Por Inés García Nieto
Por primera vez en la historia del Museo México-Cuba -edificio ubicado en la margen del caudaloso río Tuxpan -, no se contará con la presencia del mexicano Antonio del Conde “El Cuate”, amigo entrañable de Fidel Castro, pues su intensa vida se detuvo el pasado 28 de marzo, a los 97 años de edad.
Y, por si fuera poco, por primera vez en la historia de este inmueble, el Museo está cerrado por “obras de embellecimiento”. Por vez primera las autoridades municipales de Tuxpan no celebraron la salida del legendario yate Granma a Cuba, en su 67 aniversario.
Primeramente, hablemos de Antonio del Conde, El Cuate, quien, a ocho meses de su deceso, el leal colaborador de la revolución cubana en México, pasó totalmente desapercibido.
La luz de la vida se extinguió en El Cuate en marzo pasado, y este el 25 de noviembre de 2023 fue el primer aniversario en que el legendario hombre no estuvo presente en el Museo de la Amistad México-Cuba, en Tuxpan, Veracruz, lugar de la que zarpó el yate “Granma” con 82 jóvenes expedicionarios, liderados por Fidel Castro.
En este lugar del norte de Veracruz, todos los 25 de noviembre se rememora la salida de la “navecita blanca”, como canta Silvio Rodríguez, con la que se dio continuidad al movimiento armado iniciado en 1955 con Fidel y Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto “El Che” Guevara, entre otros hombres más, cuyo propósito era derrotar la dictadura de Fulgencio Batista, y a la oligarquía que sometía y explotaba a más 5 millones de habitantes en la pequeña isla, en esos años.
Fidel Castro quien en México usó el nombre de Alejandro para pasar desapercibido por sus enemigos políticos en el país que lo acogió, un día de junio de 1955 entró a la armería de Antonio del Conde, y desde entonces entre ambos jóvenes de 29 años de edad nació una amistad que perduró hasta la muerte del primer comandante en jefe de Cuba, precisamente el 25 de noviembre de 2016.
Este y otros hechos históricos fueron escritos en el libro que Antonio del Conde tituló “Memorias del dueño del yate Granma”, yate deportivo comprado al norteamericano Robert Erickson quien además poseía una casa de campo junto al río Tuxpan, la cual hoy lleva el nombre de Museo México-Cuba, en Santiago de la Peña, población perteneciente al municipio de Tuxpan.
Después de ese histórico encuentro, radicado en la ciudad de México donde Fidel conociera a Ernesto Guevara de la Serna como médico, y tuviera cuidadosa comunicación con los rebeldes en Cuba, Castro asentó:
Si El Cuate no me falla, salgo… Si salgo, llego… Si llego y duro 72 horas, triunfo.
Y Fidel Castro y 81 jóvenes más salieron al filo de la 1.30 de la mañana por las aguas del río que desemboca al mar, a las aguas del Golfo de México. Y así el Granma se convirtió en la pequeña nave que ayudó en el triunfo de la revolución de cubana, el 1 de enero de 1959.
Pero el 25 de noviembre de 1956 fue un día más que difícil para “El cuate”. No solo porque debía buscar a las autoridades navales del puerto de Tuxpan durante el día para preparar la secreta salida del barco de 19 metros de eslora -a quienes les llevó vino para consumir en la obligada plática, aun cuando él no tomaba alcohol y así afianzar la incipiente relación de uno y otros-, sino porque con matemático y estratégico cuidado debía dar lugar a cada uno de los combatientes en el yate, dejando libres pequeños espacios para medicamentos, armas y alimento enlatado.
El Cuate recuerda que los combatientes viajaron sentados en el piso, juntos unos a otros apilados como cerillos por falta de espacio, pero lo más difícil fue antes de que “El Granma” encendiera el motor. Ya listo para subir a la nave, Fidel le dijo que él no iría, que era más útil a la revolución en tierra mexicana que luchando a su lado.
Antonio del Conde aceptó la orden de Fidel Castro, y con los pies dentro de las frías aguas del río, la gélida madrugada del domingo 25 de noviembre de 1956 vio como el blanco y pequeño yate fue avanzando lentamente hacia el mar, rumbo a la victoria tres años después.
Un hecho era recordado por El cuate, en relación al ascenso de los tripulantes.
Cuando los hombres llegaron a la ribera del río y vieron El Granma, preguntaron si en “eso” se iban a ir pues el barco era muy chico y el más inquieto era El Che. Raúl Castro los calmó diciendo que en el mar los esperaba otra embarcación y así accedieron a zarpar. El Che dijo varias veces a Raúl – Pregúntale a Fidel a qué hora transbordamos, y al no tener respuesta le contestó. – Pregúntale tú. El Che se calmó.
Estos y muchos otros pasajes conforman su obra “Memorias del yate Granma”, y en cada aniversario él viajaba semanas antes a Tuxpan para hablar con las autoridades municipales y directores del Museo México-Cuba para enterarse de la organización y conocer el programa del aniversario. Al museo, esa fecha, generalmente llegan embajadores de Cuba, y El Cuate llevaba broches con la imagen de “El Granma”, banderas y camisetas recordando así la fecha de esta gesta libertaria en Latinoamérica
Esto recuerda y dice de él Dalia Cuervo, ex directora del Museo México Cuba en Santiago de la Peña:
Don Antonio del Conde, quien viajaba de la ciudad de México a Tuxpan en motocicleta para estar en el museo desde que conoció a Fidel Castro, dedicó su vida para servir a la revolución cubana. Nunca le importó haber sido encarcelado tanto en Estados Unidos como en México y tampoco perder la armería heredada por su padre. Él se dedicó en cuerpo y alma, desde su trinchera, a ayudar a la revolución. Estoy segura que antes de dar su último aliento, Antonio del Conde amó este movimiento de libertad.
Quienes lo conocieron y tuvieron la oportunidad de tener su amistad en Tuxpan, evocan el pasaje que ayudó a Antonio del Conde a salir de una cárcel en México:
Las autoridades se vieron obligadas a sacarlo porque al tener el mote de “El Cuate”- sobrenombre que Fidel le dio en México -no se pudo comprobar que Antonio del Conde estuviera involucrado en una acción tan radical como era ser parte de un movimiento armado en una isla tan pequeña en relación a Estados Unidos, país que después se encargara de boicotear el desarrollo económico de Cuba.
Como en México la amistad se mantiene siendo compadres o cuates, en ese entonces muchos hombres eran llamados cuates, y Antonio del Conde Pontones, era uno más, entre los millones de habitantes en la ciudad.
Hoy sus pies no transitarán más por el Museo, por los accesos del amplio jardín donde administraciones municipales pasadas decidieron hacer sendas esculturas de Fidel Castro, el Che, y Camilo Cienfuegos, así como de Ramón Mejía del Castillo “Pichirilo”, combatiente procedente de República Dominica, del mexicano Alfonso G. Zelaya y de un hombre no identificado porque la efigie carece de placa, pero al parecer es Gino Doné, un joven que al final decidió no subir al Granma, al señalar que sentía temor por todo lo que se avecinaba, tanto en la mar como en la lucha armada en la isla.
En ese histórico espacio no está nada que recuerde a Antonio del Conde, así como tampoco un ejemplar de su libro autobiográfico. No hay nada que evoque su acción revolucionaria, su valor y su entrega para evitar que movimientos como estos, sean parte del olvido.
De hablar pausado, reflexivo y atento, queriendo siempre que el hecho histórico de la salida del Granma por Tuxpan siguiera vivo como él lo traía impregnado en el alma, Antonio del Conde narró más de una vez:
En 1955 un huracán había llegado a Tuxpan y causó mucha destrucción, y el Granma quedó dañado y encallado en el río, por eso decidí comprarlo y repararlo, pero Fidel Castro al verlo pensó que ese yate sería su medio de transporte para llegar a Cuba.
Por eso Fidel dijo a El cuate. – Si usted me lo arregla, salgo, si salgo llegó, y si llego triunfamos.
Y así fue. Por ello el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel expresó en su cuenta de Twitter tras enterarse de la muerte de Antonio del Conde en Tecate, Baja California el 28 de marzo de 2023:
Desde Cuba agradecida lamentamos el deceso de Antonio del Conde, a quien Fidel nombró El Cuate cuando se convirtió en colaborador fundamental de los futuros expedicionarios del Granma, el yate de su propiedad que entró navegando a nuestra historia.