Luis Velázquez
20 de julio de 2019
DOMINGO
Hazañas noticiosas
Hay epopeyas periodísticas singulares que enaltecen el oficio reporteril. Trabajadores de la información que en el camino lograron hazañas noticiosas. Entre otras, las siguientes:
Luis Spota es reconocido por sus más de veinte novelas publicadas. Muchas, describiendo historias de políticos. Pero también fue reportero y cronista.
Hacia mitad del siglo pasado, por ejemplo, ingresó al periódico Excélsior. Joven. Entonces, durante 45 días ininterrumpidos se llevó las 8 columnas de la portada, causando el mayor asombro del país en el medio reporteril. Incluso, muchos años después, nunca, nadie, ningún otro periodista ha logrado ni siquiera una semana de exclusivas.
Una de ellas fue descubrir la identidad del misterioso escritor Bruno Traven, quien escribía con seudónimo y sus libros eran un éxito en el mundo.
La historia fue simple y sencilla, pero alucinante:
Bruno Traven era amigo de una hermana del presidente Adolfo López Mateos. Es más, su representante editorial en México. Y la hermana también amiga de Luis Spota.
Y la hermana de López Mateos los presentó. Y más aún, convenció a Traven de la exclusiva a Spota.
Un viejo escribidor dice que reportero sin suerte… está perdido.
LUNES
Golpe de suerte
Golpe de suerte el de Ignacio Ramírez, reportero entonces del semanario Proceso de don Julio Scherer García.
Un fin de semana, desde el viernes al mediodía luego del cierre de la edición semanal, Ignacio se fue con unos amigos a libar. La onda etílica siguió en la tarde y en la noche y en la madrugada.
El sábado hacia el mediodía, Ignacio despertó en un pueblito por Zihuatanejo. Estaba en la casa de un amigo de la parranda. Y la necesidad de “curársela” era irrefrenable.
Entonces, con el amigo ocasional se fueron a la primera cantina en el camino. Un trío de hombres tomaba en una mesa. Ignacio se sentó a un lado. Al ratito, ya estaban en la misma mesa, festinando la vida.
Aquellos hombres eran albañiles. Y trabajaban en la construcción de un edificio gigantesco. “Será un Partenón” exclamó uno de ellos.
Nachó escuchó en silencio y dejó hablar. Calculador, frío, sereno. Al ratito, lanzó la pregunta sobre el propietario.
“De Alfonso Durazo”, dijo uno. Y Nacho pidió un cartón más.
El lunes inmediato, Ignacio Ramírez se contrató de albañil recomendado por sus tres amigos ocasionales y logró la exclusiva del famoso Partenón de “El negro” Durazo, el súper amigazo de José López Portillo.
El reportaje fue publicado en la portada de Proceso y solo en un estanquillo de la Ciudad de México vendieron 5 mil ejemplares.
MARTES
El Carbonelazo
Rafael Murillo Vidal gobernaba Veracruz. Era la sucesión. Manuel Carbonell de la Hoz, subsecretario de Gobierno, tenía el visto bueno del góber y del presidente Luis Echeverría Alvarez.
Entonces,ÁAngel Trinidad Ferreira, reportero de la fuente política de Excélsior, entrevistó a don Jesús Reyes Heroles, presidente del CEN del PRI, quien pronunció aquellas 8 calcinantes palabras:
“Yo, como veracruzano, no he votado por Carbonell”.
Y a Carbonell se le cayó la candidatura. Tiempo después, Echeverría renunciaba a Reyes Heroles.
Pero el efecto “rápido y furioso” ya estaba causado. Una noticia de 8 columnas en portada de Excelsior había logrado una hazaña política sin precedente como es tumbar la decisión suprema del presidente de la república, el político más poderoso del país en aquel país del partido único y del jefe del Poder Ejecutivo Federal elevado a la categoría de un dios.
MIÉRCOLES
Un reportero con un jefe narco
Ismael “El mayo” Zambada, uno de los jefes narcos más buscados del país, amigo y socio de Joaquín Guzmán Avilés, era, y es, uno de los hombres más buscados del país. Quizá más ahora, sentenciado “El chapo” a cadena perpetua en Estados Unidos.
Todas las policías federales lo buscaban.
De pronto, en el mes de abril del año 2010, en la portada del semanario Proceso fue publicada una foto estremecedora:
“El mayo” Zambada y don Julio Scherer posando, Zambada, con una gorrita beisbolera y con la mano izquierda en el hombro de don Julio, en una exclusiva que le había dado en alguna parte montañosa de la nación.
Don Julio describió el enlace. Zambada lo buscaba. Le tendió un puente. Le envió un correíto y un cabildero. Platicaron. Fijaron reglas.
Y el hombre más buscado por los cuerpos policiacos fue hallado por un reportero.
“Si atrás de una noticia exclusiva he de ir al infierno” y hablar con el diablo, “lo haré”, decía don Julio.
Al infierno también viajó, por ejemplo, José Pagés Llergo, el director del semanario Siempre!, cuando fue a Alemania para entrevistar en exclusiva a Adolf Hitler, cabildeado por su Ministro de Información, Joseph Goebbels.
El periodismo de las grandes ligas.
JUEVES
“La fiesta de las balas”
Una noche, Pancho Villa ordenó a su general de más confianza, amigo y compadre, Rodolfo Fierro, ajusticiar a los trescientos prisioneros detenidos en el campo de batalla.
Rodolfo Fierro, el más desalmado de todos los generales villistas, agarró la borrachera al mediodía y en la tarde estuvo listo.
Entonces le entregó unas pistolas con trescientas balas de reserva a su secretario particular y le dijo:
–Di a los prisioneros que les voy a perdonar la vida. Van a cruzar el corral de un lado a otro. Y si logran llegar vivos al otro lado los dejo en libertad. Tú te encargarás de que las pistolas estén listas según las vaya necesitando porque jugaré un tiro al blanco. Y si una pistola está a destiempo y sin balas, entonces te mato a ti.
El secretario particular ordenó a los prisioneros formarse en la hilera y les instruyó para que uno por uno corrieran de un extremo del corral al otro. Rodolfo Fierro, de pie, a la mitad del corral.
Uno a uno corrieron los trescientos prisioneros. Y jugando al tiro al blanco, Fierro mató a 299. Sólo uno escapó.
Martín Luis Guzmán andaba en la tolvanera con Pancho Villa. Luego se volvería escritor. Y escribió aquella historia y la intituló “La fiesta de las balas”.
VIERNES
El cazador de noticias
El cronista Francisco Ortiz Pinchetti llegó una semana después a San Buenaventura, Chihuahua, donde el domingo anterior se había celebrado una narcocarrera de caballos con un millón de dólares de apuesta.
Instaló en un hotelito y al mediodía se fue a una cantina. Y pidió una cerveza. Pidió la segunda y envió una cerveza a un parroquiano solitario. Y luego otra. Y otra.
Llegó otro parroquiano y se sentó con el primero y también le envió una cervecita.
De pronto, cuando se dieron cuenta, ya estaban los tres sentados en la misma mesa y con un cartón de cerveza enfriándose. Además, con dos parroquianos más. Cuatro en total.
Y en el segundo o tercer cartón, Ortiz Pinchetti encaminó la plática por la narcocarrera. Y el cuarteto de hombres, con la lengua floja por la cerveza, la euforia vivida, contó a Paco los detalles de la carrera que el reportero de Proceso iba preguntando con la más pura inocencia de un simple mortal deseoso de saber la aventura perdida.
Era la tarde cuando los cuatro hombres se levantaron borrachos de la mesa, menos Pinchetti, quien ya tenía la historia reporteada.