Por: Juan Carlos Díaz Carranza/ JCDíazCarranza
Oaxaca, México.-El poeta, escritor y activista que hizo de su tragedia ser el líder del Movimiento por la Paz, la Justicia y la Dignidad.
Su valor, solidaridad y capacidad de organizar lograron que la clase política volteara a ver a las miles de víctimas de la violencia que estaban en la indiferencia. Con la notoriedad alcanzada después de mostrar el dolor de muchos mexicanos como él, hoy nos comparte su visión del país a seis años de haberse gestado este movimiento.
– Háblenos del Deshabitado, su reciente obra autobiográfica en la que relata su experiencia como víctima y del activista que logró organizar a miles a través del dolor.
R: Es una novela que nunca se debió haber escrito. Es lo más difícil, doloroso y sufriente que he hecho como escritor: haber tenido que enfrentar esa realidad otra vez. Es el testimonio de una víctima (yo) que le tocó darle voz a todas las demás víctimas que habían sido negadas hasta ese momento, en medio de un país desfondado, lleno de violencia, de fosas clandestinas, de asesinados, de desaparecidos, de horror y de violencia.
Me retrato hasta donde puedo identificar mis debilidades, iracundo, como un hombre que dudaba. Yo soy una víctima que me tocó ser el promotor a partir de la muerte de mi hijo y me tocó encabezar este Movimiento por la Paz que visibilizó el horror de este país que ha estado negado.
Como una víctima que le tocó ser protagonista y que concitaba un liderazgo, pero que tiene los mismos problemas que el resto de las víctimas. Pero sin duda, lamento haberla escrito.
-¿Cómo recuerda ese proceso de salir a las calles a exigir justicia?
R: Yo no era yo. Mi salida en aquel momento, lo que yo hice ni siquiera lo pensé. Estaba tan enojado, tan dolido, tan triste, que solo pensaba en regresar de Filipinas para enterrar a mi hijo.
Esto se conjuga semanas después con la desafortunada mudez (lo que defino como la enfermedad del silencio) que había en el país con respecto a las otras víctimas. Realmente podría definir ese momento de inicio de la lucha como un milagro cívico.
Yo fui llevado porque estaba deshabitado, como relato en mi novela. Sin embargo, algo brotó en mí, de ahí viene ese grito interior de “estamos hasta la madre”. Algo se convocó más allá de mí.
-¿Valieron la pena esas caravanas largas?
R: Si. Primero, porque fueron las caravanas del consuelo. Valió la pena porque estuvieron con mi soledad y yo estuve con la soledad de otros, y nos encontramos a partir de ese consuelo y le dimos voz a los que no tenían voz.
Aquellos que habían sido ignorados, criminalizados, vueltos basura; no solo tenían que sufrir la pérdida de un ser querido, sino que además eran culpables y sus hijos eran culpables. Una gran satisfacción es haberlos convertido en sujetos sociales.
Ya nadie podrá callarlos y será muy difícil volverlos a revictimizar y criminalizar como es la tentación de todo Estado que no puede confrontar y afrontar el problema de las víctimas y la violencia que las genera.