Itzel Loranca
En la bodega que los pescadores de varias cooperativas mantienen en la ciudad de Veracruz, a cada objeto le siguen los recuerdos. Sobre todo, los utensilios que pertenecieron a Jorge Barron Calleros y que fueron encontrados el 11 de mayo flotando a la deriva cerca de La Antigua.
Antes que observar cada cosa y su lugar, mucho antes que asomar la cara a la habitación, la humedad y el salitre se cuelan por la nariz. Después, bajo una carretilla se descubren la hielera con su bidón y sus tanzas de hilo sedal, que todos recuerdan como las de “El Lápiz”.
“Yo le regalé esas dos tablas, para que las pusiera al fondo de su lancha”, dice uno de los hombres que ingresa al cuarto, señalando dos planchas de madera de casi metro y medio aprisionadas entre un escritorio y la pared”.
Fue lo único que se ha encontrado de Jorge, desaparecido desde el 10 de mayo cuando fue a pescar. Después del séptimo día, ningún bote ha salido expresamente para localizarlo.
Sin embargo, su ausencia los mantiene alertas a diario, cuando se hacen a la mar buscando el sustento familiar o la venta del día.
De las dos hieleras que se encontraron la mañana del 11 de mayo, una de ellas permanece en el muelle, a la vista de todos. Su color blanco hace notoria la arena que aún se aferra en la superficie.
Se ha convertido en un recordatorio de la fragilidad a la que se arrojan cuando se adentran en el mar.
“LA PALOMILLA ES MUY CONFIADA”
“De esto se mantiene uno, de esto vive su familia y gente que no tiene otra cosa más que pescar, se la tiene que rifar. Como el compañero, trabajó en un tiempo por Tabasco, por ahí anduvo, pero ya llegó y a la pesca, a la pesca, a la pesca. Es lo que sabía hacer el hombre”.
Dice sobre Jorge Barrón uno de los pescadores de más edad que aun pasa las mañanas y las tardes en el Muro de Pescadores, sobre el bulevar Ávila Camacho de Veracruz.
Es Agustín Olmos Flores, de 82 años de edad y con 50 de experiencia en uno de los oficios más arcaicos, del que dice “Penas y glorias aquí las pasamos”.
Con su mochila al hombro y unas manos que hablan a la par que sus palabras, Agustín cuenta que su trabajo es el de carpintero; sin embargo, no pudo resistirse a la actividad en el mar.
“Lo combinaba yo con la pesca porque hay tiempos buenos de Cuaresma y uno se gana una lanita. Pero pues yo soy temeroso también de los elementos y cuando hay temporadas de Norte no salgo”, cuenta.
Entonces observa a sus compañeros, que a las tres de la tarde se encuentran de nuevo alegremente, tras tostarse al sol y a la sal. Señala que “la palomilla” es muy confiada.
“Hay personas como éste muchachito que son nuevos”, dice señalando a un joven rondando los 20 años de edad que al verse aludido estalla en risas y le responde arrastrando las palabras, a la manera jarocha, con desenfado.
“Piensan que se van a comer al mar. Nunca les ha pasado un percance duro”, menciona Agustín y de inmediato añade, como queriendo enmendarse, “Bueno, es que Dios siempre está con uno”.
VIVIÓ PARA CONTARLA
“Hay cosas que las libra uno, de milagro casi”, dice Agustín y extendiendo su brazo derecho, señala al horizonte, como si de repente el remolcador que casi lo arrolla hace menos de 10 años, apareciera otra vez.
“Viene un remolcador”, recuerda haberle dicho a Alfonso, uno de los pescadores con los que suele embarcarse a la ventura. Pero su compañero le insistía en que no, no venía ningún barco.
Minutos después, cuando la proa se encontraba casi encima de ellos, y sin lámpara que echara una luz para alertar su ubicación, Agustín se las ingenió para salvar sus vidas.
“Agarré una camisa blanca, la traía yo, la amarré, le vacié gasolina, me enjuagué bien mis manos y después saqué un cerillo y se lo aventé, alcé la palanca”, cuenta de palabra y de gesto, sobre la antorcha improvisada que hizo brillar esa noche.
Agustín no recuerda qué palabras usaron los tripulantes del remolcador para insultarlos hasta perderse en la oscuridad. “Fue un sermón bastante lépero”, dice.
Por causa de esta amarga experiencia, afirma, una lámpara o “luz de situación” es indispensable para la noche, y una vela para el día.
Afirma además que cada uno debe tener un botiquín de primeros auxilios, un extintor, GPS, una radio y el celular, consejos que comparte desde su experiencia.
Sin embargo, subraya una y otra vez el que le parece el error más común entre los pescadores.
“El error más grande de un pescador para mí en lo personal es salir solo”, dice, añadiendo que guarda respeto hacia quiénes se embarcan sin apoyo de alguien más a bordo.
“Desgraciadamente habemos personas que no tienen otro oficio, no saben más que la pesca y para sacar el sustento pues se tiene que arriesgar”, dice y entonces, recuerda a Jorge.
UNA COOPERATIVA PESQUERA DE LA TERCERA EDAD
“Un pescador de la pesca no compra un motor de ésos”, menciona, señalando uno de los motores con valor, asegura, de 140 mil pesos.
Agustín señala que cinco de las lanchas y cinco de los motores, los recibieron del gobernador Fidel Herrera Beltrán, a fondo perdido.
“No es dinero federal, ni dinero estatal, ni dinero municipal. Esto fue comprado con recurso que ustedes aportan al comprar los artefactos que ocupan, ahí pagan el IVA, y ese dinero se va para la compra de estos apoyos. Es dinero del pueblo que tiene que beneficiar al pueblo”, elabora con sus propias palabras y añade que ese mensaje se le quedó muy grabado.
También guarda en su relato que es la única vez que no han tenido que pagar para recibir un apoyo como pescadores. Las reglas de operación de los programas les imponen aportar un porcentaje del total para recibir una lancha o un motor nuevos.
Los costos de los equipos, “ayudarnos entre nosotros”, le hizo junto con otros 22 pescadores crear la Coalición de Pescadores de la Tercera Edad del Bajo de Hornos.
Cuenta que no recuerda exactamente en qué año comenzaron a trabajar bajo esa denominación; sin embargo, lamenta, de todos los que la integran, ya han fallecido 13 pescadores.
Luego, revela que existió otra razón para crear una cooperativa para adultos mayores y es la de poder seguir laborando hombro con hombro con otros pescadores.
A su edad, expresa, lo han llegado a tildar de exagerado, loco o lo ignoran al momento de ir a pescar.
“Es que usted es exagerado”, le dijo Alfonso alguna vez, cuando Agustín una y otra vez le decía que tenían que prender el motor, ante la inmensa embarcación que se dirigía hacia ellos.
“No, compadre, nos libra. Es de día”, argumentaba su compañero. Pero Agustín seguía insistiendo en encender el motor, acción que Alfonso cumplió a regañadientes.
De repente, tuvieron que lanzar el grampín, que es un ancla pequeña, y todo un cabo que habían amarrado al bidón de gasolina. El barco estaba sobre ellos. A toda velocidad como les era posible, se hicieron a un lado.
“Quiobo, compa, ¿ya ve? ¿Cuál voy a exagerar?!”, le dijo entre risas Agustín, como para echar fuera el pavor que los consumió de repente, cuando observaron que del grampín, el cabo y el bidón no quedó rastro sobre el agua.