Luis Velázquez | Diario de un Reportero
24 de julio de 2021
DOMINGO
Primer periodista asesinado
Era el tiempo, como todavía hoy, del “país de un solo hombre”, el presidente de la república. Y el tiempo cuando por vez primera en la república los carteles se aposentaban. Tiempo aquel cuando, y como ahora, trascendiera que el narco únicamente cuaja con la anuencia oficial al grado que cada gobernante suele tener su cartel preferido.
Era el tiempo de la alianza sórdida y siniestra entre políticos, delincuencia organizada y medios.
Y el tiempo de la dictadura priista. Y del autoritarismo total y absoluto en el ejercicio del poder.
Y el tiempo oscuro y negro de la relación entre los políticos y la prensa. Y el tiempo cuando lo más común era que los políticos untaban la mano de los dueños de los periódicos y de los columnistas y reporteros…igual, igualito que hoy.
Incluso, el tiempo cuando desde el poder cada año entregaban el Premio Nacional de Periodismo a los insumisos.
Fue aquel tiempo cuando en el país asesinaron al primer periodista en la calle. Y por la espalda. Y con cinco tiros.
Era el 30 de mayo de 1984 cuando el columnista del siglo XX, Manuel Buendía Tellezgirón, fue acribillado en el estacionamiento del edificio donde tenía su despacho.
LUNES
El amigo político narco
Era aquel tiempo sombrío. Entonces, Buendía tenía un amigo entrañable, el político José Antonio Zorrilla Martínez, director de la Federal de Seguridad, integrado, ajá, por los mejores policías del país.
Buendía publicaba la columna “Red Privada” en unos veinticinco, treinta periódicos del país, a través de la Agencia Mexicana de Información, AMI.
Y por lo regular, se trataba de un periodismo de investigación en el más alto nivel y moviéndose en las grandes ligas.
Uno de sus ejes reporteriles era la liga de los políticos y los narcos. Y un día descubrió o estaba por descubrir las ligas de su amigo Zorrilla Martínez con los jefes de los carteles.
Y Zorrilla Martínez se puso nervioso.
Y el 30 de mayo, don Manuel fue asesinado por la espalda hacia las 6 de la tarde, en el bullicio y romerío de la Ciudad de México.
Uno de los primeros en llegar al lugar de los hechos fue Zorrilla, argumentando que su oficina estaba cerca.
Pero al mismo tiempo, ordenó saquear las oficinas de Buendía y llevarse los archivos y que eran la mayor fuente acuciosa de información que todos los días nutría con nuevos datos.
Muchos años, Zorrilla fue detenido señalado de la autoría intelectual del asesinato, aun cuando el trascendido fue que Zorrilla había revelado que el crimen fue ordenado por Manuel Bartlett Díaz, secretario de Gobernación y su jefe inmediato.
MARTES
Página negra de Bartlett
Fue el tiempo aquel cuando de acuerdo con el documental en Netflix, Bartlett, “rápido y furioso” pidió al presidente Miguel de la Madrid Hurtado que Zorrilla se encargara de la investigación del asesinato pues era compadre de Buendía.
El tiempo cuando el subsecretario de Gobernación, Jorge Carrillo Olea, asegurara que Zorrilla Martínez era un político “muy ambicioso y poco escrupuloso y desleal”.
El tiempo cuando una parte de los comandantes de la Dirección Federal de Seguridad, jefaturados por Zorrilla, se convirtieron en los primeros capos del país.
El tiempo cuando Bartlett ungió a Zorrilla diputado federal por Hidalgo y luego, cuando la investigación sobre el homicidio de Buendía se recrudeciera, lo enviara a España.
El tiempo cuando el agente de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena fuera asesinado luego de descubrir una granja, rancho, en Veracruz, donde entrenaban a los sicarios de los carteles.
El tiempo cuando, incluso, la DEA siempre sospechara de Bartlett por el crimen de Camarena y que, bueno, todavía ahora, cuando Bartlett es director general de la Comisión Federal de Electricidad, su nombre sigue latiendo en Estados Unidos en la página negra.
MIÉRCOLES
Tenebrosa telenovela
Fue aquel tiempo una telenovela, historia del poder y con poder cuando el Procurador de Justicia del Distrito Federal, Ignacio Morales Lechuga, estableció 298 (doscientas noventa y ocho) hipótesis sobre el crimen de Buendía.
Y el tiempo cuando uno de los presuntos asesinos físicos fue otro agente de la Federal de Seguridad, Juan Rafael Moro Ávila, y quien permaneciera 18 (diecicocho) años preso y siempre, como siempre ocurre, se declarara inocente.
Y tiempo cuando también se aseguró que otro agente de la Federal de Seguridad (todos al servicio de José Antonio Zorrilla), José Ochoa, El Chocorrol, también disparó.
Tiempo cuando los grandes capos eran Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca, ambos, ex agentes de la Federal de Seguridad.
Tiempo cuando la realidad se mezclaba y revoloteaba con la ficción y la ficción con la realidad.
Tiempo cuando el cacique de Guerrero, y gobernador, Rubén Figueroa Figueroa, amenazara de muerte a don Manuel Buendía, en tanto, festivo y burlón, revelaba su más grande sueño a la hora de morir: “Quiero que me entierre con un brassiere en mis ojos y una pantaleta en mi corazón”.
JUEVES
El político que calló…
Fue el tiempo aquel cuando durante varios años, la familia y los amigos reporteros de Buendía la pasaron haciendo marchas, protestas, mítines y foros y escribiendo y publicando artículos reclamando justicia.
Un día, su esposa dijo que la impunidad seguía multiplicándose.
Tiempo cuando, incluso, y “para tapar el ojo al macho”, el gobierno lanzó tres carpetas de investigación y una cuarta a cargo de los reporteros, y en donde la única conclusión era que José Antonio Zorrilla era el sospechoso número uno como asesino intelectual.
Entonces, Zorrilla Martínez lanzó desde la cárcel, ya detenido, frase bíblica:
“Yo sé quién mató a Buendía. Pero no lo diré”.
Y Zorrilla se mantuvo firme en su silencio, quizá como una manera de garantizar la protección de su familia.
Haya sido de más arriba del aparato gubernamental. Hayan sido los carteles. Hayan sido las dos partes aliadas.
VIERNES
Infierno atroz y crudo
Desde entonces, aquel tiempo se ha reproducido “al pie de la letra” en el país.
En el duartazgo, por ejemplo, Veracruz declarado “el peor rincón del mundo para el gremio reporteril”.
En el sexenio de la 4T en Veracruz, un trío de reporteros asesinados. Una mujer y dos hombres.
Además, unos sesenta trabajadores de la información intimidados, hostilizados, acosados, amenazados.
“A mí, decía Manuel Buendía, me han de matar por la espalda porque soy buen tirador y porque de frente me los llevó”.
En el caso de los periodistas asesinados a partir de aquel tiempo, secuestrados, desaparecidos, torturados, asesinados, decapitados, cercenados y pozoleados y tirados sus restos en las aguas de ríos y lagunas para ser arrastrados aguas abajo.
Nunca otro más dijo el presidente Miguel de la Madrid. Pero el crimen de reporteros es un buen negocio para los políticos sórdidos y siniestros y para los políticos caciques y para los barones de la delincuencia organizada y común.
Las palabras… más duras y rudas y fulminantes que las R-15 y las Magnum.
Buendía fue asesinado y la vida pública sigue igual, o peor, llena de pillos, ladrones y corruptos. Su memoria anima y reanima los días y los años. Pero el infierno ahí sigue, inalterable, atroz y crudo.