Luis Velázquez | Expediente 2021
09 de abril de 2021
En las últimas semanas, el góber jarocho ha sido insistente y obsesivo con los carteles. Entre ceja y ceja trae, parecer traer a la delincuencia organizada. Nunca antes una guerra tan campal y abierta contra los sicarios y malandros.
El lunes 5 de abril, en rueda de prensa, dice que irían por los cabecillos de los carteles.
“Está güeno”.
Desde Felipe Calderón a la fecha, y desde Patricio Chirinos Calero, en pocas, poquísimas, excepcionales ocasiones han caído los cabecillas del narco y de la droga.
Además, casos singulares, digamos, tipo Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.
Pero al mismo tiempo, vaya paradoja, y como el mismo Chapo lo anunciara en su oportunidad, hay un ejército de sucesores listos para tomar la estafeta.
En el caso de El Chapo, el sucesor fue Jaime “El Mayo” Zambada, entrevistado en exclusiva “en algún lugar del país” por el director general de Proceso, don Julio Scherer García, cuando soldados, marinos, policías y el CISEN, Centro de Información y Seguridad Nacional, rastreaban pistas, y sin suerte.
En Veracruz, por ejemplo, varios cabecillas han caído y el mismo fenómeno se ha reproducido. En automático, otros cabecillas toman el lugar y los carteles y cartelitos se reproducen y multiplican, pues su ejército de sicarios y malandros parece más grande que la División del Norte de Pancho Villa que llegara a tener treinta mil revolucionarios en el campo de batalla.
Según el góber jarocho, “en la zona Córdoba-Orizaba hay dos grupos que están peleando por las plazas. Y estamos analizando. Tienen negocios de giros negros, extorsión y distribución de droga. Y traen una serie de venganzas”.
Bastaría, por ejemplo, leer y releer un reportaje de Ricardo Ravelo Galo, y/o releer con lupa y microscopio algunos de sus libros, once en total, sobre la geografía de la droga en el país y en Veracruz para dar cuenta que la afirmación del góber precioso de Amlo… ningún aporte significa.
Simplemente, reproduciendo el mismo discurso de siempre.
En el sexenio de Enrique Peña Nieto, por ejemplo, el Comisionado Nacional de Seguridad, Renato Sales, aseguraba que en Veracruz “operan casi todos los carteles del país”.
Y de inmediato hacía una radiografía puntual con nombres y apellidos, hechos y circunstancias, negocios sucios y chuecos, de cada jefe de plaza.
Nadie dudaría que en la secretaría de Seguridad Pública de Arturo Bermúdez Zurita el titular en el duartazgo, dejaron el inventario de los carteles en Veracruz, región por región, plaza por plaza, de pueblo en pueblo.
Ahora, la cacarean.
¡Ah!, y de paso, descubren que los carteles “tienen negocios de giros negros, extorsión y distribución de droga”.
Según el jefe del Poder Ejecutivo Estatal, “las bandas delictivas están utilizando a sus propios consumidores para que sean distribuidores”.
Súper el descubrimiento, ajá.
La versión es tan antigua, bíblica, milenaria y legendaria como la historia de la humanidad.
Bastaría, por ejemplo, repasar algunas películas sobre el narcotráfico en Estados Unidos y en la frontera norte de México donde queda manifiesto que los carteles terminan usando a sus consumidores (muchos adictivos con incapacidad económica para comprar su droga) como agentes distribuidores.
Nada nuevo, pues, “bajo el sol”.
Una declaración mediática llena de lugares comunes y ocurrencias y resbalones que harían carcajear a los barones de la droga.
La superficialidad. Vacua. Intrascendente y que manifiesta el conocimiento del góber en la materia.
MUCHA CRUELDAD DE LOS CARTELES
Otro hallazgo del góber guinda y marrón es que los cabecillas de la droga “cercenan y desaparecen a sus víctimas”.
En el duartazgo, por ejemplo, la fama pública se centró y concentró en que los malandros “desaparecen a sus víctimas”.
Incluso, los torturan, ultrajan si son mujeres, cercena, pozolean y cocinan y luego, hechos polvo, los arrojan a las aguas de los ríos para ser arrastrados aguas abajo, sin dejar huella, rastro, indicio, posibilidad.
Más todavía: quedó probado por la yunicidad que en los retenes en las carreteras, los policías del sexenio anterior solían desaparecer a los conductores y copilotos y entregarlos a los malandros.
El caso más sonado y resonado fueron los 5 chicos (una mujer, menor de edad, y 4 hombres), originarios de Playa Vicente, levantados en Tierra Blanca, y entregados a un jefe malandro de la región.
En la fama pública quedó que fueron cercenados, hechos cachitos, y pozoleados.
Ahora, el góber de la 4T habla del gran descubrimiento de su vida sobre la delincuencia organizada.
En el último párrafo del texto periodístico publicado en La Jornada-Veracruz dice:
“Tenemos también en la mira a los otros jefes de plaza y vamos a ir tras todos ellos”.
Está bien.
Repetir el mismo discurso a nadie convence. Por el contrario, él mismo gobernador se exhibe y evidencia.
Los ingresos millonarios que de seguro obtendrán los carteles con la autopista de sur a norte, los tres puertos marítimos para la carga y descarga de droga, las pistas clandestinas, el huachicoleo, la prostitución, los secuestros exprés, las extorsiones, los migrantes y los narcoalcaldes y narcopolíticos y narcopolicías bajo sus órdenes los hace exponerse todos los días y noches a la rebatinga por el poder y el control.
Y en todo caso, si “la policía ha logrado detenciones importantes de jefes de plaza en la entidad” según dice el góber de la 4T…, muchos, demasiados, excesivos son los jefes entrenados para tomar la estafeta.
La mesura, la prudencia, la serenidad, la frialdad, amarrarse la lengua como dice el Eclesiastés, son virtudes, cualidades y atributos poco comunes en los hombres públicos y los políticos.