- Asaltan una comandancia
- Desafío a la policía
Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- Uno. Malandros se endurecen
Otra vez los malandros han mostrado el puño y el músculo. Lo hicieron en San Juan Evangelista, donde asaltaron la comandancia policiaca el lunes 16 de octubre. Un comando de unos quince sicarios llegó al palacio municipal. Y sometieron a los dos únicos policías que estaban.
Inmovilizaron al vigilante. Se robaron armas y radio. Se llevaron un cajero automático ubicado a un costado del palacio.
Y se fueron, intocables… como en la impunidad han quedado otros latrocinios y trastupijes, entre ellos, y por ejemplo, la niña asesinada en una colonia popular de Coatzacoalcos, y la niña asesinada en la plaza comercial de Córdoba y el niño asesinado con su maestra en Tantoyuca.
Muchas cornadas están dando los carteles y cartelitos a Veracruz.
De hecho y derecho, se han radicalizado para seguir usufructuando la jugosa plaza Veracruz que significa la autopista de sur a norte del país, y los tres puertos marítimos por donde pueden embarcar y desembarcar la droga, y las pistas clandestinas, además de que el territorio jarocho ya es alto consumidor de droga.
Además, están los negocios adicionales, como son, entre otros, el cobro del llamado derecho de piso, los secuestros exprés, el manejo de la prostitución y el negociazo de los migrantes.
Días huracanados, sin que la esperanza social pueda levantar.
Y si en el duartazgo fue insólito, entre tantas otras cositas, que los malandros hayan secuestrado a un feligrés en una iglesia jarocha, más insólito resulta el asalto a la comandancia de San Juan Evangelista, por lo que es y significa y por lo que representa.
Es decir, se metieron al corazón de la autoridad, desafiando a todo el aparato gubernamental, así cuando llegaran a la oficina policiaca sólo haya estado ocupada por dos policías.
Y más si se considera que sin ninguna duda alguien de la misma policía les dio el pitazo para el asalto correspondiente.
Dos. Sacarse la lotería…
En otro municipio indígena y campesino, Zongolica, la vida también se encuentra entre la espada y la espada.
En una última semana, los índices de robos en caminos vecinales y carreteras locales se dispararon (La Jornada, Fernando Inés, 16 de octubre, 2017).
Robos a las personas que caminan por los senderos de Zongolica. Asaltos a las personas que viajan en los autobuses de pasajeros. Robos, incluso, a mano armada en pleno centro de la ciudad indígena. Robos en casas habitación donde únicamente domina y predomina la pobreza y la miseria, con lo que de hecho y derecho saquean “a los pobres entre los pobres”.
Incluso, y en la desesperación social, los vecinos de Zongolica sopesan si de plano bloquean caminos y carreteras para ver si así el presidente municipal y la secretaría de Seguridad Pública los escuchan, con el riesgo de que si se amotinan en una vía de comunicación sean disueltos a través de la macana y el garrote y los gases lacrimógenos.
Hay, cierto, un seguimiento oficial a la inseguridad. Cada ocho días, el góber y las fuerzas policiacas, militares y navales revisan el estado de cosas. Y sin embargo, el infierno sigue alcanzando llamaradas inverosímiles, antes jamás imaginadas.
Durante 6 años, Felipe Calderón Hinojosa creyó que enviando a los militares a combatir a los malandros acabaría con el mal. Nunca pudo. Los carteles continuaron creciendo y lo peor, hacia el final del sexenio había veinte mil muertos, cierto, una parte considerable de sicarios que entre ellos mismos se mataban, pero otra parte, civiles.
Enrique Peña Nieto está a un año del fin del sexenio y la inseguridad continúa igual o peor. Y todo indica que así terminará su periodo constitucional.
Por eso, la solución categórica y definitiva parece un acertijo, sacarse la lotería con el premio mayor.
Tres. Lo peor está por venir
Los marinos y los soldados están aquí, en Veracruz, y la inseguridad sigue.
Está la Gendarmería, la policía estelar de Peña Nieto, y la incertidumbre y la zozobra continúa.
Están la Fuerza Civil y las policías estatales y municipales y los malandros se imponen.
Ha caído uno que otro jefe de narcoplaza y de cualquier manera, el miedo y el terror tienen paralizada a la población.
El gobierno azul ha lanzado la idea de transferir la seguridad a los municipios, y en respuesta, muchos alcaldes electos se han opuesto.
Los migrantes de América Central (Honduras, Nicaragua, Salvador y Guatemala) han decidido caminar a Estados Unidos por el Océano Pacífico, porque Veracruz es, como ha dicho el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra, constituye el peor rincón del país para los ilegales.
Alguna estrategia, entonces, está fallando, a menos, claro, que la tesis de que los malandros constituyen un ejército incalculable y que está mucho mejor armado que las policías sea cien por ciento efectiva, y entonces, la autoridad esté dando “palos de ciego”.
Mientras cuando los carteles asaltan una comandancia policiaca y matan niños y mujeres y ancianas nada más para robarles; lo peor apenas estaría por venir.