Luis Velázquez | El Piñero
08 de septiembre de 2021
UNO. El Hombre Mudo
Durante los últimos cuarenta años de su vida (de los diez a los 50, cuando muriera), el señor H. renunció al habla. Se volvió mudo. Con nadie platicaba.
Nunca casó. Jamás tuvo una pareja. Tampoco una relación efímera. Ni siquiera, vaya, iba a los prostíbulos en el pueblo.
Huérfano, arrimado con los abuelos y unos tíos, en la primera infancia sintió el menosprecio y el desdén.
Y mejor se zambulló para siempre en el silencio. Cumplía tareas asignadas, digamos, para sobrevivir.
DOS. El hombre más callado y silencioso
Su señora madre lo abandonó y se fue con un hombre, sin decir adiós. El padre se hundió en la borrachera y en un viaje etílico perdió la vida.
Entonces, el resto de la familia lo satanizó.
Y aun cuando parezca inverosímil, a los 10 años de edad, sabrá el chamán las razones y que nunca expuso, se encerró en sí mismo y se volvió un hombre callado y silencioso.
Cuando era necesario, su lenguaje eran las señas. A veces, unas palabras escritas en una libreta escolar que cargaba.
Dejó la escuela primaria en el tercer. Suficiente para leer y escribir y hacer cuentas.
TRES. Prófugo de la vida
Nadie en su familia recuerda alguna plática con él. Incluso, se volvió huidizo como un hombre en pena, un prófugo de la vida.
A los 10 años de edad, además de cumplir las tareas de la casa asignada por los abuelos y tíos, en las tardes se alquilaba como jornalero.
Y durante cuatro décadas trabajó en el campo, sembrando maíz, frijol y ajonjolí.
Y sin cruzar palabra con los otros jornaleros. Y aun cuando convivía con ellos a la hora del itacate sentados debajo de un árbol que daba sombra, siempre desde el silencio y con silencio.
CUATRO. El anacoreta
Le apodaban “El anacoreta”. Le decían que mejor debía vivir en alguna cueva en la montaña del pueblo, cerca del río Jamapa, para que teniendo el río a un paso pudiera bañarse. Incluso, tender sus redes de pescador y pescar unos charalitos para comer.
Y nunca contestaba. Escuchaba, a la expectativa. A veces, sonreía con la mitad de una sonrisa.
Su distancia de los demás era su cercanía, porque los demás se ocupaban de su persona. Quizá una medida inteligente para hacerse sentir y volverse visible, invisible que era en la casa donde vivía.
CINCO. Vivir para adentro
Los monjes suelen enclaustrarse en el monasterio y hasta encerrarse en su cuarto para leer, estudiar, reflexionar y escribir algunos.
Y como están en medio de cuatro paredes, la vida es fácil. Más, porque también hablan para adentro.
Están a sola con ellos mismos.
Pero…en el caso del señor H. viviendo en una casa habitada por montón de parientes y en un pueblo, renunciar al diálogo y la convivencia resulta una hazaña insólita, fuera de serie.
SEIS. El féretro de madera barata
Durante muchos años se refugió en el alcohol. Compraba botellita de aguardiente y encerraba en el cuartito donde vivía y tomaba.
Hijo de la pobreza y las limitaciones económicas, ni siquiera tenía televisión. Parece, un libro, y que leía entre copa y copa. Era la Biblia. Y que en 40, 30, 30 años debió haber leído en varias ocasiones ida y vuelta.
Murió de un infarto cardiaco en un viaje etílico. Solo. Su cadáver fue descubierto días después cuando el sol tropical incendiaba el olor de un muerto.
Y fue sepultado en un féretro de madera barata pagado en abonos.