Luis Velázquez Escenarios
Veracruz.-04 de julio de 2017.-Uno. Duarte, feliz, en la cárcel
La cárcel en Guatemala le está haciendo bien a Javier Duarte.
Se ignora si se deberá a que convive con un par de narcos, con unos exdiputados acusados de pillos y con el hijo de un ex presidente de la república acusado de corrupto.
Se ignora si, digamos, se debe a que dejó de dormir en cama de piedra, pues ya le dieron un colchoncito.
O a que está lejos de Karime Macías.
O a que se siente más lejos de Xalapa con su góber azul.
O que causa mayor felicidad estar en una cárcel militar del país de Ricardo Arjona que en el penal de Pacho Viejo.
El caso es que su última audiencia estrenó look. Casquete corto diría el peluquero del pueblo. Tipo Mara. A tono con el último grito de la moda rockera.
Y con una barba que ya se va pareciendo a la barba de León Toltói que le llegaba a media panza.
Y con una panza crecidita, mejor dicho, crecidota, como si se hubiera tragado dos balones como dicen los chicos de la primaria.
Bromista, además. Coqueto, incluso. Pícaro, más todavía.
Gracioso, pues.
Y de ñapa, “con la espada desenvainada” en contra del góber azul, el político que más odia en el mundo.
Pillín.
Más aún: en tanto la mitad de los duartistas está sumido y sumiso y la otra mitad de igual manera, Duarte apareció con “la frente en alto”, mostrando “las manos limpias”, porque el güerito de ojos azules lo está acusando de cosas endebles, insustanciales, como aseguró el diputado federal, Cuitláhuac García, como para alcanzar pronto la libertad.
Desde luego, si alguien por ahí levanta la mano y dice que Duarte mostró un carácter coqueto, bromista, burlón, pitorreándose, por los ansiolíticos, nadie lo evidenciaría.
Y es que todo mundo sabe que desde cuando iniciara su doctorado en la Universidad de Harvard, campus Nopaltepec, y donde tuviera de compañero de pupitre a Rafael “El negro” Cruz, ya era depresivo y vivía con las pastillitas en la bolsa de la camisa o del traje cuando la depre, esa enfermedad silenciosa, lo atrapaba y sin salida.
Dos. El gobernador sexy…
Digamos, entonces, que Duarte ha vuelto a ser él mismo que fuera casi seis años, entre otras cositas, pitorreándose de todos.
Claro, él mismito… porque en el viaje sexenal siempre anduvo con las pastillas antidepresivas.
Y en jornadas nocturnas terminando la fiesta en la madrugada, con los amigos y sus barbies.
“Yo como gobernador me he vuelto sexy” decía a los suyos y así vivía el hedonismo del poder o el poder del hedonismo, tal cual lo viven, ahora, y por ejemplo, Silvano Aureoles, en Michoacán, con Belinda, y Javier Corral en Chihuahua jugando golf con una de sus barbies amigas, a quienes en foto publicada en El Universal posan sonrientes con uniforme de tenis y con las raquetas en la mano, su mano derecha en la cintura de ella.
O como aquellos tiempos cuando Mario Villanueva, el góber precioso y chueco de Quintana Roo, se mostraba con barbies y modelos de todos los sabores y olores.
Nada de extraño, pues.
Y si ahora Duarte estrena imagen habría de recordarse cuando “en la plenitud del pinche poder” un día apareció en evento público con el pelo pintado de amarillo con fleco amarillo cayendo sobre la frente.
Y otro día con barba crecida.
Y otro más con bigotazo.
Y otros, jugando golf mientras la diputada Ainara Rementería le aplaudía.
Sólo falta que igual que Justin Trudeau, el ministro de Canadá con el trasero más sexy del mundo como ha sido calificado, encabece el desfile gay de la población reclusa de Guatemala, sólo, digamos, para vibrar con su nuevo liderazgo.
Tres. Un viaje a la oscuridad
La cárcel le ha sentado bien a Duarte. ¡Y qué bueno!
Así mientras los carteles (unos que operan en Veracruz) están abriendo ruta de tráfico en África, y se asocian con la mafia italiana para surtir Europa, gracias a los ansiolíticos él encarna lo mejor del carácter jarocho: alegre, jacarandoso, ocurrente, buena onda, tal cual como el diccionario describe a un paisano. “Persona desmadrosa”.
Las caritas sonrientes que tanto glorificara Octavio Paz simbolizadas en la risa perpetua de Duarte (unos dicen que es la risa de un loco) y que le permite bromear con los demás y hasta comparar una jaula de la poli con una uber.
En todo caso, se trata (digamos, y para ser optimistas) del famoso ingenio jarocho y que en el caso del góber fogoso servía para endilgar apodos a los suyos y a los ajenos, y de ñapa, pitorrearse, como aquella vez cuando en Colombia en el museo de Botero llamó a su vocero, Juan Alfredo Gándara, y le dijo que había servido de inspiración para sus pinturas.
Hoy (parece) Duarte tiene nueva audiencia en Guatemala. Bien podría dar otra sorpresa en su look. Por ejemplo, rasurado a coco y sin barba. Y con unos lentes negros. Y si la normatividad lo permitiera vestido como Elton John.
En el penal de Guatemala, Duarte se está divirtiendo. Así es la depre: te hunde al fondo del abismo, y al mismo tiempo, con la pastillita navegando en el cuerpo, te levanta al grado, incluso, de la sorpresa y la genialidad.
Claro, en “un viaje a la oscuridad” (como le llamaba William Styron) te puedes suicidar.