- Del periodismo a la literatura
- El escritor satisfecho
Luis Velázquez
Veracruz.- DOMINGO
La mejor escuela del mundo
El periodismo es el mejor lugar del mundo para aprender a escribir literatura. Poesía, cuentos, novelas, obra teatral, guiones cinematográficos, etcétera.
Además, el periodismo también enseña una disciplina militar para escribir cada día de acuerdo con el tiempo editorial del medio y, por tanto, de tantos años tecleando bajo un horario, siempre en lucha contra el reloj, la disciplina queda cuando la literatura se abraza como segunda vocación, y en todo caso, vocación alterna, la una y la dos, la dos y la una.
En el periodismo, todos saben que cada día es un nuevo comienzo y que se inicia de cero, pues el texto publicado el día anterior forma parte de la historia.
Y por eso, en cada nuevo amanecer a seguir empujando la carreta camino al destino final, siempre incierto en el periodismo.
Y en la literatura, cada día es comenzar de cero con la dichosa página en blanco.
Muchos, muchísimos escritores consagrados, incluso, premios Nobel de Literatura, pasaron antes por el periodismo.
Y en todos los casos la clave está, primero, en saber dejar el periodismo a tiempo para entregarse de tiempo completo a la literatura.
Y, en segundo lugar, saber alternar entre el periodismo y la literatura para acomodar cada parte en su lugar.
LUNES
El escritor satisfecho
Cada reportero y escritor tienen siempre un solo objetivo, como es escribir una página, un texto, una crónica, un reportaje, una novela, un cuento, etcétera, y en todo caso, una sola página que los deje por completo satisfechos, contentos, felices.
Una página de la que cada uno se sienta orgulloso de haberla escrito y que, digamos, pudiera trascender más allá de los días y las noches de cada día, los meses y los años.
Juan Rulfo, por ejemplo, solo publicó dos libros en vida, “El llano en llamas”, cuentos, y la novela “Pedro Páramo”.
Y cada uno de sus páginas son imborrables por la forma maravillosa y prodigiosa de contar las historias humanas y describir a los personajes y a los hechos.
Y aun cuando siguió escribiendo, nunca quedó satisfecho de las páginas subsiguientes y en las noches las rompía y nunca las guardaba por ahí en un archivo, temeroso de que alguien las descubriera luego de su muerte y las publicara.
Rulfo era cien por ciento riguroso consigo mismo y solo publicaba cuando estaba plenamente satisfecho.
MARTES
La página reflexionada
Una cosita en el periodismo es gastar en las mañanas la suela de los zapatos y sudar y sudar atrás de la noticia y otra cosita gastar y desgastar la columna vertebral en las tardes tecleando ante la computadora.
Y otra cosita es redactar al fregadazo para entregar en tiempo y forma los textos de cada día y otra, mil años luz, pulir y volver a pulir la escritura hasta lograr la frase, el párrafo, el texto lo más impecable posible.
Con todo, y cuando el reportero da el siguiente paso y siente en los talones del Rocinante y en las neuronas el cosquilleo de la literatura para escribir un cuento, un poema, una novela, entonces, la formación reporteril eleva a la dimensión estelar porque existe una previa relación amical, cariñosa y afectiva con la palabra.
Lo importante, decía Octavio Paz, es sentarse ante la máquina mecánica de escribir (en su tiempo) y en la computadora hoy cuando el texto está previamente pensado, razonado, planeado en lo que pudiera llamarse la fascinante lucha de los hechos, las emociones y las ideas con las palabras.
Y es que si, como suele ocurrir en el tráfago reporteril, el periodista y el escritor teclean así nomás, sin una reflexión, entonces, el texto está condenado a morir antes de escribirse.
MIÉRCOLES
Antes y después de hacer el amor
Unos dicen que los mejores textos del periodismo y la literatura se escriben cuando son hijos del sufrimiento y el dolor.
Otros que cuando son hijos de la alegría y la felicidad.
Omar Cabezas, el escritor latinoamericano que también fue guerrillero en Salvador y Nicaragua cuando el tiempo sandinista, aseguraba que siempre escribía antes y después de hacer el amor.
Si escribía antes de amarse con su pareja, el texto era intenso, volcánico, violento incluso, como un león en acecho.
Y si escribía después de hacer el sexo y el amor, el texto estaba lleno de la ternura propia del llamado “reposo del guerrero”.
Otros escritores, sin embargo, escribieron los mejores textos en un viaje esotérico el cuerpo lleno de drogas y alcohol, y sin hacer el sexo ni antes ni después.
Sor Juan Inés de la Cruz escribió su obra poética encerrada en las cuatro paredes del monasterio.
Herodoto, el primer cronista del mundo, 450 antes de Cristo, escribió “Los nueve libros de la historia”, caminando deslumbrado y perplejo en el continente asiático descubriendo la vida nueva.
JUEVES
Selva de palabras
Sin ponerse a predicar (allá cada quien su vida), habría de preguntarse (digamos, en un ejercicio autocrítico) si un reportero y escritor se sentirán orgullosos, contentos, satisfechos y felices de algunas de las páginas escritas y publicadas.
Y satisfechos a partir del principio universal de la rigurosidad informativa, la pulcritud literaria y la creación y la recreación artística, sea ficcional o real.
Y es que, por ejemplo, el periodismo es como dice Rubén Blades en una de sus canciones, en la mañana, noticia fresca. Al mediodía, noticia que se está olvidando. Y en la tarde, noticia olvidada por completo.
Y una noticia se olvida cuando, por ejemplo, está mal reporteada y peor escrita y peor desarrollada y peor contada, de tal manera que al día siguiente ya nadie se acuerda de ella.
Incluso, y cuando el mismo día de la publicación un familiar pregunta al reportero qué noticia deseó dar a conocer.
Y más, cuando cada día un medio publica, digamos, más de cien noticias entre notas y columnas, y de pronto, el lector queda atrapado y sin salida en una selva de palabras que se lanzan contra las neuronas como un dinosaurio con sus coletazos.
VIERNES
Disciplina, nombre de la creación
Mucho ha de aprender un escritor del periodismo.
Uno, contar historias, y dos, la disciplina.
Una tarde, en París, unos peruanos sentados en un café a la orilla del río Sena vieron pasar enfrente a Mario Vargas Llosa caminando a paso apresurado con un libro en la mano.
Un peruano se levantó de la mesa y lo alcanzó y se presentó:
–Soy peruano, señor. Y estamos aquí de paso. Le invitamos un café.
–Gracias, paisano, pero llevo prisa. Faltan diez minutos para las 6 y debo llegar a mi departamento.
–Un café, una copia, paisano, insistió el peruano.
–Gracias, repitió Vargas Llosa, a las 6 en punto debo sentarme a escribir. En otra ocasión, y el Premio Nobel de Literatura siguió caminando a paso más veloz.
Tal es la disciplina y la vocación para escribir en cada sentada ante una computadora una página, una sola página, mínimo, de la que sentirse satisfecho, pues en ningún momento se trata de escribir como un loquito haciendo el sexo desaforado para pintar “una raya más al tigre”.
La disciplina, decía Alfonso Reyes, “es el nombre de la creación artística”.