- Su pasado heroico
Barandal
Luis Velázquez
Veracruz.- ESCALERAS: Igual que a todos los políticos encumbrados, a AMLO, el presidente de la república electo, ya le están recreando un pasado heroico.
Así, claro, lo desean glorificar en los altares, donde ya está, desde cuando, y por ejemplo, fue identificado como el enviado de Dios, el iluminado, el favorito de la Providencia.
Ha sido la misma historia de siempre.
De Plutarco Elías Calles, por ejemplo, siempre recordaban que fue dependiente en una tienda pueblerina de abarrotes y que luego profesor de escuela rural.
De Benito Juárez que aprendió a leer y escribir a los once, doce años de edad.
De Porfirio Díaz que de niño siempre se atravesaba la calle y se metía a la iglesia donde era acólito y ayudaba al sacerdote en la misa.
De Francisco Ignacio Madero que creía en los médiums y los espíritus y se comunicaba con sus antepasados y que hasta Benito Juárez fue su coordinador de la campaña presidencial quien lo asesoraba a través de aquellas sesiones esotéricas.
Fidel Herrera Beltrán declaró a la revista “Contenido” que de niño vendía longaniza y tamales en la Cuenca del Papaloapan.
Javier Duarte decía que de niño se levantaba a las cuatro de la mañana para hornear el pan y luego se iba de pueblo en pueblo, de Omealca a Tezonapa, a venderlo de tienda en tienda y de casa en casa.
AMLO también tiene su pasado heroico.
PASAMANOS: La historia es y la han resucitado. La cuenta el priista Ignacio Ovalle Fernández, el primer jefe de Andrés Manuel López Obrador como director del Instituto Nacional Indigenista, cuando en el año 1977, a los 23 años de edad, lo nombró director del Centro Coordinador Indigenista de Tabasco.
Entonces, Ignacio Ovalle, quien fue secretario particular y subsecretario de la Presidencia con Luis Echeverría Álvarez, le dijo que el único requisito era irse a vivir con los indígenas, y luego luego, AMLO dijo: “Yo voy”.
Y AMLO, recién casado, se fue con su primera esposa Rocío, a Nacajuca, en el corazón de La Chontalpa, a vivir.
Y vivían en una choza con piso de tierra, en medio de los indígenas, y en donde nació su primogénito, José Ramón, que solía jugar trepado en un catre.
Incluso, en una ocasión, Ovalle llegó con el gobernador de Tabasco, Leandro Rovirosa (y quien fuera secretario de Recursos Hidráulicos con Luis Echeverría) a Nacajuca y como cayeron de sorpresa buscaron a AMLO quien estaba con los indígenas en los camellones chontales.
“Tenía los pantalones arremangados, con los pies en el lodo, trabajando con la gente” contó Ignacio Ovalle al reportero Álvaro Delgado, de Proceso.
CORREDORES: Tiempo después, Ignacio Ovalle recomendó a AMLO con el gobernador de Tabasco, Enrique González Pedrero.
Y González Pedrero, un intelectual maestro de la UNAM, lo nombró presidente del CDE del PRI.
Y meses después, AMLO le habló para confiarle su grave problema con el gobernador priista, pues cuando quiso democratizar al partido tricolor con consultas a la base (las famosas consultas a la base que ahora inventa para todo, hasta para definir la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México), ni modo, y ante la oposición interna, le renunció.
Y le renunció, “por dignidad”…, la misma dignidad que ahora, encumbrado, cacarea por todos lados y que, de paso, sirve para que el ejército de obradoristas alardeen de la dignidad política y la honradez y la austeridad republicana y la entrega total y absoluta a los pobres “y a los pobres entre los pobres”.
RODAPIÉ: Entonces, y en búsqueda de un destino social y político, AMLO dejó Tabasco y se fue a la Ciudad de México, tiempo aquel cuando el gurú del grupo Atlacomulco, Carlos Hank González, decía que al Distrito Federal “sólo se iban los valientes”, al mismo tiempo que financió una película para desalentar a los provincianos para migrar a la metrópoli defeña.
AMLO, sin trabajo y sin dinero (otra parte de la leyenda que ya están creando) se instaló en un modesto, modestísimo departamento y un día, como ángel de la guarda, le cayó Ignacio Ovalle Fernández, y apenas el tabasqueño abrió la puerta de su casita, le dijo:
“¡Ya tienes trabajo, mano”.
Y AMLO comenzó a trabajar con Clara Jusidman, directora del Instituto Nacional del Consumidor, y quien fue su segunda jefa en el priismo.
“Pero yo quiero a un hombre trabajador, con sensibilidad social, que no sepa nada más de oficina ni de banqueta, que sepa caminar entre el polvo y que no tenga desprecio por la gente necesitada” le había dicho Jusidman.
Ignacio Ovalle le respondió:
“¡Es al que te vengo a recomendar” (Álvaro Delgado, Proceso 2181).
BALAUSTRES: Muchos años después, ahora, 2018, AMLO encumbrado como jefe máximo de la política en el país, es un político generoso, agradecido, con un corazón gigante, y ha nombrado a Ignacio Ovalle titular de SEGALMEX, el organismo que se encargará de la seguridad alimentaria para garantizar “el abasto de 36 productos básicos, incluidos cárnicos y pollo, a los habitantes más pobres de las zonas rurales y urbanas”.
Es decir, lo mismo que AMLO procuró hacer siempre con los indígenas de La Chontalpa donde iniciara su vida política y vestía unas ropas modestas, muy modestas.
Los priistas Leandro Rovirosa, Enrique González Pedrero, Ignacio Ovalle y Clara Jusidman, quienes le abrieron la puerta laboral, nunca llegaron a la presidencia de la república.
Por lo pronto, en la cancha local, la leyenda empieza a tejerse alrededor de Éric Patrocinio Cisneros Burgos, ungido secretario General de Gobierno, y su biógrafo dice que de niño debió salir de Otatitlán para seguir viviendo (igual que Jesucristo) y se refugió en Baja California Sur como un migrante (igual que los migrantes de América del Sur), y en donde años después se descubrió un militante fervoroso de la izquierda (igual que Lenin cuando de Rusia se exilió en París huyendo de los Romanov, cuyas familias detentaron el poder durante trescientos años).