Luis Velázquez/Primera Parte
Veracruz.- Renato Alarcón es ahijado de bautizo del arzobispo emérito de Xalapa, Sergio Obeso. En su casa, cada ocho días desayunaba o comía un sacerdote. Y cada vez, uno diferente. Incluso, es amigo personal de unos cuarenta curitas. Más todavía, su familia soñaba con que él mismo fuera un ministro de Dios.
Hijo único, su señora madre tiene 80 años y su padre 89 años. Él, 41 años. Y tiene, claro, la frente amplia de un sacerdote. Y la mirada de un sacerdote. Y la vocecita de un sacerdote. Y los gestos y ademanes de un sacerdote. Y hasta la sonrisa de un seminarista.
Su hermano menor se llama Silvio Lagos junior, otro más de los jóvenes políticos que en el duartazgo viviera un infierno. Igual que él, aun cuando el presidente del CDE del PRI conoció el reino de Luzbel en la llamada Decena Trágica, iniciada con el góber fogoso y terminada con el góber tuitero, también conocido como el prófugo de la justicia, y desde hace 161 días.
En tanto, su hermano mayor es Adolfo Mota Hernández, aquel que en su primera campaña electoral regalaba chicles Motita.
Y cuando Motita fue llamado de pronto a una audiencia particular con el gobernador Miguel Alemán Velasco, la mamá de Renato Alarcón le dio la bendición y le roció agua bendita en la cara y su cuerpo.
Horas después, cuando Motita regresó a casa, la bendición había surgido efecto, pues apenas tocó la puerta, Motita exclamó:
–¡Ya chingamos, compadre! ¡Soy el nuevo presidente del CDE del PRI!
Con todo, se la vieron duras en la campaña partidista para la dirigencia tricolor.
Por ejemplo, anduvieron de norte a sur y de este a oeste del territorio jarocho trepados en un carrito viejo, y prestado, y sólo con un celular viejito y barato, pero soñando, como el flechador de la luna, con seguir disparando a lo imposible, mejor dicho, al camino difícil, porque Motita era un chamaco recién salido del cascarón del historiador de Coatepec, aquel que le enseñara a cocinar y tomar vino.
“Nos grillaban mucho” recuerda Renato Alarcón así los años aquellos.
Luego, claro, ya trepado en la cima, Motita llegaba a los eventos partidistas con un automóvil convertible, descapotado, sonriendo, tan finito y delicado.
POLVOS DE AQUELLOS LODOS HURACANADOS
La Docena Trágica de Veracruz, de 2004 a 2016, significó vientos huracanados para Renato Alarcón.
Y aun cuando tuvo por ahí uno que otro carguito fueron menores. Digamos, de relleno. Para cubrir el expediente. Y al mismo tiempo, digamos, para humillarlo.
Un sicólogo diría que el mal karma, la mala vibra, inició cuando Renato y Javier Duarte fueron compañeros generacionales en la Universidad Iberoamericana, en la Ciudad de México.
Renato, en Ciencias Políticas, y Duarte, en Derecho.
Entonces se lanzaron en una planilla con otros, cada quien por su lado, para la presidencia de la sociedad de alumnos.
Pero las pasiones políticas son desaforadas. Y más en la juventud. Y más cuando se trata de medir fuerzas. Y más, cuando son paisanos, digamos, exiliados, y/o en todo caso, buscando el destino superior, agigantar el mundo, ampliar el arcoíris.
Y como Renato ganó la presidencia y Duarte perdió, el resentimiento y el odio nacieron en su alma. Y se la pudrieron tanto que así vivió alimentado, como el rencor que Duarte también fermentara en su alma en contra de Silvio Lagos.
Un día, Fidel Herrera Beltrán candidato priista a la gubernatura, año 2004, Renato secretario de Finanzas del PRI de Adolfo Motita, habló de nuevo con el fogoso.
Y en la plática, digamos, sólo digamos, que resbaló cuando Fidel nombró a Duarte.
Renato se fue con todo a su yugular. Le dijo, más o menillos:
“Usted me dijo que me tenía confianza. Y no ha sido así. ¿Dónde debo leer los hechos? ¡A mí no me gustan las cosas debajo de la mesa! ¡Ese pinche gordito (refiriéndose a Duarte) es vengativo, rencoroso, intrigante”.
Y aun cuando después del desfogue Fidel le reiteró su confianza, digamos, con una de sus famosas fidelíneas, los días y las noches posteriores mudaron en una pesadilla.
LA VIDA DA Y QUITA
En aquellos días, por ejemplo, un día fue imborrable. Siniestro. Perverso. Y al mismo tiempo, indicativo.
Fue cuando un comando asaltó las oficinas del PRI estatal. Y más porque la secretaria de Renato en la tesorería partidista estaba embarazada.
Los sicarios los encañaron. Los tiraron al piso. Los amarraron de las manos y los pies. Y ataron a los empleados de espaldas. Y los malandros se llevaron un millón de pesos.
Licenciado en Ciencias Políticas, Renato Alarcón leyó el mensaje “al pie de la letra”, sin necesidad tener una bolita de cristal, siguiendo la enseñanza del topo marxista.
En las horas, días siguientes viajó a Minatitlán para hablar con Fidel Herrera, quien andaba allá en girita.
“Ya entendí el mensaje, Fidel”, le dijo, “¿A quién le entregó?”.
Y sin más, el fogoso le dijo que entregara la tesorería del PRI a Rafael Murillo Pérez.
¿Habría sido Fidel quien envió los sicarios a Renato Alarcón para asaltar la tesorería del partido tricolor?
¿Habría sido Duarte, a quien Fidel habría contado la plática ríspida con Alarcón sobre Duarte?
“La vida da y quita” dice el ahijado de bautizo del arzobispo Sergio Obeso.
Y “da y quita la vida”, porque si en política la edad suele medirse a partir de los sexenios (“Me llevas un sexenio, me llevas dos”), Renato Alarcón le lleva dos sexenios de juventud a Javier Duarte, aun cuando bien pudieran ser tres o cuatro, con aquello de que luego de los doce años encaramados en el poder y en el poder absoluto, ahora anda “como alma que lleva el diablo”, odiado, incluso, por todos los priistas que antes le adoraban, incluidas las barbies.