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El migrante y su casi muerte en el desierto

El Piñero

Luis Velázquez | Barandal
20 de julio de 2021

ESCALERAS: Desde los 10 años de edad, Félix Díaz, hijo de un campesino y ama de casa, llegó a trabajar a la casa principal del pueblo, los dueños, una familia magnate, rica y pudiente.

Entonces, lavaba los coches y los enceraba, trepado en un banquito. Luego, hacía mandados. Después, ayudaba a una chica en la limpieza del hogar.

Y en las tardes, jugaba con los dos hijos menores de la familia y ayudaba a hacer la tarea.

PASAMANOS: A los 15 años lo enseñaron a manejar y lo ascendieron a chofer con una licencia de conducir tramitada “bajo el agua”, y para llevar a los niños a la escuela y hacer los mandados en un VW.

Pero con el mismo sueldo jodido y de hambre.

Durante 5 años cumplió con la faena, consciente de que era hijo de la pobreza y la miseria y las grandes limitaciones económicas de su padre, quien seguía de campesino y su madre como ama de casa.

Por eso, a los 20 años de edad renunció a la familia pudiente del pueblo y agarró camino a Estados Unidos como migrante.

CORREDORES: Se fue con tres amigos. Los cuatro, hijos de campesinos. “El pollero” se los llevó por el desierto como, por ejemplo, en el filme “Desierto” con Gael García Bernal interpretando a un ilegal y en donde un francotirador anda de cacería de indocumentados con el mismo rifle que utilizaba en la guerra en el Medio Oriente para matar personas.

En el camino, Félix Díaz padeció los males del desierto. Incluso, por el sol canicular quedó desmayado. En cero su reserva de agua. En cero, su reserva alimenticia.

Los migrantes que iban con aquel “pollero” siguieron caminando y nadie se detuvo para el rescate.

Entonces, desde el fondo del viaje a la muerte en que sentía caminaba, Félix Díaz lanzó grito bíblico, desesperado y angustiante:

“¡No me dejen, no me dejen!”, les gritó, llorando, con tanta fuerza, quizá con la muerte encima, que los amigos se detuvieron y lo rescataron y se lo llevaron de hecho turnándose para seguirlo cargando.

BALCONES: Nunca Félix Díaz ha olvidado aquel mediodía, tarde, en el desierto. Menos, mucho menos, la generosidad de los amigos. Incluso, y desde entonces, les llama y trata como hermanos.

Lo devolvieron a la vida. Lo rescataron de la muerte inminente. Le dieron ánimos para seguir.

PASILLOS: En Estados Unidos quedaron en Texas. Rancheros y campesinos que eran y son, trabajan en el campo.

Y aun cuando cada uno está asignado en un rancho diferente, alquilaron una casita y viven juntos y todas las noches se reúnen y festinan la alegría de estar unidos.

Y juntos van cada mes a la plaza comercial para depositar su dinerito a las familias en Veracruz. Los cuatro solteros apoyan a sus padres para los gastos familiares, entre ellos, la universidad para los hermanos menores y que ahí van…

VENTANAS: Ni una pizca de agradecimiento tiene Félix Díaz para aquella familia pudiente del pueblo.

Cierto, le dieron chamba, pero al mismo tiempo, lo explotaron. Más, porque era un niño. Más, porque era un niño pobre. Más, porque dejó infancia y adolescencia con ellos. Más porque dejó inconclusa la escuela primaria y apenas, apenitas, cursó hasta el tercer año de primaria.

Por el contrario, aquel tiempo constituye una pesadilla que le permitió conocer el rencor y el odio, porque en todo caso, agarraron a su familia por el hambre milenaria, histórica y legendaria que arrastran.

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