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El Himno Nacional: el reclamo permanente al robo de 1848

El Piñero

VICENTE BELLO | EL PIÑERO

México.- El desfile militar que se lleva a cabo todos los años los días 16 de septiembre, en la plaza del Zócalo de la ciudad de México y ante Palacio Nacional, es celebrativo, por un lado, del inicio de la guerra de independencia, acaecida la madrugada del 16 de septiembre de 1810, cuando el cura de Dolores Hidalgo, Guanajuato, Miguel Hidalgo y Costilla, llamó al pueblo a levantarse en armas en contra del Virreinato y a emanciparse del reino de España. 

Este desfile es también conmemorativo de, acaso, la fecha más infausta y amarga de cuantas haya tenido el pueblo de México, la del 15 de septiembre de 1847, cuando el ejército de los Estados Unidos arrió la bandera mexicana izada en Palacio Nacional para izar de inmediato la suya, luego de que por causa de terribles malas decisiones militares de quienes comandaban entonces al ejército mexicano, vencían y se hacían del país, no sin antes miles de soldados gringos haber sucumbido por las armas mexicanas y tras epopeyas de soldados mexicanos tan grandes que seguirán contándose hasta el final de los tiempos.

Epopeyas como la de la batalla de la Angostura, que tanto sigue irritando a los gringos, porque allí se vieron terriblemente cobardes, apanicados y con un gran miedo a morir. O la de Chapultepec, último reducto mexicano, adonde ya no hubo armamento para enfrentarlos, pero sí muchos hombres dispuestos a morir, entre ellos un puñado de cadetes del entonces Colegio Militar.

Año y medio después, esta invasión desembocaría en la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo (2 de febrero de 1848), en el que supuestamente México aceptaba vender por 15 millones de dólares a los Estados Unidos poco más de 2 millones de kilómetros cuadrados, de los más de cuatro millones que entonces conformaban el territorio de México.

Se le llamó Guadalupe-Hidalgo porque, nada menos, este tratado fue firmado en la mesa eucarística del recinto principal de lo que ahora se conoce como la antigua villa de Guadalupe.  O mejor dicho: en la Villita, donde se hizo un altar a la supuesta aparición de la Virgen de Guadalupe, en el año de 1532.

México comenzaba como nación independiente; pero, como es ahora, era imposible sustraerse de luchas intestinas por dos tipos de mexicanos: los que no tenían prácticamente nada y que habían sido objeto de vejaciones históricas desde la invasión española en 1521, y los que, desde siempre, habían sido favorecidos económica, política, social y religiosamente y que se resistían, desde la consumación de la independencia el 27 de septiembre de 1821, a dejar privilegios y ventajas. 

Siempre esa guerra entre los que tenían casi todo y los que no tenían nada fue un caldo de cultivo de la discordia, y México se convulsionaba, presidencia tras presidencia, en una división endémica. 

Los estadounidenses vieron, desde siempre, a su vecino del sur como un gigante sorprendentemente debilitado por esas luchas intestinas.  Y tenían como plan original invadirlo y desaparecerlo, ocupando todo el país.  Pero desistieron de ello  cuando sus generales razonaron advirtiendo a los políticos de ese país que no convendría quedarse con todo el territorio, porque entonces tendrían que tener que hacerse cargo de toda la población, mayoritariamente indígena, o de plano aniquilarla. Y eso sería mucho mayor trabajo que el que tuvieron cuando los ingleses, casi un siglo antes, en su ocupación de lo que fue el territorio original de ese país, el de los 13 estados de la Unión Americana, cuando procuraban aniquilar pueblos enteros de hombres, mujeres, niños y ancianos originarios, hasta que éstos fueron obligados a tener que vivir en zonas reservadas para indios. 

Estas fechas que se celebran y conmemoran al unísono en México no son fechas agradables para los estadounidenses, definitivamente, porque son fechas que les recuerdan quiénes fueron y quiénes son: unos genocidas, unos ladrones de lo más vulgares, unos despojadores. 

Con estas celebraciones se les recuerda también que su poderío tiene pies de barro y que no tienen realmente el respeto de los pueblos sino el temor de éstos por su poderío militar y económico (afortunadamente ambos aspectos venidos a menos), que no dudan en ejercer para acaballarse sobre quienes tratan de resistirlos. 

Este lunes reveló el presidente Andrés Manuel López Obrador que la noche del 15 de septiembre anduvo por palacio Nacional el militar gringo jefe del Comando Norte. Pero también, al otro día, fue notorio por todo el mundo cómo desfilaron entre los invitados especiales del ejército mexicano escuadras representativas de ejércitos más poderosos que el gringo, como el de Rusia, y otros increíblemente disciplinados y poderosos como el chino.

Es de suponer que a los gringos les dio diarrea saber que estos dos ejércitos, enemigos por antonomasia del estadounidense, desfilaron al lado del ejército mexicano. Como también desfilaron otros ejércitos no menos enemigos del gringo como el cubano, el venezolano y el nicaragüense. 

Seguramente sabe el ejército estadounidense que si un enemigo tiene por naturaleza es el ejército mexicano.  Basta con escuchar el Himno Nacional Mexicano para saber quién es el destinatario de tales estrofas y estribillos.  No es ninguna casualidad que el Himno haya sido creado a raíz de lo que sucedió en 1847-48. El entonces presidente mexicano, Santa Ana, también de triste memoria, convocó a su creación, y letra por letra, verso tras verso, estrofa tras estrofa, el himno es un reclamo a Estados Unidos del robo que cometió en 1848. 

Y más vale a los mexicanos que no se nos olvide tampoco, nunca.

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