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Diario de un reportero: La página en blanco el lugar más solitario del mundo encumbra y hunde al periodista

El Piñero

Luis Velázquez
Veracruz.- DOMINGO
La soledad total
El lugar más solitario del mundo es cuando el reportero está solo frente a la computadora, antes, mucho antes, en el siglo pasado, frente a la máquina (mecánica) de escribir.
En cada nuevo texto, el periodista apuesta la vida. Su nombre, su prestigio, su respeto, están en juego.
Es el momento más importante del día y de la tarde y de la noche para un trabajador de la información.
Y la misma angustia que se padece cuando por vez primera se pisa una sala de redacción es la misma cada día, incluso, muchos años después, así se tengan 20, 30, 40 años de estar contando historias en cada nuevo amanecer.
La tarea es descomunal y avasallante, pues igual que un pianista con las teclas, un pintor con la brocha, han de acomodarse las palabras en cada renglón y en cada punto y aparte para que impresionen y seduzcan al lector, además de quedar informado.
En el momento sublime de sentarse a teclear es como cuando un gallito se juega la vida en el palenque o un toro en la plaza.
Ha de darse todo lo que se tiene (experiencia, vivencias, capacidades, atributos, cualidades, sensibilidad, etcétera) para contar mejor que los demás la historia de cada día.
Cada texto es un nuevo comienzo… desde cero.

LUNES
La página en blanco

Un escritor siempre habla del misterio de la página en blanco. Pero en el caso de un reportero la angustia se multiplica.
Para un escritor, el tiempo es su aliado. Puede escribir en la mañana y corregir en la tarde/ noche con toda la calma del mundo. Incluso, puede revisar y corregir para mejorar el texto una semana después, un mes, un semestre.
En cambio, cada tarde/noche el reportero lucha contra el tiempo, porque la edición del periódico y el noticiero tienen un tiempo determinado.
Así, el trabajador de la información ha de pulir y volver a pulir su texto con la rapidez de un relámpago en la oscuridad lluviosa, soñando con el texto perfecto, donde se conjuguen tanto la rigurosidad informativa como la pulcritud literaria.
Y es que, en todo caso, el instrumento de trabajo de un escritor es el mismo de un reportero, como es la palabra, la frase, la frase bien lograda, la frase magistral lacónica y contundente resumiendo con claridad el hecho noticioso.
El escritor, por el contrario, crea y recrea la realidad inventando una nueva realidad sobre el mismo suceso.

MARTES
Credibilidad del lector

Un escritor frente a la página en blanco está facultado para publicar ficción, mentiras, medias verdades y medias mentiras, pues forma parte de su chamba.
Pero un reportero que resbala en la fantasía poco a poco cava su propia sepultura, pues si la pulcritud literaria es básica a la hora de contar una historia, la autoridad moral es mucho más importante.
Manuel Buendía, el columnista más respetado del siglo XX, asesinado por la espalda en el segundo año del presidente Miguel de la Madrid, Manuel Bartlett secretario de Gobernación, decía que un reportero nunca ha de publicar una versión de los hechos si es incapaz de sostenerse ante la fuente noticiosa, el funcionario público, el político, el informante.
Y si el reportero “tira la piedra y esconde la mano” y como en el tiempo actual se esconde en las redes sociales, el twitter, el facebook, entonces, bien podrá librar su juego mentiroso y perverso un día, una semana, un mes, pero tarde o temprano será descubierto y su caída será terrible.
Nada peor para un reportero que perder la credibilidad del lector.

MIÉRCOLES
Ganar el respeto del lector

La diferencia entre un periodista y otro es sencilla y simple. De hecho y derecho es un triángulo.
En un lado, su forma de reportear los datos sobre un hecho.
En el otro, su estilo prosístico para contar la historia al lector.
Y por el otro, la autoridad moral que sepa inspirar ante el lector y la fuente informativa.
Podrá un trabajador de la información alardear sus relaciones con las elites políticas, pero al mismo tiempo, nadie dudaría que todas ellas lo estarían utilizando para sus fines aviesos y torcidos.
A cambio, quizá, recibiría un buen trato, una comidita con alcohol y barbies, un billetito quizá mensual, acaso una exclusiva de vez en vez, reproduciendo la vieja enseñanza de Porfirio Díaz de que “un perro con hueso en la boca… ni ladra ni muerde”.
Con todo, nada puede compararse con el respeto que un diarista inspira en el lector común y sencillo.
Javier Duarte decía que en Veracruz había, entonces, ocho mil reporteros laborando en 500 medios de información, y por eso mismo, su gasto en Comunicación Social llegó a trece mil millones de pesos en menos de un sexenio.
Duarte, igual que Porfirio Díaz, “maiceaba” a la prensa, tantos dueños como trabajadores.
Pero nunca los respetó. Y por añadidura, en aquella orgía de billetes a pocos interesó el respeto público.

JUEVES
La vida trepidante

La página en blanco es un misterio.
Ernest Hemingway vivía con la obsesión de siempre contar historias.
Jean-Paul Sartre decía que lo importante es el relato conceptual, es decir, la rigurosidad informativa como eje central, pero al mismo tiempo, al lado de los hechos y las emociones, las ideas.
Octavio Paz decía que la regla universal estaba con André Bretón, quien padecía un amor frenético por la imagen inesperada en el relato para sorprender al lector.
Por eso, Paz también decía que un relato ha de centrarse en los capítulos y momentos explosivos de la vida cotidiana.
Todo relato, decía Julio Cortázar, ha de ser una aventura fantástica que alucine al lector.
Álvaro Mutis, el escritor colombiano amigo de Gabriel García Márquez, decía cuando estaba preso en Lecumberri que “hay días cuando la cárcel con todos y sus muros cae encima del corazón
y la memoria y los recuerdos”, y por eso, nada más efectivo en un relato que convocar los recuerdos trepidantes de la vida.

VIERNES
Condenados al olvido

Según Javier Duarte, en su tiempo había ocho mil reporteros laborando en quinientos medios escritos, hablados y digitales.
Mucho se duda y hasta se cree que habló de tal cantidad de trabajadores de la información, pitorreándose.
Pero, bueno, si así fuera habría de preguntarse cuántos de los ocho mil reporteros han trascendido por su obra periodística, primero, en el pueblo, y después, en el estado de Veracruz, y luego en el país como referencia gremial.
En el siglo pasado, el poeta José Emilio Pacheco contaba en su famoso “Inventario” que en el siglo XVIII hubo treinta mil escritores, de los cuales, apenas, apenitas, únicamente dos siguen leyéndose y el resto se fue olvidando poco a poco, perdidos en el anonimato, sin haber dejado una huella profunda, inalterable, en la vida literaria.
Bastaría referir que de todos los periodistas en la historia del país la generación de la Reforma (Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Zarco, Guillermo Prieto, etcétera) son los más respetados y respetables, y el resto, incluidos los siglos antes y después, en el olvido.
La página en blanco de un reportero es tan creativa como demoledora.

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