contra los Villemin, cuyo detonante parece que fue el “éxito” del padre de familia, Jean-Marie Villemin. El entonces joven de 26 años había sido nombrado capataz de una fábrica, algo que no sentó nada bien en un complicado entorno familiar plagado de odios y envidias.
Pruebas débiles
Los abogados de los Jacob han criticado su encarcelamiento. “Están viviendo una pesadilla”, aseguró este sábado una de sus abogadas. La defensa de los septuagenarios alega que no hay ninguna prueba nueva en un crimen que tiene más de 30 años y del que el propio fiscal al frente de la investigación, Jean-Jacques Bosc, ha reconocido que sigue sin saberse dónde y cuándo exactamente murió Grégory.
Sin embargo, Bosc fue taxativo durante su última comparecencia, el viernes: “La gente que participó en el secuestro son los autores del crimen”, sostuvo. Los investigadores están ahora convencidos de que tras la muerte de Grégory hubo varios responsables. Por eso, las nuevas pesquisas no se han limitado a los Jacob.
Una tía del pequeño, Ginette Villemin, también fue retenida durante más de 24 horas, aunque por el momento no ha sido imputada. Y los abuelos paternos de Grégory han sido asimismo interrogados en su domicilio, debido a su avanzada edad.
Un crimen que ha destruido a toda una familia
Los investigadores tampoco descartan, una vez más, que otro familiar, Bernard Laroche, un primo del padre de Grégory y muy cercano a los Jacob, estuviera implicado. Pero no pueden actuar contra él pese a que fue el primer sospechoso detenido y hasta acusado de la muerte del pequeño, solo un mes después de que se hallara su cadáver. Jean-Marie Villemin, el padre de Grégory, lo mató con un fusil de caza en abril de 1985, dos meses después de que Laroche fuera puesto en libertad por la retirada del testimonio acusador en su contra, uno de los muchos giros de una investigación maldita y plagada de errores desde el principio.
Jean-Marie cumplió cuatro años de cárcel por matar a su primo. Pero el drama de los Villemin no acabó allí. La policía también sospechó durante años de la madre de Grégory, Christine, que sufrió un largo calvario judicial hasta que, en 1993, fue declarada “totalmente libre de cargos”. Las nuevas pesquisas han vuelto a sacudir a un clan familiar destruido por las sospechas y acusaciones. Y todo el país contiene el aliento a la espera de ver si esta vez, por fin, se puede cerrar un caso que obsesiona a los franceses desde hace más de tres décadas.
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