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Escenarios: Carteles, dueños de Veracruz

El Piñero

 

 

Luis Velázquez

10 de noviembre de 2017

 

Uno. Larga noche atroz

 

La conquista de la libertad humana está costando mucho en Veracruz.

Se vive y padece una larga y extensa noche de secuestrados, desaparecidos y muertos.

Las calles, poblados y carreteras están llenas de cadáveres y en muchos casos de narcocartulinas con mensajes escalofriantes que enchinan la piel y revuelcan los días y las noches en medio de la incertidumbre y la zozobra.

El terror y el horror como “pan de cada día”.

Casi casi acostumbrada la población a un paisaje tétrico como en una película de Juan Orol o Agatha Christie.

Se quedan las policías militar y naval en Veracruz garantizó Enrique Peña Nieto a Miguel Ángel Yunes Linares.

¡Bravo!, pero al mismo tiempo, no les queda de otra, pues de lo contrario, el infierno se multiplicaría y lo que para efectos electorales del año entrante a ninguna de las partes convendría.

Y más si se recuerda que Felipe Calderón Hinojosa dejó 150 mil muertos en el territorio nacional, sin haber diezmado a los carteles y cartelitos que parecen tener vida eterna.

Los marinos y militares serán rearmados. Bueno, hasta una embarcación de la Armada lista para combatir a la delincuencia organizada si se considera que hay tres puertos marítimos en Veracruz para desembarcar la droga extranjera.

¿Y?

 

Dos. Carteles, con carta de adopción

 

Pero la población vive traumada. Los carteles parecen tener ya, ya, ya carta de adopción.

Un Estado de Derecho frente a un Estado Delincuencial.

¡Muchas cosas de la vida cotidiana amenazadas con la insurrección de los malandros!

La vida de cada día reducida y achicada. La libertad, coaccionada. Pueblos en Estado de Sitio.

Y no obstante, Veracruz lucha y está luchando en cada nuevo amanecer. Con todo, la vida sigue y ni modo de cruzarse de brazos.

Cada familia lucha. No lucha por el poder público, sino por la paz y la tranquilidad. No lucha por la política, sino por la sana convivencia, sin sobresaltarse. No lucha por el nepotismo, sino por la grandeza social y espiritual.

Y si la paz fuera restablecida en el bienio que corre y que a veces parece un sueño, una utopía, tanto como tirar a la luna, será luego de un gran dolor y enorme sufrimiento social.

Incluso, por eso mismo, ha de recordarse, la población electoral sacó al PRI del palacio de Xalapa y entronizó al PAN.

Y al mismo tiempo, nadie descartaría que por esa misma razón la historia pudiera repetirse el año entrante con la elección del gobernador de seis años.

 

Tres. Enlutados muchos hogares

 

Hay muertos, hay sangre, hay balas, hay heridos, hay hogares enlutados.

Y todas las familias, sin excepción, necesitan esperanzas para seguir creyendo que otro mundo, el paraíso perdido, es posible.

Veracruz se ha vuelto negro, sórdido, siniestro, sombrío.

Cada día, cada noche, cada madrugada, sobresalta escuchar el ulular de las patrullas que corren desaforadas aullando a la muerte.

Y al día siguiente, el corazón se estremece con las fotos en el periódico de más decapitados, más cachitos de cuerpos humanos cercenados y regados por ahí, mujeres asesinados, niños baleados.

La vida, prendida con alfileres, como en otros tiempos oscuros que nadie, absolutamente nadie pensó vivir de nuevo.

Y más, cuando en la campaña electoral del año anterior, el candidato de la alianza PAN y PRD juró y perjuró que en un semestre pacificaría Veracruz, aun cuando, oh paradoja, en los primeros 40 días, Fernando Gutiérrez Barrios restableció la paz luego de “La Sonora Matancera” de Agustín Acosta Lagunes.

Ni la Candelaria de Tlacotalpan, ni el carnaval jarocho, ni el Tajín de Papantla, han servido ni servirán para atenuar la pesadilla que vivimos y padecemos.

 

Cuatro. La vida diaria se va pudriendo

 

Los profetas del desastre, la mayoría, por cierto, priistas, apuestan a que la inseguridad derrumbará el proyecto político familiar de la yunicidad, y de igual manera como sucediera con el felipismo que permitió el regreso del tricolor a Los Pinos con Enrique Peña Nieto, sucederá en Veracruz el 1 de julio del año entrante cuando la población vote por el gobernador de seis años.

Ya se verá.

Pero si Veracruz sigue desgarrado por la incertidumbre y la zozobra y el miedo y “el miedo al miedo”, en medio de tantas convulsiones el ejercicio de la libertad, la libertad individual y la libertad colectiva, la libertad familiar para vivir y trabajar y gozar será estrangulada por completo.

Y es que si los carteles, de pronto, zas, matan a una abuela y a su nieta de 12 años que vendían flores en una colonia popular de Coatzacoalcos…

Y si asesinan a cuatro niños de 3, 4, 5 y 7 años de edad en otra colonia popular de Coatzacoalcos…

Y si matan a una niña en una plaza comercial de Córdoba…

Y si desaparecen a tres edecanes de Amatlán y Córdoba…

Y si continúan matando a mujeres, entre ellas, meseras, que trabajan para llevar el itacate y la torta a casa, entonces, nadie está seguro.

Nadie puede cantar victoria.

Nadie la ha librado.

Y así, poco a poco, como una enfermedad silenciosa, la vida diaria se va pudriendo.

Y la libertad para vivir queda coaccionada por completo como si estuviéramos en un gigantesco campo de concentración.

 

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