Luis Velázquez /Escenarios
10 de julio de 2019
UNO. El infierno por el paraíso
Era Soledad de Doblado un pueblo tranquilo. La tranquilidad provinciana, en su más alto decibel. Las familias, igual que en otros pueblos, con el sillón tlacotalpeño en la banqueta, para mirar pasar a los vecinos y conocidos en la tarde apacible y platicar.
Todas las noches, las señoras rezando el rosario en el templo mientras los chicos jugaban basquetbol en la cancha de la iglesia.
Luego, sentarse un ratito en el parque a comer cacahuates bien doraditos y a veces, los jueves y sábados, escuchar la orquesta de “El cabito”, buena para tocar danzones desde el kiosco que cada quien bailaba en la imaginación.
Comerse sabroso mondongo o atragantarse con picadas en el mercado. Luego, mojar el pancito en el café negro. La plática con los familiares y amigos.
Un día, sin embargo, el paraíso fue sustituido por el infierno.
Los sacerdotes aconsejaban a los feligreses que evitaran salir de noche porque la noche se ha vuelto propiedad de los malandros.
El miércoles 3 de julio, dos cadáveres fueron tirados frente a la gasolinera. Dos más en el pueblo vecino, Manlio Fabio Altamirano.
Igual que en el resto de Veracruz, “la muerte tiene permiso” en Soledad de Doblado, el pueblo pacífico y feliz que era…
DOS. La vida tranquila en la aldea
Entonces, las calles se llenaban de chicos llevando serenata con los tríos de Albino Fernández y Renato Cortés. Las guitarras y la cantada rasgaban en la noche tibia y nadie vivía con sobresaltos.
En la cancha de basquetbol de la iglesia había campeonatos deportivos de niños, jóvenes y hombres maduros y cada jornada terminaba hacia las once, quizá doce de la noche en el final de la justa, y todos contentos regresaban a casa para chambear el día siguiente.
Había, claro, lógico, obvio, muertos en el pueblo. Todos morían por muerte natural. Y en sus camas, acompañados de los suyos.
Quizá algún muertito por un accidente automovilístico. O en todo caso, un infarto súbito. Pero nunca Soledad de Doblado chorreando sangre. Jamás un tiroteo. Una balacera. Una bala perdida. Un asesinato atroz.
Los presidentes municipales llegaban puntualitos a las 9 de la mañana al palacio y se retiraban hacia las 2, 3 de la tarde, para la comida en familia, y rara, extraordinaria ocasión regresaban en la tardes o noches, porque el día burocrático estaba agotado, atendidos los pendientes sociales.
La paz provinciana. La vida tranquila en la aldea…
TRES. Del desencanto a la sublevación
Todo Veracruz ahora está plagado de carteles y cartelitos, sicarios y pistoleros.
Mucho se duda que algún pueblo, alguna comunidad, se salve.
Lo peor, en la desesperación social hay pueblos donde se han integrado en guardias comunitarias. Y en otras, de pronto, los vecinos se han organizado, digamos, al vapor, y como en Soledad Atzompa se hicieron justicia por mano propia y detuvieron y lincharon y quemaron vivos a 6 malosos, acusados del secuestro de maestros.
Fue, primero, el desencanto luego de tantas expectativas levantadas por MORENA. Y segundo, el hartazgo. Y tercero, la sublevación social.
Y la rebelión comunitaria cuando la familia (los hijos, la esposa, los padres ancianos, los sobrinos, los tíos, etcéra) han sido puestos en la mira de los carteles, como el ganadero de Jáltipan que tomó su escopeta para cazar palomas y conejos y esperó en su rancho a los malandros y en legítima defensa de su familia les disparó y mató a tres pistoleros.
Al paso que van los días y las noches se ignora el desenlace en Soledad de Doblado…