Luis Velázquez /Escenarios
Veracruz.-12 de julio de 2017 Uno. “Enca/brona/dos” de Julio Hernández
El libro “Enca/brona/dos” de Julio Hernández López (más de veinte años en La Jornada como reportero y columnista) es un viaje alucinante al México de la indignación crónica.
Y alucinante, porque al mismo tiempo que el lector queda informado y documentado, se la pasa pitorreándose del gran sentido del humor, la ironía y el sarcasmo con que está escrito y analizados los hechos.
De entrada, el título significa una aguda y severa crítica, pues las doce letras están pintarrajeadas de los colores de la bandera nacional y que el PRI adoptara como símbolo para identificarse.
Además, en el diseño de la portada aparece la figura de un gigante que bien puede ser un dinosaurio con cara de cochino, y al que una pareja (una mujer y un hombre) están derruyendo en una ilustración de Darío Castillejos.
Luego enseguida, Julio Hernández aparece en fotografía de Blanca Charolet desafiante y sonriente, las manos extendidas entrecruzadas, vestido de negro (quizá de luto cívico), como diciendo “¡aquí estoy, cabrones… pa’servir a usted”.
Después inicia la aventura fascinante por el humor que mucha envidia daría, por ejemplo, a Carlos Monsiváis con todo y que fue considerado el genio de la ironía.
Por ejemplo, si del presidente de la república se ha dicho que es el tlatoani, Julio Hernández la llama “el presunto emperador sexenal”, a quien de paso califica como “El peor ocupante de la silla presidencial”, luego de que Donald Trump “insultara con saña a los mexicanos” en la residencia oficial de Los Pinos hablando una vez más del muro fronterizo.
Entonces, el columnista de “Astillero” se va a las redes sociales para citar a “El Cochiloco” Joaquín Cosío en la película “El infierno” y hacer suya una frase emblemática, la siguiente:
“Hemos tenido presidentes ladrones y asesinos pero nunca habíamos tenido un presidente tan pendejo”… y lo que, claro, sorprende pero fascina, porque “Astillero” inició en el periodismo cuando estaba prohibido mal de la Virgencita de Guadalupe, del ejército y del presidente de la república, y ahora, ni hablar, la vida es así de canija, y a ninguno de los tres se respeta.
Dos. “El señorito Enrique Peña”
En otras páginas sigue refiriéndose a Trump y en una de ellas precisa igual que Trump “vino, vio y venció” ante un Peña Nieto que “creyendo jugar a la alta política, movió hilos y botones sin saber lo que podría resultar de tales acciones”.
Entonces, arremete duro y tupido en contra del huésped principal de Los Pinos. “El silencio, el terrible silencio de (Peña Nieto) al final de los discursos y de las respuestas de Trump, sometido y empequeñecido, y con un problema de salud mental, cuando menos en el plano político”.
Así, una vez más recurre a las redes sociales y reproduce otro twitter del cineasta Alejandro González Iñárritu de que “Pena Nieto no me representa más… porque es un gobernante que denigra” a los mexicanos.
En un párrafo asesta golpe mortal a la famosa frase del último informe de gobierno de que “lo bueno casi no se cuenta pero cuenta mucho” y que “Astillero” encarna de la siguiente manera lacónica y contundente: Peña Nieto está “entre malo y muy malo”.
En ese mismo tono, por ejemplo, habla del programa de Televisa de Laura Bozzo, en donde le llaman “señorita Laura” para referir que Peña Nieto es “El señorito Enrique”, a propósito de aquel reality-show montado con un montón de jóvenes, al mejor estilo de la peruana que fue amiga de Vladimiro Montesinos.
Incluso, y a tono con las redes sociales, habla de los “Peñabots”, denominado así el manejo de cuentas por Internet para “apoyar acciones de gobierno, desacreditar y emproblemar a críticos y promover o tumbar tendencias destacadas” en contra del presidente.
Tres. “El fontanero del poder”
“Astillero” se pitorrea, por ejemplo, de Alfredo Castillo Cervantes, el titular de la CONADE que en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro se llevó a su novia, “ataviada incluso con el uniforme oficial del grupo de competidos enviado a América del Sur, en escenas de ligereza que contrastaban con las penurias materiales de los atletas”.
También se pitorrea de Peña Nieto “el mexicano que habla un inglés elemental y con pésima pronunciación” cuando en la cumbre del Grupo de los 20 en China platicó con Barack Obama.
A Luis Videgaray lo llama “el gerente intelectual” del presidente, “una especie de vicepresidente ejecutivo”, “el secretario de Hacienda que debía ser sacrificado para aplacar un poco los ánimos sociales de linchamiento político” a partir de la visita de Trump.
De Luis Enrique Miranda Nava, secretario (ahora) de Desarrollo Social, dice que “es un compadre de Peña Nieto sin brillo político propio, amo de las tinieblas y las negociaciones oscuras en Bucareli cuando estuvo en la SEGOB de Miguel Osorio Chong, “adonde había sido enviado en 2012 para encargarse de los asuntos delicados, como una evidente cuña mexiquense para el hidalguense”.
Además, claro, de Miranda, dice Astillero, “es una especie de fontanero del poder, miembro del selecto club de acaparadores de bienes inmuebles, con mansión en las Lomas de Chapultepec”, donde también vive, por cierto, Osorio Chong y “La gaviota” tenía su fama Casita Blanca.
La lectura de “Enca/brona/dos”, un libro más de Julio Hernández, resulta fascinante, si ha de leerse con humor jarocho para encontrar el ejercicio del más alto sentido de la ironía y que hacia el final del día y de la noche constituye, digamos, la peor bofetada para los políticos, pues sienten que los demás hacen escarnio (ajá) de su gran trabajo social en beneficio de una población pobre, miserable y jodida.