Luis Velázquez
28 de noviembre de 2017
Uno. Réquiem por Ignacio Oropeza
En el sexenio de Luis Echeverría Álvarez hubo un temblor en el país. El epicentro llegó a Córdoba. La ciudad quedó devastada.
El corresponsal del “Diario de Xalapa” en el puerto jarocho era el reportero cordobés, Ignacio Alberto Oropeza López.
Ignacio fue atrás de la noticia. Pero también, en la incertidumbre y la zozobra, porque allá vivía su familia.
Pidió prestado un automóvil y llegó pronto. Buscó a su familia, su señora padre y sus hermanos. Los tíos. Los primos. Todos, bien. Y reporteó los estragos del temblor.
En la noche envió al periódico la crónica y las fotografías, pues entonces, le gustaba retratar la vida y a las personas.
El director y dueño, Rubén Pabello Acosta, se encabritó. Y lo regañó, pues, dijo, había invadido la corresponsalía de otro compañero. Y lo peor entre lo peor, se había ido sin su permiso. (Y sin viáticos, claro).
La crónica nunca fue publicada, con todo y que estaba reporteada, cierto, desde la realidad real, pero también, desde el corazón.
Y de ñapa, lo suspendió una quincena.
Nunca, jamás, Ignacio regresó a la corresponsalía.
Todavía era alumno en la vieja y amada facultad de Periodismo, cuando igual que las Carlos Septién García y la de Columbia sólo formaban reporteros.
Dos. Su paso por otros medios
Años después lo nombraron director editorial de “El Universal”, filial Veracruz.
Una noche, hacia la madrugada, renunció.
El periodismo, decía José Pagés Llergo, el legendario fundador de la revista Siempre!, es un oficio sólo para neuróticos… que neuróticos somos todos los seres humanos decía Sigmund Freud, pero, bueno, unos más, otros menos.
Ignacio también caminó por Notiver, pero más teórico que pragmático, soñaba con la utopía periodística. Y mejor se retiró.
Nunca, jamás, regresó al diarismo, salvo otra aventura periodística con una revista mensual, la primera en el estado de Veracruz, llamada “Cambio”, y que de hecho y derecho fue casi casi debut y despedida.
Entregó su vida a la cátedra en el salón de clases. Y de paso, paso efímero como la vida misma, a la política.
En la educación secundaria le dio por la política estudiantil. Fue líder en una Prepa de Córdoba. Y en la planilla le concesionó una cartera menor al imberbe Dante Delgado Rannauro.
Años después, en el cuatrienio, 1988/1992, director de la Editora, el mismo cargo que luego de su gubernatura tuviera Rafael Murillo Vidal como director de los Talleres Gráficos de la Nación.
Luego, Dante lo encumbraría como jefe de prensa de su gobierno… que entonces, así se llamaba la dirección de Comunicación Social, vocería le denominaron sexenios después.
Tres. “Si te vas con otra… te mato”
Becario en Quito, Ecuador, en el Centro Internacional de Estudios de Comunicación en América Latina (parece que así se llama), le entró la nostalgia por Veracruz.
Un día y otro también hablaba por teléfono a la familia y a los amigos.
Más que estudiar, soñaba y deseaba con regresar ya a su tierra adoptiva donde llegara como estudiante a la facultad de Periodismo y jamás, nunca, volvería a Córdoba.
“El patio” era el segundo antro de moda en la ciudad, luego de “La escondida”. Los fines de semana era el paraíso para los jóvenes y también los viejitos calenturientos.
“Rubí” era el nombre de batalla de una novia que tuvo entonces, de igual manera como otros de sus amigos de farra.
Piel blanca, bajita de estatura, senos discretos, ojos pizpiretos, barbita partida, caballera larga, la chica se enamoró de Ignacio, quien en la seducción solía recitarle intensos y fogosos poemas de amor, de los cuales nunca ella había escuchado hablar.
Una madrugada, delante de todos, en “El patio”, ella le leyó la cartilla:
“Si te vas con otra… te mato”.
Nunca más volvimos al antro. Pero ella lo buscó y buscó en la facultad de Periodismo con tanta intensidad volcánica que Ignacio terminó en Quito, Ecuador.
Cuatro. El sueño juvenil
A su lado, la primera borrachera de la vida. Fue en una cantina cerca del mercado Hidalgo, en el puerto jarocho, ya desaparecida, y en donde diez, quince compañeros de la facultad de Periodismo terminamos un mediodía hasta, parece, la hora del cierre.
“Salimos de ahí, decía Ignacio, como arañas fumigadas”.
A su lado, la chamba en la primera redacción de un periódico. Se llamaba “La Nación”, ya desaparecido. Ignacio y Pepe Murillo, en la información general, y los otros, en la sala de redacción aprendiendo el proceso editorial del diario.
A su lado, la primera y la segunda y la tercera y la cuarta y las siguientes noches y amaneceres en el antro.
A su lado, los primeros sueños como reporteros.
Y también, el sueño efímero de la literatura, cada quien con cuentos inconclusos, jamás publicados.
Pepe Murillo fue quien más lejos llegó en la cuentística gracias al escritor Juan Vicente Melo, quien entonces vivía en el quinto piso del viejo edificio Galdi y solía visitarlo a cada rato, porque “si el festín era de alcohol… debía ser en abundancia” y que ahí parecía tenían alambiques.
“Estás muy grueso” decía Ignacio a Pepe, los dos en paz descansen, Pepe fallecido en el temblor del 85 en la Ciudad de México, al lado de su esposa y uno de sus hijos.
Quinto. Las cosas que unen…
El periodismo nos hizo amigos, pero hacia 1990 (hace veintisiete años, más o menos), la política nos alejó.
Lejos, demasiado lejos, quizá estuvimos pendientes uno del otro, cuando menos, del destino común.
Con todo, hacia el final de la vida lo importante es recordar las cosas que unen a los seres humanos por encima de las cosas que dividen y alejan y distancian, incluso, que hasta lastimar pueden.
Pasa lo mismo con los amores. Y si un día la pareja fue feliz y después llega a separarse, más vale la nostalgia en vez de alimentar el resentimiento y el odio, pues está probado y comprobado que con odio el alma se pudre.
Además, el relato bíblico, tan sabio, tan prudente, tan moderado, lo dice con puntualidad: si los cables se cortan, ni modo, aléjate, pero siempre en paz, sin mortificar el corazón con las horas adversas.
En un cuento de Juan Rulfo, una comadrita dice a la otra:
“Ojalá muramos juntas… para hacernos compañía en el camino”.
Un padrenuestro por su ausencia…