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El saldo del neoliberalismo en México: crónica de un país desgarrado y vulnerable frente a Trump

El Piñero

Por manuelhborbolla

Este análisis lo realicé con motivo de la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México, con el fin de documentar la situación estructural del país luego de tres décadas de neoliberalismo. Por cuestiones editoriales, no se había publicado este análisis que ejemplifica muy bien cómo fue que se gestó la alta vulnerabilidad de México a los caprichos de EE.UU. y el presidente Donald Trump, quien acaba de anunciar la imposición de aranceles a todas las mercancías mexicanas, como represalia a la política migratoria adoptada por el gobierno de López Obrador.

Los datos son contundentes y forman parte de un ejercicio crítico por entender la magnitud del desastre político, económico y social que dejó el sistema neoliberal en México (ver 20 años del TLCAN: el recuento del desastre). Un modelo económico impulsado desde el sexenio de Miguel de la Madrid, profundizado por Carlos Salinas de Gortari y sus sucesores, incluyendo a Ernesto Zedillo, los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, hasta Enrique Peña Nieto. Todos ellos, corresponsables junto con el PRI y PAN, de que México esté situado en una posición de debilidad estructural frente a los embates de EE.UU., luego del giro proteccionista que tomó la potencia norteamericana con la llegada de Trump al poder en 2017.

AMLO y el fin de un modelo económico

El cambio político que experimenta México con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República, es equiparable al que suele acontecer en otros países luego de una revolución. Un cambio de régimen político con un giro a la izquierda en el modelo económico. Una transformación que, sin embargo, se produjo de manera pacífica, por la vía electoral.

La magnitud del cambio que experimenta en México sólo puede entenderse a la luz de la profunda crisis estructural que se gestó en el país durante poco más de tres décadas de gobiernos neoliberales. Y es aquí donde radica la trascendencia del profundo cambio estructural que implica la llamada “Cuarta Transformación” propuesta por el actual presidente mexicano.

El neoliberalismo siempre fue el enemigo a vencer. Así lo dejó claro López Obrador, durante su toma de protesta el 1 de diciembre de 2018 ante el Congreso de la Unión.

“La crisis de México se originó, no sólo por el fracaso del modelo económico neoliberal aplicado en los últimos 36 años, sino también por el predominio en este periodo de la más inmunda corrupción pública y privada”, dijo López Obrador.

“La política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública del país”, señaló. “El distintivo del neoliberalismo es la corrupción. Suena fuerte, pero privatización ha sido en México sinónimo de corrupción”, agregó.

Más allá de interpretaciones ideológicas, la contundencia de los números parecieran avalar la mordaz crítica al neoliberalismo hecha por López Obrador, el primer presidente mexicano emanado de un movimiento social de base, desde el fin de la Revolución Mexicana.

Una situación que permitirá comprender a profundidad los retos que enfrentará el nuevo presidente mexicano para llevar a cabo su proyecto reformador ante la grave crisis económica y social que enfrenta el país, tras años de violencia y corrupción política del más alto nivel.

El saldo del neoliberalismo en México

De 1988 a 2017, la economía mexicana creció a una tasa promedio de 2.6% anual según datos del INEGI.[1] En contraste, la tasa de crecimiento demográfico en el país para el mismo periodo fue de 1.57%, según datos del Banco Mundial. Esto significa que durante el periodo neoliberal, la economía mexicana creció a una tasa promedio de apenas un 1.03% anual descontando el crecimiento de la población.

Mientras que en 1988 la balanza comercial de México arrojaba un saldo favorable de 2,546 millones de dólares, en 2017 México registró un saldo negativo de -20,760 millones de dólares, según datos del Banco Mundial.[2]

Asimismo, la productividad de México registra una marcada caída desde 1981, misma que continuó a lo largo de todo el proyecto neoliberal. Para 2016, prácticamente todos los sectores de la economía mexicana registran números negativos excepto cuatro: los medios de comunicación, el sector financiero, los servicios de energía eléctrica y la agricultura, según el índice de Productividad Total de los Factores de 1991 a 2016 desarrollado por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI).[3]

Este indicador, que básicamente mide la contribución de la producción a la economía nacional, arroja un saldo negativo en el sector secundario y terciario, correspondiente a infraestructura y servicios.

En el caso de la agricultura, llama la atención que hasta 2011, también existía un saldo negativo en este sector, situación que se revirtió para 2016 sin cambios estructurales en el campo mexicano. Un hecho que nos lleva a pensar que, posiblemente, el aumento en la producción y valor de las exportaciones de aguacate (que supera incluso a la entrada de divisas por la venta de petróleo)[4] haya jugado un papel relevante en mitigar los efectos negativos de la balanza comercial agrícola que experimentó México de 2000 a 2015.[5]

Más allá de la polémica sobre el caso del campo mexicano, los datos indican que los sectores más beneficiados del modelo neoliberal fueron los medios de comunicación, el sector financiero y la generación de energía eléctrica (que se abrió a las concesiones privadas a partir de 1992)[6].

Por ello, no es casualidad que los medios de comunicación y los banqueros, así como los beneficiados de la reforma energética (impulsada por el expresidente Enrique Peña Nieto, y aprobada en 2014 por los partidos de derecha PRI-PAN), sean los principales opositores a un cambio de régimen político en México, encabezado por López Obrador.

Lo anterior ha generado que sectores pertenecientes a las élites financieras aglutinados en asociaciones empresariales con gran influencia mediática como el Consejo Coordinador Empresarial o Coparmex, sean algunos de los principales críticos del cambio en el modelo económico impulsado por el nuevo régimen.

Esto también explica por qué razón se suele hablar poco de las exorbitantes ganancias del sector financiero en los grandes medios de comunicación en México. No en balde, los dueños de las principales medios de comunicación en México son también dueños y accionistas de la banca[7], por lo cual, la opinión de sus “analistas” suelen favorecer los intereses de las élites financieras antes que los intereses de las clases populares. A final de cuentas, los medios son empresas cuya finalidad es la acumulación de ganancias, lo cual explica la alianza estructural que han forjado con otros sectores que persiguen el mismo fin, como ocurre con los bancos.

Quizá por ello, la inmensa mayoría de los mexicanos ignora por completo que tras el millonario rescate bancario la deuda del Fobaproa sigue creciendo año por año debido a los intereses que genera, pese a que los mexicanos destinan cada año más de 100,000 millones de pesos para engordar las carteras de los banqueros. Hasta agosto de 2018, el total del pasivo que registraba el Instituto para la Protección del Ahorro Bancario (IPAB) por la deuda del rescate bancario, ascendía a 1 billón 019,376 millones de pesos. De 2000 a 2017, los mexicanos han pagado 2 billones 360,104 millones de pesos por el rescate bancario, aún cuando la deuda inicial contraída en 1998 era de 552,000 millones de pesos (que en su momento equivalía a 60,000 millones de dólares).[8]

Es decir que, aún cuando los mexicanos han pagado 327% más del monto de la deuda original que se gestó durante el rescate bancario en plena era neoliberal, ahora deben casi el doble de lo que debían originalmente. Un negocio infinito del que no se habla en los medios y que explica buena parte el crecimiento de las ganancias de los bancos en México desde 1998 a 2017, año en que la banca privada generó un récord de ganancias sin precedentes por 137,735 millones de pesos (6.804 millones de dólares).[9]

El caso del rescate bancario y las exorbitantes ganancias del sector financiero en México, son emblemáticos porque representan buena parte de las presiones políticas y financieras que enfrentará el nuevo gobierno de López Obrador a la hora de lidiar con las partidas presupuestales, aunadas a una deuda creciente heredada por las últimas dos administraciones.

La deuda pública de México es equivalente a 43.5% del Producto Interno Bruto, según datos del tercer trimestre de 2018 de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.[10] Sin embargo, el acelerado ritmo de endeudamiento que experimentó el país durante la administración de Enrique Peña Nieto, junto con una devaluación del peso mexicano de 58% frente al dólar en el último sexenio[11], ha generado que cada vez sea necesario destinar mayores recursos para pagar el costo financiero de la deuda.[12]

Asimismo, durante el periodo neoliberal, la Inversión Extranjera Directa en México pasó de 470 millones de dólares en 1988 a 11,309 millones de dólares en 2018, según datos del Banco de México. Cifras que representan un incremento de la inversión extranjera 24 veces durante el periodo neoliberal, que sin embargo no se tradujo en una mejora en la calidad de vida de los mexicanos, debido a que uno de los incentivos para la llegada de inversión extranjera fue castigar el salario de los trabajadores.

Esto permite entender por qué razón, los niveles de pobreza se mantuvieron prácticamente iguales que hace 30 años, tal como puede observarse en el porcentaje de la población en situación de pobreza de ingresos de 1992 a 2014, según datos de Coneval, que ubican al 53% de los mexicanos en condiciones de pobreza patrimonial y 20.6% en pobreza alimentaria.

Del  mismo modo, el poder adquisitivo del salario mínimo sufrió una caída pronunciada desde 1982 y prácticamente se estancó desde 1997, más no así la inflación, que ha subido de manera sostenida a lo largo de todo ese periodo neoliberal. De 1988 a noviembre de 2018, la inflación creció 2068.24%, según datos de INEGI.[13]

Una situación de precarización laboral que explica por qué un mexicano que gana el salario mínimo hoy, tiene que trabajar 24 horas y media para comprar la misma cantidad de comida que compraba en 1987 con apenas 4:53 horas de trabajo, según datos del Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM.[14]

Una precarización del ingreso popular que también se ve reflejado en la correlación entre el salario mínimo y el precio de una canasta alimentaria recomendable, cuyo valor supera 3 veces el salario mínimo.  Esto significa que durante el neoliberalismo se registra una pérdida acumulada del poder adquisitivo del salario mayor al 78.71% respecto a 1987, según datos del CAM-UNAM.[15]

Dicho de otro modo, en 1988 un mexicano podía comprar 12 kilogramos de tortilla con el salario mínimo mientras que en 2018, apenas se pueden comprar 5 kilogramos de tortilla con el salario mínimo, lo cual evidencia la precarización del poder de compra por parte de los trabajadores mexicanos en las últimas tres décadas.[16]

Y esta pérdida de poder adquisitivo a lo largo del periodo neoliberal, se tradujo también en que el 60% de los trabajadores mexicanos laboren en la economía informal.[17]

Sin embargo, cabe resaltar que parte de esta crisis estructural en México ha sido mitigada por los poco más de 12 millones de migrantes mexicanos que viven en Estados Unidos y envían remesas a sus familias, factor que ha permitido la supervivencia de un sector importante de la población mexicana. En 2017, ingresaron a México 28,771 millones de dólares, rompiendo por segundo año consecutivo su máximo histórico, cifra muy superior a los 2,494 millones de dólares que ingresaban en 1990, según datos del Anuario de Migración y Remesas México 2018.[18]

Pero a pesar de que el ingreso y el poder de compra de los más pobres se redujo a lo largo del periodo neoliberal, no ocurrió así con las élites. Así lo demuestra un estudio reciente de Jaramillo Molina,[19] en el cual se documenta la manera en que los ingresos de las élites mexicanas crecieron entre 50% y 250% de 1988 a 2008, contrario a lo que ocurrió con el resto de los mexicanos y las tendencias globales en términos de distribución de riqueza. Asimismo, el 20% de la población más rica de México aumentó sus ingresos durante las últimas tres décadas, pero en especial, el 1% de la población, cuya riqueza aumentó 10% de 2008 a 2016.

Una cifra que coincide con otros estudios como el realizado por Oxfam México, en el cual se documenta la manera en que el 1% de los mexicanos concentra un tercio de la riqueza del país.[20] Una situación que se expresa de manera más clara al observar el crecimiento de la riqueza de los cuatro hombres más ricos de México (Carlos Slim, Germán Larrea, Alberto Bailleres y Ricardo Salinas Pliego) a lo largo del periodo neoliberal.

De este modo, la crisis mexicana provocada por el modelo neoliberal podría sintetizarse en cuatro puntos esenciales:

1) Estancamiento del crecimiento económico

2) Desmantelamiento de la planta productiva nacional

3) Precarización del empleo

4) Enriquecimiento de las élites y el sector financiero

Factores clave para entender la magnitud del cambio político en México y la manera en que se modificó la correlación de fuerzas con el nuevo régimen.

El escenario político

El mantenimiento del proyecto neoliberal en México estuvo siempre vinculado a un bipartidismo de derecha entre PRI y PAN, tras la alianza política que formaron ambos partidos tras el fraude electoral de 1988, que condujo a Carlos Salinas de Gortari a la presidencia del país y profundizó el incipiente proyecto privatizador que comenzó durante el sexenio anterior de Miguel de la Madrid.

Tal como relata la periodista Martha Anaya en su libro 1988: el año que calló el sistema, PRI y PAN pactaron la llegada de Salinas a la presidencia en una reunión secreta realizada el 27 de agosto —a la cual asistieron Salinas de Gortari; Manuel J. Clouthier (candidato presidencial del PAN); Luis H. Álvarez, presidente del blanquiazul; José Luis Salas Cacho, coordinador de la campaña de Maquío; Luis Donaldo Colosio, el hombre de confianza del candidato priista y Manuel Camacho Solís, encargado de la negociación.[21]

En esa reunión, el PAN decide avalar el triunfo de Salinas tras las acusaciones de fraude electoral -realizadas por el entonces candidato de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas- a cambio de que el nuevo gobierno asumiera un agenda de cinco puntos: 1) Cambiar las leyes electorales. Fundamentalmente, crear un padrón confiable y un organismo ciudadano que no dependiera del gobierno a cargo de las elecciones, lo cual marcaría el nacimiento de lo que actualmente es el INE; 2) Darle viabilidad a la economía, con un modelo de apertura económica y desaparecer la figura del ejido; 3) Privatizar la banca; 4) Crear lo que terminaría siendo la Comisión Nacional de Derechos Humanos y 5) Apertura religiosa y restablecimiento de las relaciones con el Vaticano.

A partir de entonces, PRI y PAN formarían una alianza de facto en los grandes temas nacionales durante las siguientes tres décadas -desde el rescate bancario a las llamadas reformas estructurales- bajo un común denominador: mantener el modelo económico neoliberal.

En 1989 el PAN ganaría su primera gubernatura, que abriría brecha para que en el año 2000 se consumara la llamada alternancia en el poder con el triunfo electoral del panista Vicente Fox.

Ya para ese entonces, el triunfo de la izquierda partidista en la Ciudad de México, y el crecimiento de popularidad del entonces jefe de Gobierno de la capital mexicana, Andrés Manuel López Obrador, provocaron que las élites beneficiadas del proyecto neoliberal, de la mano del PRI y PAN, cerraran la puerta a un giro hacia la izquierda en las elecciones de 2006. Un proceso electoral que, nuevamente, se vería marcado por el fantasma del fraude debido a la intervención del gobierno y las cúpulas empresariales en las campañas presidenciales de ese año, que se decidieron por una diferencia de votos de 0.62%, según reconoció el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en su calificación de la elección presidencial.

Los serios problemas de legitimidad con los que llegó el presidente Felipe Calderón a la presidencia de México, permiten entender cómo es que el panista comenzó su famosa “guerra contra el narcotráfico” como una maniobra política que le permitiera lograr gobernabilidad ante el enojo social que privó entre los simpatizantes de López Obrador. Fue así que Calderón ordenó al Ejército salir a las calles para contener la amenaza del crimen organizado como una maniobra política que le permitió desviar la atención del fraude electoral para librar una “guerra” con un alto costo para el país. El resultado: una espiral de violencia y una crisis humanitaria sin precedentes para México que a la fecha arroja un saldo de más de 250,000 asesinatos[22] y más de 40,000 desaparecidos.

Para 2012, la crisis de violencia provocó el regreso del PRI al poder, con Enrique Peña Nieto, quien logró convertirse en presidente gracias a una portentosa maquinaria electoral financiada con el saqueo de las arcas públicas mediante diversos actos de corrupción que se fueron revelando a lo largo de todo su sexenio: desde el caso Monex[23], hasta los sobornos de Odebrecht[24], o la manera en que los gobernadores del PRI desviaron millones de pesos para campañas políticas en lugares como Veracruz[25] y Chihuahua[26].

A lo largo de todo este periodo, el adelgazamiento del Estado provocó que grandes sectores de la población mexicana quedaran en condiciones de vulnerabilidad ante las inequidades del modelo económico. Pero también, provocó el fortalecimiento de los llamados poderes fácticos (medios de comunicación, sindicatos corporativistas y crimen organizado). Un régimen político donde se produjo lo que Edgardo Buscaglia denomina como un “pacto de impunidad entre las élites político-empresariales” que controlan al país.[27]

A pesar de que la evidencia documental sobre los estragos del neoliberalismo en México[28] para 2014 eran cada vez más contundentes[29], esto no fue impedimento para que el bipartidismo de derecha aliada a un fragmentado PRD, que se sumó al Pacto por México[30], profundizaran la agenda neoliberal a través de las llamadas reformas estructurales. Entre ellas, la llamada “madre de todas las reformas”, la reforma energética, con la cual se abrió la industria petrolera a la iniciativa privada y aceleró el desmantelamiento de Petróleos Mexicanos (Pemex), la empresa más importante en la historia del país, la cual permitió financiar el desarrollo de la industria nacional en los años de la posguerra.

La virtual quiebra de Pemex, cuya deuda asciende a más de 2 billones 5,800 millones de pesos[31] (99,738 millones de dólares), equivalentes al 8.56% del Producto Interno Bruto de México, implica uno de los principales problemas estructurales del país, tras la histórica caída en la producción de petróleo (1.84 millones de barriles al día)[32] y la importación y aumento en los precios de los combustibles[33], como consecuencia del abandono de las refinerías.[34]

Todos estos factores, sumados a una crisis de corrupción sin precedente[35], explican el triunfo arrollador de Andrés Manuel López Obrador y su partido, Morena, en las elecciones presidenciales de 2018, con más de 30 millones de votos en todo el territorio nacional, en un hecho sin precedente.

Una victoria que no sólo implicó un cambio de partido en el poder y un giro en el modelo económico, sino también, una reconfiguración en la correlación de fuerzas al interior del Congreso, donde Morena y sus aliados (PT-PES) obtuvieron mayoría en las dos cámaras (Senadores y Diputados).

Un resultado que además, relegó al bipartidismo de derecha PRI-PAN a un lugar marginal en la conformación del nuevo Congreso mexicano.

Un escenario similar a lo que ocurrió con las gubernaturas, donde se rompió la hegemonía del PRI, logrando la repartición de gobiernos estatales más plural en la historia del país.

Un cambio de régimen político que abre una baraja de posibilidades al mismo tiempo que encierra nuevos retos para el nuevo gobierno encabezado por López Obrador, quien tendrá como principales amenazas a los remanentes derrotados del viejo sistema, así como los embates del capital financiero trasnacional, cuyos intereses suelen contraponerse a la visión de un gobierno liberal y nacionalista de izquierda, como el que existe en México con la llamada “Cuarta Transformación”.

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