Luis Velázquez | El Piñero
07 de septiembre de 2021
UNO. Plaga de piojos
Fue aquella, en el siglo pasado, hacia la segunda mitad, una epidemia, una plaga, de piojos en el pueblo.
Todos los días, en la mañana, el mediodía y en la tarde, las madres de familia ponían una silla en el patio y espulgaban la cabeza de los hijos, de cabello en cabello, descubriendo los piojos.
La disyuntiva era sencilla: los hijos eran espulgados uno por uno, o de lo contrario, los rasuraban a coco, sobre todo, a las mujeres, muchas de las cuales, niñas incluso, tenían una cabellera larga que llegaba a la cintura y era su legítimo orgullo.
DOS. Huyendo de los piojos
Entonces, ninguna medicina era efectiva. Aquella plaga duró varios años y quizá habría estado a punto de convertir al pueblo en un pueblo fantasma, huyendo todos de los piojos.
Ninguna autoridad pudo identificar el origen de la epidemia. De pronto, surgió por ahí y se fue multiplicando como los peces y los panes.
Y, claro, ninguna oración, padre nuestro, ave maría, Jesús mío, eran milagrosos para corretear a los piojos.
TRES. Amor es matar piojos
Fue aquel tiempo cuando las familias eran numerosas y la planificación familiar valía.
Había familias con diez o más hijos y la madre, por lo regular, se fletaba a espulgar hijo por hijo en una tarea inacabable.
Y es que por aquí iba matando al mayor número de hijos había piojos que respirando la masacre de esos bichitos huían volando a otras cabezas.
Las madres quedaban infectadas, y así, la hija mayor debía espulgarla.
En aquel tiempo, la expresión más impactante del amor era matar los piojos de los hijos y las parejas.
CUATRO. Feroz campaña sanitaria
Hubo campaña de saneamiento en el pueblo.
Estado de emergencia, quemazón de cachivaches, ropa y colchones y colchonetas y petates viejos.
Limpieza rigurosa en cada casa vigilada por los inspectores de la secretaría de Salud.
Dotación de desinfectantes para higienizar cada casa.
Es más, la orden de bañarse con polvos mágicos, dañinos para los asmáticos, como una estrategia epidemiológica para combatir los bichitos.
Las calles del pueblo eran una hoguera gigantesca, a tal grado que con tanto humo hasta la visibilidad oscurecía.
Existieron parejas que rompieron el idilio acusándose de desaseo.
CINCO. Fueron parte de la familia
Los piojos se volvieron parte de la familia. Algunos hasta buscaron un Santo Patrono en la iglesia.
Hubo quienes, por ejemplo, endilgaron el apodo de “El piojo” a uno que otro paisano quien “asegún” parecía un piojo o tenía ojos de piojo o caminaba como un piojo.
Y aun cuando varios años después la epidemia se fue de igual manera como llegó, sin avisar, aquellos sobrenombres duraron una eternidad y se fueron heredando a los hijos y los nietos.
Los piojos aquellos se volvieron más famosos que “El chupacabras”.
Es más, una ranchería en el pueblo fue bautizada con el nombre de “El piojo”.
SEIS. Enfermeras habilitadas
Tan duro y atroz fue aquel tiempo que muchas chicas se ofrecían como enfermeras contra los piojos a cambio de un pago, digamos, como si la persona fuera al peluquero.
El cobro era mayor a “una peluqueada” porque se trataba de matar de piojo y piojo, con el riesgo de quedar infectado.
Nunca en aquella época andar rapado, pelón, “pelón pelonete”, se volvió una moda para hombres y mujeres.
Y en vez de cubrebocas, las mujeres utilizaban pañoletas en la cabeza y los hombres aquellos gigantescos pañuelos rojos que algunos jarochos usaban como paliacate cuando bailan “El tilingo lingo”…