Política & Violencia
Víctor Ruiz Arrazola
México.- Los comicios federales, estatales y municipales del próximo primero de julio se convertirán en un parteaguas en la vida política-electoral de México, no porque se lleve a la práctica una nueva legislación en la materia, que ya le ha quedado corta a la realidad del país, sino porque los grupos políticos y económicos que intentan quedarse con todo el pastel o por lo menos con un pedazo, ya echaron por la borda los principios ideológicos, si es que algún día los tuvieron, ahora lo que les importa es ganar votos a costa de lo que sea, aunque para ello tengan que sacrificar su identidad ideológica.
El efecto o síndrome de “el chapulín” que caracterizaba a ciertos políticos mexicanos que ya no tenían cabida en su partido político de origen, ahora se ha convertido en una estrategia para llegar a los cargos de elección popular, sin importarles que tengan que juntarse a comer en el mismo plato con quienes en el pasado denostaron o quienes les faltaron el respeto y se metieron hasta con su santa familia.
Ahora vemos a panistas luchando codo con codo con perredistas, a priistas alzándole a los de la supuesta izquierda, a éstos abrazándose con representantes de la ultraderecha, quienes no les interesa otra cosa más que mantener su registro como partido político.
A los grupos políticos de abolengo, así como los recién creados por exgobernadores que ven que su poder lo van perdiendo, no les interesa honrar la memoria de sus ideólogos, a quienes le profesaban fe ciega, sino ganar espacios en las presidencias municipales, en los congresos estatales, en el Congreso de la Unión y llevar votos para el candidato presidencial a quien dicen apoyar, pero para ello se la están jugando con todos.
No les importa la ideología ni sus compromisos partidistas, mucho menos las lealtades, lo que quieren es, por lo menos, pedazos del pastel, para que pasando los comicios, reúnan sus pieza y las pongan al servicio de quien gane la Presidencia de la República.
Quien en este proceso electoral ha tenido pocas adhesiones provenientes de otros partidos es el candidato presidencial de los partidos Revolucionario Institucional, Verde Ecologista de México y Nueva Alianza, pero sus operadores y aliados fingieron desbandada, bajo un supuesto enojo y se fueron a tocar puertas a otras ofertas políticas-electorales e hicieron lo que tuvieron que hacer para quedarse con las mejores candidaturas, por eso vemos ahora a priistas contendiendo por puestos de elección popular desde Morena, el PRD, PAN, Movimiento Ciudadano o por “la libre”, como candidatos o candidatas independientes. Fracciones del Partido de la Revolución Democrática también hicieron lo suyo y se fueron a jugar por el PRI.
A quienes detentan el poder económico en México y son representantes de empresas y organismos globales, no les interesa que sus peones en la política se peleen, no les interesa quienes ganen las elecciones, lo que necesitan es tener el control de la Presidencia de la República, de las cámaras de Senadores y Diputados Federales y porque no tener representantes en las gubernaturas, congresos estatales y ayuntamientos, pues los gobiernos locales sirven para mediar, resolver conflictos o reprimir a quienes se niegan a las políticas y acciones globalizantes.
Cambiar el color de la camiseta se ha convertido en un hábito para la clase política mexicana. Qué más da salir vestido de amarillo para un proceso electoral y los subsecuentes cambiar a azul, tricolor, rojo, verde o morado. El color, la ideología, los valores, la solidaridad, el altruismo, el servicio público y la democracia es lo de menos, cuando se tiene un objetivo delineado: servir al poder económico, ya sea legal o ilegal, legítimo o ilegítimo.
Mientras las y los integrantes de la clase política en México se divierten con el cambio de colores, la población, la ciudadanía que ejercerá su derecho a votar el próximo primero de julio vive en la desesperación, en la zozobra, en la incertidumbre sobre qué pasará con el país después del día de las elecciones, ante las fantasías de las y los aspirantes a puestos de elección popular, que según cifras del Instituto Nacional Electoral (INE), son más de tres mil cargos públicos que están en disputa por más de 15 mil personas.
Si de esas quince mil personas candidatas extraemos las propuestas de las aspirantes presidenciales podemos percatarnos que a nadie se le ha ocurrido proponer en serio lo que harán si ganan la elección, en materia de inseguridad pública, violencia, feminicidios, delincuencia organizada, trata de personas, tráfico de estupefacientes, corrupción e impunidad.
Se les fue la precampaña y se les irá la campaña en tomarse fotos comiendo tortas y tamales, tarareando canciones, abrazando a niñas y niños pobres, besando a ancianas vulneradas por las políticas públicas puestas en marcha por gobernantes de casi todos los partidos políticos en contienda, pero de lo que harán para sacar al país de la crisis en que se encuentra nadie ha dicho nada que valga la pena, quizás sea para los cierres de campaña, cuando sepamos quienes llegan a la recta final.
Si alguna vez, la izquierda mexicana fue una voz de esperanza para que el país cambiara para mejorar, en este proceso electoral, vemos que todos parten del centro a la derecha y de allí a la derecha extrema; centro, derecha y derecha extrema, lo único que tienen que ofrecer es mentira, corrupción e impunidad.