Palabras en homenaje a Cristina Pacheco, extraordinaria conversadora con personajes del pueblo quien falleció el jueves 21 de diciembre.
Por Inés García Nieto | El Piñero
¿Acaso Sor Juana Inés de la Cruz nacida en el siglo XVII, sea quien haya recibido a Cristina Pacheco sobre el cielo de zafir?
La amplia y amorosa sonrisa de Cristina fue quizá el perfecto saludo antes de estar frente a frente, antes de verse ambas mujeres con sus ojos llenos de luz.
Inés Ramírez -apellido del abuelo materno pues su padre biológico se negó a reconocerla por así convenir a sus intereses virreinales-, ha de responder sonriendo y emitiendo un largo suspiro a la vez que debe pensar. – Por fin podré conversar con Cristina dando largos paseos en la azul galaxia donde radico hoy.
¿Serían estas las primeras palabras que quizá emitiera la sensibilidad de Cristina?:
Inés. ¡Luces genial sin el hábito de monja! ¿Cómo está todo por aquí? ¿Ya conociste a Eva? ¿Te gustaría que leyéramos a Manuel Machado? Mira, antes de que respondas estas preguntas, quiero saber ¿si te has topado con José Emilio, si han cruzado alguna palabra?
Inés se despoja de su habitual solemnidad -la que por supervivencia aprendió más que bien en la tierra -se acerca sonriendo para saludar a la escritora, y excepcional conversadora nacida en Guanajuato. En un largo abrazo, dos almas que en vida terrenal habitaron en cuerpo de mujer, saludan a los que por ahí observan el cálido encuentro.
Inés la poetisa incomprendida en su tiempo invita a Cristina caminar por los largos destellos de luz, que conducen a algo parecido a una amplia alfombra de blancas y espesas nubes. Ambas se acomodan y en común acuerdo eligen leer a Manuel Machado:
Ocaso
Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde… El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.
Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.
Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,
para mi amarga vida fatigada…
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar, y no pensar nada…!
¿Cristina, en tus últimos días en la tierra, en la ciudad de México, del 1 al 20 de diciembre del año 2023, tu alma estuvo triste, lacerada?
En un principio sí, dice levantando los ojos hacia una galaxia más lejana:
Dejaría de hacer lo que tanto amé en mi tiempo y mi espacio, escuchar, platicar con seres excepcionales, seres comunes con grandes lecciones de vida, con esas personas de las que escribía en “Mar de Historias”. Dejaría de escuchar a las personas que entrevistaba en Canal 11 en “Conversando con Cristina Pacheco” y “Aquí nos tocó vivir”. Pensaba en ya no acompañar a mis amadas hijas Laura Emilia y Cecilia. Ya no estar con ellas para intercambiar opiniones al enterarnos de algo desagradable o agradable. Pensar en eso si me entristecía, pero el malestar de la enfermedad que me hizo su rehén, era mayor que todo lo que podría extrañar. Así que me dije: luchar para vivir con esto, no es bueno. En esos momentos difíciles me animaba el pensar que, en otra dimensión ya no experimentaría dolor, y no vería más lágrimas. Eso dicen los hombres y mujeres de fe, y me reconforté en esas palabras. Simplemente me solté, y heme aquí.
Bienvenida al lugar de las estrellas, Cristina. Como tu ves, este es un mar de luces multicolores, y se la pasa uno muy bien, esperando cada día a los que han de llegar a radicar en esta nueva y desconocida dimensión.
Así es. Es agradable estar en este lugar de luz que te abraza. ¿Oye, has platicado con Eva? ¿Ese es su nombre correcto? ¿Sabe que con ella nació la historia de la humanidad?
A Eva le gusta mucho recordar cuando despertó de la nada, abrió los ojos y al estirar la mano, tocó la de Adán. Después de levantarse y caminar por el bello jardín del Edén, él le dijo que era muy curiosa, que todo lo quería saber por eso se atrevió a comer el jugoso higo que representaba el conocimiento del bien y el mal para la humanidad. También recuerda la hermosura del ave Fénix. Es muy agradable hablar con ella, ya tendrás tiempo de escucharla y escribir sobre esta primera pareja en la tierra, mientras piensa que una de tus fieles lectoras, prepara una rica “sopita de fideo” en estos fríos días de invierno.
Ambas mujeres sueltan la carcajada ante el primer destello de buen humor de la poetisa.
Cristina pregunta con un tono de curiosidad.
¿Qué estarán diciendo de mi ahora? Veo que mi nombre satura el ciberespacio este jueves 21 de diciembre de 2023. Inés, recuerda que ahora se vive la era digital en la tierra. La inteligencia digital empieza a ganar terreno. El hombre no puede ser reemplazado por ninguna máquina y hasta se habla de máquinas para procrear bebés en serie, como en Ucrania, España y Grecia.
No sabemos en qué vaya a terminar esta nueva forma de vida, pero esperemos que el amor a las otras personas, a la familia, al trabajo y a las amistades, siga siendo el motor principal en la tierra.
“Esta es un breve texto nacido de la imaginación, intentando así enfrentar la nostalgia que invade muchas almas al saber que un buen corazón y clara conciencia como el de Cristina Romo Hernández, dejo como tarea y legado escuchar con atención y respeto a las y los habitantes de México, sobre todo a quienes se dicen periodistas, entrevistadores o comunicadores en este convulso siglo XXI.
El 1 de diciembre, hace apenas 20 días, la también escritora agradeció a su auditorio de Canal 11, “su presencia, su solidaridad. Ustedes han sido para mí presencias vivas, mágicas. Salgo de aquí llena de su compañía. No vamos a poder seguir conversando, pero sí voy a decir que estaremos juntos siempre”.
Ella nació el 13 de septiembre de 1941, en San Felipe, Guanajuato, hija de humildes padres campesinos. Estudio en la UNAM Letras Españolas, y conoció a su esposo, el escritor José Emilio Pacheco a través de Carlos Monsiváis, con quien se casó en 1961.
De su unión nació Laura Emilia y Cecilia Pacheco Romo, a quienes enviamos un fraternal abrazo.
Esta señora de ojos atentos y cálida voz, quien poseyó el don del escucha, del habla y la escritura, influyó en docenas de periodistas y comunicadores, y una de ellas fui yo.
Gracias, gracias, gracias por este luminoso ciclo de vida.
Y como dice Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, “Detrás de grandes nubarrones siempre habrá un cielo de zafir”.
Nació en San Felipe, Guanajuato el 13 de septiembre y se despidió de sus seres queridos el 21 de diciembre de 2023.