•Paraíso amical
•Tertulias nocturnas
•Un hombre generoso
Luis Velázquez | El Piñero
06 de abril de 2021
UNO. Paraíso amical
Le llamaban “La tiendecita”. Y era una especie de cueva, mazmorra, cuchitril, crujía, donde los fines de semana, viernes y sábado, los amigos se reunían para la tertulia.
Era la parte trasera de una tienda de abarrotes propiedad del señor G. B., y que la abría a las 6 de la mañana y cerraba a las diez de la noche.
En la parte de atrás, separada con un anaquel donde expendía los productos comerciantes en venta estaba la bodega, repleta de productos de reserva, desde montón de costales con maíz y frijol hasta cajas de jabones para lavar y bañarse.
Luego, fue convertido en el paraíso de los amigos. La tierra prometida.
DOS. Tertulias nocturnas
Cada fin de semana los amigos, todos jóvenes, allí se reunían. Y soñaban. Fue allí donde también probaron las primeras copas y los primeros cigarros. Uno de ellos, fumó por vez primera y devolvió el estómago y juró que nunca fumaría en el resto de su vida y lo que cumplió “al pie de la letra”.
Grandes tertulias aquellas. Vaporizados con el humo de los cigarrillos. ¡Pobres de quienes padecían asma! ¡Pero aguantaban vara!
TRES. Gran solidaridad
De aquellas tertulias salieron cosas buenas. Un compañero, por ejemplo, estudió en el Colegio Militar y general se volvió.
Otro más, fue deportista y jugó con los Tiburones Rojos en el tiempo del esplendor y resplandor.
Uno, basquetbolista y jugó en las grandes ligas.
Otro, poeta y aun cuando nunca publicó en vida, dejó obra póstula luego editada.
Un tiempo publicaron un periódico en el pueblo y era mensual y de doce páginas con noticias locales.
Además de que hablaban de libros y se los prestaban entre sí en un compañerismo fuera de serie, sin borrascas ni huracanes.
CUATRO. Club de Tobi
Era, cierto, el Club de Tobi. Nunca mujer admitían. En ningún momento por el machismo, sino porque en el otro lado las chicas tenían el club de La Pequeña Lulú y los papeles estaban bien claros.
Con el tiempo, los dos clubes se fusionaron, pero en la relación amorosa. Y se apoyaban entre sí, sobre todo, con sus equipos de volibol y básquet.
Y era una camaradería fraternal, de igual manera como cuando se es joven y como exclama un personaje novelístico de Carlos Fuentes Macías en “Cantar de ciegos”, “somos jóvenes y tenemos derecho a cometer locuras”.
CINCO. Intercambio de libros
En el club de Tobi había un chico que leía mucho. Por aquí aprendió a leer en el primer año de la escuela primaria, el abuelo le prestó un libro y otro y otro y al ratito había leído la biblioteca de su casa.
Entonces, luego de una sesión invitó a Héctor Fuentes Valdés a su casa, sábado en la madrugada, y le mostró su biblioteca y le dijo: “Es tuya. Puedes leer los libros que quieras”.
Y le mostró los anaqueles donde los libros estaban ordenados por temas y autores.
SEIS. El hombre generoso
El señor G.B. fue muy generoso. Tenía unos cincuenta años de edad frente al club de Tobi, donde la edad promedio era de dieciocho a veinte años.
Y por aquí cerraba la tienda, se pasaba a “La tiendecita” a participar; pero participaba escuchando en silencio aquellos encendidos y fogosos debates.
Además nunca cobraba el titipuchal de cajetillas de cigarros y de cervezas y botellas de licor consumidas y que él mismo subvencionaba.
Era su dicha y felicidad. Daba a los demás porque la vida, decía, le daba bastante. Su tienda de abarrotes, que se llamaban “Don Gabriel” era muy exitosa.