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Entre el frío, el dolor y la esperanza: así vivieron capitalinos la devoción guadalupana

Emmanuel Palacios

Recuperar la salud y enaltecer las danzas autóctonas, parte de los motivos que congregaron a millones en la Basílica.

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- “¿No estoy yo aquí? ¿Yo, que soy tu madre?”, es el aviso que cada año recibe amillones de peregrinos que acuden con flores, música, danza, y peticiones a la Basílica de Guadalupe.

Este año no fue la excepción, unos 11 millones según cifras oficiales acudieron al recinto mariano para celebrar el 492 aniversario de las apariciones de Santa María de Guadalupe ante Juan Diego en el Tepeyac, hacer peticiones y asumir compromisos. Es el caso de Teresa, quien desde muy temprano comenzó, de rodillas, una peregrinación desde la avenida Javier Rojo Gómez, en la alcaldía Iztacalco.

Teresa tiene cáncer de mama, por ello hizo el sacrificio de ir hincada a la Basílica para pedir por su salud, pero sobre todo por sus dos hijos, a los que no quiere dejar solos: “Quiero que la Virgen me dé el privilegio de seguir siendo madre, como ella lo es, lo pido por ellos”, dijo en entrevista con Proceso.

Sus hijos estuvieron junto a ella, la apoyaron poniendo chamarras y cobijas a su paso, para impedir que se lastimara con las piedras del camino, o con algún vidrio roto.

A la una de la tarde Teresa llegó con la Virgen, cansada y con un paliacate amarillo amarrado en la cabeza confesó que le amputaron el seno derecho hace ocho meses y se ha sometido a quimioterapias por más de un año, ahora espera que con la petición que hizo, el cáncer por fin “la deje en paz”.

También la acompañó su esposo, quien hizo su peregrinación a pie y este año acudió para hacer el compromiso de no volver a tomar alcohol, igual con la esperanza de que su esposa logre estar saludable.

No todas las personas acudieron para hacer peticiones, otras quisieron dar algo a cambio de los milagros que, aseguraron, les ha realizado la Virgen de Guadalupe.

Alejandra Rangel regaló el pan casero que su sobrina con autismo está aprendiendo a realizar en un taller de pastelería y repostería:

Mientras cargaba una bolsa llena de pan explicó: “Todo el año como que pides, solicitas, pero con lo que ya te dan, que es estar aquí, ya nos damos por bien servidas”.

Alejandra Rangel, su hermana y su sobrina pasaron tres días haciendo casi 400 piezas diferentes de pan. Las personas, dicen, son muy agradecidas con ellas: “Te dan las gracias, a veces hay gente que te regalan un rosario, algo, pero la satisfacción que te da es que la gente viene con mucha fe, te reciben lo que sea con cariño”.

Y aunque dice que para ellas es un “gustazo” ofrecer el pan casero, reconoce: “Hay impedimentos, como que dices, ‘ya me canse, ya se acabó el gas’, pero tengo que hacerlo porque es una promesa”.

Hace un año, Rangel y su familia acudieron a la Basílica para pedirle a la Virgen que le dé más sabiduría a su sobrina: “Que le dé entendimiento, que sea autosuficiente dentro de sus posibilidades”.

Sin embargo, no todos los que acuden comparten la misma cosmogonía. Erick Santos llegó con sus compañeros para danzar bailes típicos de la cultura Azteca y Chichimeca. Él cuenta que fueron para preservar las culturas mexicanas: “La virgen fue impuesta, es un sincretismo, es una cuestión muy compleja, pero se entremezcla con las antiguas tradiciones” reflexiona.

Entre el frío nocturno y el calor del mediodía

A la explanada del recinto llegaron creyentes de varios estados de la República como Guerrero, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Guanajuato, Hidalgo, Tamaulipas, Veracruz, Aguascalientes, entre otros.

Mujeres y hombres de todas las edades celebraron el aniversario guadalupano a pesar del frío nocturno y del calor del mediodía. Incluso asistieron personas apoyadas en bastones y en sillas de ruedas que lucieron entusiasmadas de estar presentes en el epicentro religioso.

Algunos peregrinos iban cargando estatuas de la Virgen en diferentes tamaños, incluso en escala real. Otros la llevaban impresa en sus playeras junto con el apellido de su familia, o en carteles que decían: “Mi morenita del Tepeyac”.

La afluencia al interior de la Basílica fue tal que las personas no encontraban espacio para escuchar las misas ofrecidas este día. Algunos se sentaban en el piso, mientras otros buscaban lugares más elevados para transmitir en vivo desde sus dispositivos móviles.

Para vislumbrar el lienzo de la Virgen de Guadalupe, las filas eran por lo menos de 200 personas, pero a pesar de la falta de organización y guía, avanzaban con paso rápido y constante.

El altar memorial contenía miles de velas encendidas. Ahí las personas se hincaban y cerraban sus ojos en fervorosas oraciones. Como ofrenda, dejaban fotografías de sus seres queridos, pequeños pedazos de papel doblados, algunas prendas de ropa y varias trenzas de cabello.

Los comerciantes aprovecharon la ocasión para ofertar una gran cantidad de productos religiosos, como figuras, sombreros, rosarios, escapularios, llaveros, cruces, cuadros con imágenes de la Virgen y de otros santos.

La oferta gastronómica tampoco faltó: papas de carrito, chicharrones, elotes, esquites, cueritos, helados, paletas, algodones de azúcar, tacos de canasta, tortas, pizzas, tepache y más.

La basura dejó rastro de la presencia de los peregrinos hasta la estación Villa-Basílica, del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro.

Los pocos botes de basura que se podían encontrar estaban rebasados, lo que ocasionó que la mayoría de los desechos estuvieran en el piso, mezclados con los pétalos de flores aplastados por millones de pasos, y con restos de comida que una gran cantidad de perros callejeros olfateaban.

Música y danza

Durante los festejos hubo música en vivo. Por lo menos dos agrupaciones de banda entonaron las mañanitas en las puertas de la Basílica, mientras los creyentes se agrupaban conmovidos alrededor de ellos para apreciar las presentaciones dedicadas a la imagen religiosa.

Otro espectáculo fue la variada selección de bailes mexicanos, entre los que fue posible ver danzas prehispánicas, la danza de los Matlachines Azules, de Aguascalientes; la de los Chivos, de Guerrero; la de los Arrieros, de San Miguel Ameyalco, y la danza de Cruz Verde, de Guadalajara.

Los danzantes de Guerrero contaron que caminaron bailando desde Peralvillo, y quienes interpretaron la danza de los Arrieros prepararon ahí mismo dos ollas de mole para compartir con aproximadamente 300 personas.

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