Regeneración, 12 de noviembre del 2019. Chile: Se organizan en cabildos, más no recurren a sus legisladores, y en un horizonte común piden un plebiscito para poder crear una Asamblea Constituyente.
Una nueva Constitución que borre de tajo la antigua pinochetista.
Chile, la dictadura que no se fue y el pueblo que despertó.
Por Alina Duarte*
Hay dolores que sanan ya sea con el tiempo o con paracetamol, hay lágrimas que se secan con pañuelos o con el mismo puño que se alza en alto contra el sistema.
Pero qué pasa con esas heridas que nunca cierran, esas que se maquillan, que se abrazan, se cuidan, se acarician por las noches antes de dormir.
Y se les apapacha con una sonrisa por la mañana al despertar pero nunca cierran.
Qué pasa cuando la tortura, las balas, los silencios fúnebres, las memorias de una dictadura que anunció su partida pero jamás se fue duelen a pesar de medicinas y del tiempo.
Duelen como si la herida ni siquiera hubiese intentado cicatrizar.
Esas heridas no han sanado, se han sobrellevado y a veces se escondieron bajo falsas promesas y sonrisas de empresarios y oligarcas.
O detrás de los versos de Víctor Jara o poemas de Pablo Neruda.
El pueblo chileno no ha olvidado, no ha sanado pero tampoco ha dejado de soñar.
Por eso las plazas principales del país se llenan de la rabia juvenil lo mismo que de los recuerdos que dejó una revolución inacabada.
Que pudo ser detenida sólo con bombas y balas con la marca de Washington y de la oligarquía de Chile.
Disparadas contra Salvador Allende y su gobierno de la Unidad Popular en 1973, ese otro 11 de septiembre.
46 años después, salen los jóvenes sin el chip del miedo incrustado en el cuello, se rebelan ante las órdenes del Estado.
Osan violar los toques de queda que en otro momento ni siquiera era posible pensarlo.
Cargan la bandera de Walmapu y derriban todo símbolo colonial, lo quieren construir todo desde el cero.
Mientras tanto, los más grandes, los que piensan más en las pensiones precarias con las que deben sobrevivir, los que siguen trabajando a pesar de haberse jubilado, tienen el corazón más estrecho, hecho un manojo de frustraciones y dolores.
La represión les impide manifestarse por largas jornadas y el cansancio de los años es notorio.
No pueden dormir, el corazón dicen, les palpita más rápido cuando ciertas escenas de batallas en las calles les traen los más crudos recuerdos de la dictadura pinochetista:
Rostros de desaparecidas pegados por las principales avenidas, rostros de quienes fueron asesinados por el ejército y carabineros en pleno 2019.
Los toques de queda con helicópteros sobrevolando sus hogares.
Dicen que sus días y noches se llenan de ansiedad, día tras día, noche tras noche ya por más de tres semanas.
El olor a bombas lacrimógenas por toda la ciudad no les ayuda a distraer a la mente de lo que ocurre a su alrededor.
Aunque las jornadas de protesta comienzan pasado el medio día, para la hora del desayuno el olor incrustado en el suelo, en las paredes, en los árboles de los parques.
Es tan recalcitrante que hay que caminar con pañuelo en boca, de preferencia -sabe la gente a este punto- humedecido con bicarbonato de sodio.
A la par es evidente que la desesperación del multimillonario Sebastián Piñera crece, no logra contener la rabia acumulada por décadas en jóvenes y viejos.
Lo ha intentado, pero aunque detuvo el alza a los precios del metro -gota que derramó el vaso de las injusticias a decir de los cientos de miles en las calles-.
Aunque pidió perdón a nombre de su gobierno y predecesores por no poder haber sido capaces de reconocer que los problemas se acumulaban desde hace muchas décadas.
Aún cuando cambió a su gabinete, aunque su gobierno ha avanzado en disminuir la jornada laboral y aumentar (aunque muy miserablemente) los salarios mínimos.
A pesar de todo eso y más, la gente sigue en las calles y no parecen tener la intención de dejar de hacerlo en lo inmediato.
Y es precisamente porque siguen en las calles que Piñera no puede dejar de ocultar en dónde tiene ancladas sus raíces: en el más recalcitrante fascismo latinoamericano.
Los carabineros y militares han salido a las calles a disparar, torturar, violar, desaparecer, a quemar personas después de haberles disparado. Han salido a rendir tributo a Pinochet.
Ninguna solución ofrecida por Piñera satisface a la población, desesperado ha anunciado el envío de nuevas iniciativas de ley incluídas una “anti barricadas”, otra “antiencapuchados”, “antisaqueos”.
Construir un equipo especial para mejorar el sistema de inteligencia chilena integrado por las policías y fiscalía.
Un equipo especial de abogados que interpongan querellas criminales “para identificar responsables y lograr sancionarlos” entre otras.
Pero ante el dolor y el fascismo, la respuesta del pueblo chileno es clara, conforme avanzan las protestas se radicaliza la conciencia de clase que se expresa de mil maneras.
Saquean a la burguesía, no al pueblo; reclaman a los medios corporativos, no a la prensa independiente.
Se organizan en cabildos, más no recurren a sus legisladores, y en un horizonte común piden un plebiscito para poder crear una Asamblea Constituyente.
De esto va su lucha, cientos de miles levantan las banderas por la refundación del Estado chileno, van por un nuevo pacto social.
Una nueva Constitución que borre de tajo la antigua pinochetista.
Van por el derrumbe de un sistema que sólo trajo hambre, miseria y horror; van por derrocar a la dictadura que nunca se acabó. Van por un nuevo Chile.
Y ni la oligarquía nacional, ni Washington, ni la derecha latinoamericana han podido detener al valiente pueblo de Chile.
Es verdad lo que corean en las calles: Chile despertó.
*Periodista independiente, ex productora y corresponsal de Telesur en Washington DC.
Ciudad de México, a 08 de noviembre de 2019