Luis Velázquez
31 de mayo de 2019
UNO. Asesinada en la madrugada
Tocaron la puerta. Tocaron en la puerta de una casita, mejor dicho, un cuartito donde vivían una señora de 27 años y sus hijas de nueve y diez años.
Faltaba n cinco minutos para la una de la mañana del sábado 25 de mayo. Xalapa. Colonia Los Laureles. Privada Tinacal número 24.
Volvieron a tocar. Bárbara Sari despertó en los segundos toquidos y se levantó. Adormilada. Miró a sus hijas a un lado en la misma camita. Entonces se levantó y abrió la puerta.
Ella vendía antojitos en la colonia. También era trabajadora doméstica de casa en casa. El padre de las hijas, un desobligado.
A veces ella se iba con unas amigas a un taller para echarse unas cervecitas con los mecánicos.
Bárbara Sari abrió la puerta y en la madrugada de Xalapa sonaron cuatro balazos. De los cuatro, como en la canción de Rosita Alvírez, solo uno era mortal.
Las hijas despertaron, sobresaltadas, luego luego angustiadas cuando miraron el cuerpo de su madre tirado en el piso. 9 y 10 años d edad. Unas niñas.
El asesino solitario, eso dice el reporte oficial, huyó en un automóvil Nissan Tsuru.
Tal es Veracruz hoy, cuando la antología del feminicidio dice que van 114 mujeres asesinadas, la mayoría, en la impunidad.
DOS. Malandros “crecen al castigo”
Veracruz el mismo sábado:
Orizaba. Dos ejecutados. Cadáveres en caminos de terracerías. Cuerpos de hombres de unos 35 años.
San Rafael. Jorge Alberto Asunción, de 23 años de edad, circulaba trepado en su moto. Y lo balearon y mataron.
Coatzacoalcos. Una mujer de 48 años quiso oponerse a un asalto. En la colonia Benito Juárez la balearon en una nalga. Terminó en el hospital.
Córdoba. Un cadáver fue descubierto en el camino de terracería de la comunidad “Pueblo de las Flores”.
Fortín de las Flores, ajá. En el predio Las Quintas, un cadáver fue tirado. Huellas de tortura en el cuerpo. Atadas las manos. Heridas en el cuerpo.
Así, caminan las horas en la era Cuitláhuac.
Todos los días, parejos, parejitos, iguales, copia xérox uno tras otro.
Copia xérox con la faliida política de inseguridad, pues un crimen hace olvidar el anterior y el anterior y como nada pasa, los malandros “crecen al castigo”, la hermanita gemela de la incertidumbre y la zozobra.
TRES. “Diles que no me maten. Que soy pobre”
En “El llano en llamas”, de Juan Rulfo, un personaje exclama, pide, ruega, solicita:
“Diles que no me maten. Diles que soy pobre. Diles que toda mi vida he sido pobre”.
Y lo mataron, claro.
Bárbara Sari, de Córdoba, asesinada la madrugada del sábado 25 era madre soltera.
Vendía antojitos en la calle.
Era asistente doméstica de casa en casa.
Vivía en una cuartería con sus dos hijas, ahora huérfanas.
Tenía 27 años y la hija mayor diez. Es decir, fue madre a los 16, 17 años de edad.
Y la mataron. Con saña y barbarie. “Alevosía, ventaja y premeditación”. Y lo peor, en la madrugada. Y más peor, las dos hijas, menores de diez años, más solas que nunca se quedaron aquella madrugada en el cuartito pobre donde vivían, mirando el cadáver de la madre en el piso mientras el criminal huía en su automóvil.
Veracruz, uno de los camposantos más grandes del país.
Aquí, “la muerte tiene permiso” de la secretaría de Seguridad Pública. Y de la Fiscalía, con la impunidad avasallante.
Muchos días y semanas después resulta una vacilada frívola, soez y atroz, infantil, seguir culpando a los ex gobernadores del infierno llamado Veracruz.