Por: Ignacio Carvajal/ enviado especial de Blog Expediente/ para El Piñero de la Cuenca
Veracruz.- La mujer descendió de un coche, antes lo estacionó con mucho cuidado sobre la avenida que da a la entrada principal de la cárcel San Rafael de Matamoros, donde Javier Duarte de Ochoa y otros 26 internos de alto rango esperan con premura la presencia de sus compañeras. Es día de visita conyugal.
Al bajarse de su coche de lujo, a media cuadra de la cárcel, ingresa a una tienda. Pide unos chicles de extramenta. De los que sellan los labios al primer beso.
Minutos antes, en la entrada principal a Matamoros informan al reportero que, hasta las 2:00 PM, nadie ha venido a ver a Javier Duarte en plan de visita conyugal. La mujer se apresura a salir de la tienda. Checa si reloj y faltan pocos minutos para terminar el horario de acceso para ellas, a las 3:00 PM.
De mediana estatura, la mujer toma un respiro y se arregla el cabello. El aire se llena de la fragancia de su jabón de ducha y el aroma natural de su cuerpo, que entonan perfectamente con el contorno de sus caderas y la bien marcada figura que se desliza ágil por la banqueta que da a la prisión.
Dentro, Javier Duarte de Ochoa cumple once días de encierro. Sin acceso a redes sociales. Ni a televisión ni a actividades físicas. Hace unos meses que acaba de dejar el poder. De ser el señor todo poderoso. El único gran privilegio por el momento es tomar una hora de sol. En la más absoluta soledad.
La mujer, con enaguas negras pegadas al cuerpo y una blusa clara, gafas oscuras y cabellera suelta, pasa de largo frente a otra tienda donde los abarroteros no ocultan sus miradas inquietantes.
Ella en su paso apresurado, ni los mira. Llega al gran portón, y con acento colombiano, da su nombre. No se llama Karime ni viene a ver a Javier. Viene a ver a otro célebre e importante preso de Matamoros. No a Javier Duarte, el veracruzano que se ha ganado la atención de la prensa de Guatemala por estar acusado de algo muy común en este país, corrupción.
Karime Macías Tubilla, la ex primera dama, no llegó a visitar a su esposo, al que ella misma describía como “un gran administrador”.
“Doctor Javier”, “doctora Karime”, solían llamarse mutuamente cuando estaban en público.
Aunque no eran afectos a darse muestras de amor, siempre había deferencia. Antes, cuando gobernaron bajo la mística de la Prosperidad.
Lo último que se supo de ella, fue su partida en avión a Europa. En Londres la ubican los que están más cercanos a la familia.
La esposa del gobernador está habilitada en el listado de visitas, ella como conyugal. Algunos amigos, que en realidad son sus abogados.
Karime no quiere saber nada de su esposo, ha puesto el gran océano de por medio. El gobierno mexicano tampoco ha tramitado la solicitud de extradición.
Duarte encerrado en una celda pequeña, con una plancha de concreto como cama, pasó en solitario su primer visita conyugal.
A diferencia de otros presos en Matamoros, desde muy temprano se notó el desfile de camionetas y coches de lujo. La mayoría, con chofer.
De ellas bajaron, en distintos tiempos, mujeres exuberantes como lo es la misma vegetación de Centroamérica, que crece sin freno, generosa, siempre ofreciendo lo mejor de sus frutos.
Las damas iban ataviadas en sus mejores prendas. Bien arregladas, invariablemente cargando trastos en los que se adivinaba algún platillo muy distinto a los huevos y frijoles que a diario se consumen en esta cárcel. Perfumadas y con prisa por llegar a ver a quien está bajo proceso.
Este no fue el caso del veracruzano, Karime, que es recordada en Coatzacoalcos como la “niña buena” que nunca faltaba a clases ni mentía ni se iba a fiestas del colegio Pearson, hoy le falló a al doctor Javier.
No se vio por estos rumbos a la destacada alumna de ballet en sus tiempos de juventud, y ahora practicante de yoga y los mantras. Tampoco se sabe cuándo vendrá.
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