- El manejo de la ciudad
- Servicios eficientes
Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- UNO. No se ve, pero se siente
En la ciudad hay un gobierno invisible. Nadie lo ve, pero todos lo sentimos. Y es tan efectivo que hasta se le vive agradecido.
Gracias a ellos, las ciudades funcionan.
Por ejemplo:
Todos los días antes, mucho antes de amanecer, los semáforos se encienden y se apagan hasta el final de la noche.
Una mano misteriosa, disciplinada, los ha aprender con un gran sentido militar. Sin faltar a su chamba.
Y lo más importante, sin emborracharse, porque de quedarse dormido “en la mona”, entonces, y salvo haya un relevo impecable, la ciudad sería una locura, sobre todo, en las horas “pico” en las escuelas, a la hora de entrada y de salida cuando los padres suelen formarse en doble fila y la calles y avenidas se vuelven un caos fuera de control.
Otra mano invencible, igual de efectiva, está pendiente de que todos los días funcione el sistema de agua para que el líquido llegue a tiempo día y noche.
Se ignora, y como en el caso de los semáforos, si hay controles por avenidas, calles, distritos urbanos o suburbanos, distritos geográficos.
El caso es que nada tan efectivo como la operación hidráulica y que llega al extremo de racionar el servicio cuando, por ejemplo, se impone el mantenimiento técnico de las redes.
Y ni se diga, por ejemplo, cuando de pronto, zas, cae una tormenta y la ciudad por equis o mangas se paraliza, pues, primero, un montón de automóviles quedan varados, y segundo, las atarjeas se tapan por tanta basura.
DOS. “Y la luz se hace”
Otro gobierno invisible suele darse con el funcionamiento del alumbrado público.
Todas las tardes, apenas las sombras de la noche están por llegar, o han ganado espacio a la claridad, desde algún escritorio, una oficina, un centro de operaciones, alguien, algunos, prenden las lámparas.
Y “la luz se hace” como por arte de magia.
Quizá sea un solo operador muy fregón tipo Superman, digamos, para tener el control total de la ciudad.
Acaso el servicio del alumbrado funcione por zonas y áreas, y entonces, haya varios operadores, pero dato curioso, todos están sincronizados, pues la luz suele hacerse al mismo tiempo.
Claro, a veces, sólo a veces, son las diez de la mañana (sobre todo en día domingo) y el alumbrado sigue igual, igualito que a media noche.
Pero se entiende, el día anterior fue sabadito y en este tiempo huracanado y tormentoso, tan lleno de tentaciones, resulta imposible volverse un santo, portarse bien, y estar pendiente como un reloj, como una máquina, como una computadora programada, para lograr un servicio eficiente.
Quizá, ahí está el detalle, pues el alumbrado estaría controlado por una compu y ni hablar, en ocasiones, como cuando el Internet se cae, y cuando “El sistema (electoral) se cayó” en 1998 como anunciara Manuel Bartlett Díaz, también la compu de la luz pública falla.
Con todo, en la ciudad mágica el gobierno invisible ofrece un buen servicio, salvo aquel, claro, donde las lámparas se funden o son fundidas por un grupito de borrachitos del barrio que acaban con los focos a base, digamos, de balazos y/o a pedradas jugando tiro al blanco, como si le tiraran a las estrellas.
TRES. Los inspectores de comercio
Otro gobierno invisible, pero ultra contra súper invisible, son los inspectores de comercio. Casi casi espías.
Ellos, por ejemplo, y para bien de la población, se encargan de vigilar, entre otras cositas, de que ningún comercio aumente así nomás el precio de los artículos básicos y de los útiles escolares.
Y de que ningún restaurante se exceda en el precio oficial autorizado para los alimentos.
Y de que en las gasolineras sirvan el litro de gasolina.
Y en las carnicerías vendan el kilo completo de carne.
Y en las taquerías que nadie venda tacos de perros ni de gatos.
Y de que los mariachis del zócalo cobren tarifas autorizadas por la dirección de Turismo para las serenatas de los hombres enamorados a sus amadas.
Y de que ni el whisky ni el Bacardi ni el presidente estén adulterados en los antros.
Y de que ningún antro venda mota por debajo o arriba de la mesa.
Unos les llaman espías, pero sus nombres reales son inspectores y ellos, como nadie, mantienen vigilada la ciudad.
Son el gran gobierno invisible y a todos ellos debemos una gratitud eterna para hacer que la ciudad funcione lo mejor posible.
Y, bueno, riesgos de la vida, si aceptan mordidas o ayudas de los comerciantes, ya es otro cantar, pues en términos de corrupción, y como dice Enrique Peña Nieto, “aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra”…, pero en términos generales, llegan a un acuerdo y la ciudad sigue funcionando bien, como si nada malo se interpusiera.
CUATRO. Lograr un pueblo feliz
Otro gran gobierno invisible está formado por los llamados Hombres Topos del sistema municipal, pues su chamba de todos los días es tapar las fugas de agua para evitar el desperdicio del líquido, limpias las atarjeas para evitar la inundación de la ciudad y arreglar baches y los famosos socavones en las últimas fechas tan de moda.
Todos ellos son burócratas que dado el resultado social que cada día logran en beneficio común merecen un aumento salarial indicativo y significativo, lejos de las vaciladas tan acostumbradas y cacareadas en la prensa del salario mínimo para que sepa la población.
Ellos trabajarían con más gusto y sus esposas e hijos serían más felices.
Y de ñapa, se lograría un pueblo feliz, el objetivo superior en la tarea de gobernar y ejercer el poder.