Luis Velázquez | Escenarios
03 de julio de 2021
UNO. La oficina, segunda casa
La peor tragedia y comedia de un burócrata es cuando, por ejemplo, convierta la oficina en una especie de segunda casa.
En ningún momento porque tenga “un segundo frente” con una compañera, secretaria, jefa incluso, sino porque crea y sienta que durará toda la vida y entonces, y más si tiene oficina propia, se empieza a llevar sus cosas personales para, digamos, facilitar la vida.
Domitilo Robles, por ejemplo, así lo creyó, y de pronto, además de la crema dental y el cepillo de dientes, se llevó estropajo y jabón para bañarse en la oficina y chanclas para quitarse los zapatos y despachar tal cual.
DOS. La prolongación hogareña
Además, se llevó montón de cuadros con fotografías de la esposa y los hijos y los fue acomodando, primero, en el escritorio, y luego, en par de libreros que tenía donde guardaba libros de cabecera y que iba leyendo.
Más todavía: en tiempo de calores se llevaba una muda de ropa y solía cambiarse.
En las paredes tenía, además, cuadros colgados, de hecho, fotografías familiares.
TRES. Un jefecito lo redujo…
Tenía un montón de archivos de todos los oficios y documentos escritos en sus veinte años de burócrata.
Y como era una biblioteca ambulante, entonces, cada jefe sexenal lo fue re/nombrando como el secretario número uno, el de mayor confianza.
Lo peor fue cuando se le acabó la buena suerte y entonces, el nuevo jefe llegó con su equipo y simplemente, lo rebasaron. Lo dejaron fuera.
Incluso, y como se puso rejego argumentando su valía, lo despidieron.
Y la dicha y la felicidad se convirtió en tragedia familiar y comedia personal.
CUATRO. Atroz vivencia
Comedia, por lo siguiente:
Despedido cuando menos lo esperaba, una mañana llegó con muchas cajas para llevarse sus cosas personales.
Tanto de ropa y calzado como fotografías y libros y documentos.
Y eran cajas y cajas y más cajas.
Luego, se fue llevando a su casa una caja al hombro por viaje y como su domicilio particular estaba lejos se demoraba en la travesía.
Toda la mañana y la tarde de aquel día y el día siguiente trasladando las cajas con sus objetos particulares y la imagen de Domitilo Robles era como si transitara en un camino lleno de espinas y cardos, latigueado por los fariseos, con destino al Gólgota.
Ningún recuerdo más atroz como aquel.
CINCO. Enseñanza de vida
Desde entonces, los compañeros de oficina juraron que nunca, jamás, permitirían escenas como aquellas… cuando fueran cesados si llegara el caso.
Así, nada como actuar con precaución y cordura y prudencia, y cada burócrata se fue llevando pian pianito sus cosas personales del escritorio.
El día cuando otros más fueron despedidos, únicamente agarraron su bolsa de mano, las mujeres, y se fueron. Los hombres tomaron su agenda en la mano y también partieron.
SEIS. El hombre humillado
Además, se esmeraban por mantener limpiecito el escritorio y los cajones, con los pendientes del día si quedaban en la jornada laboral.
Es más, todos ellos dejaban abiertos los escritorios cuando se retiraban en el día con día de la chamba para que si algún intruso, un espía, un intrigante, deseaba esculcar los cajones se sintiera en libertad plena.
Los últimos días de Domitilo en la oficina sirvieron como una filosofía lacónica y categórica para todos ellos pues está canijo terminar los treinta años de servicio público y privado en tales circunstancias.
Fue aquella la imagen del hombre derrotado y destruido. Pero también, el hombre humillado.